Edgar Wright es un director postmoderno, cuyo cine bebe siempre de fuentes externas, que gusta de decontruir y reconvertir a su propio discurso. Sus primeras películas llevaban a cabo este proceso de una manera inofensiva, jugando con el terreno de la parodia para buscar el punto de originalidad y de atracción del público. Zombis Party y Arma Fatal eran dos comedias divertidísimas, pero cuyas propuestas dependían de su material de partida, básicamente, el cine de zombis de George A. Romero y el actioners de los ochenta en su faceta más Joel Silver.

EL ILUSIONISTA

Scott Pilgrim contra el Mundo cambió el rumbo de su filmografía. La libertad estilística que le permitió abordar esta conjunción de comedia adolescente, videojuego, comic y videoclip dio pie a un tratamiento absolutamente cohesionado y magistral de la planificación, la fotografía, el montaje, los efectos visuales, el sonido y la música. Sí, básicamente eso debería ser el cine, un arte audiovisual conjunto, sin embargo, no es habitual encontrar una integración tan orgánica de todos los elementos de manera que la ausencia o la asincronía de uno sólo de estos aspectos hace que el castillo de naipes se desmorone irremediablemente.

Baby Driver, el anterior trabajo del director (tras el parón que supuso su abortado trabajo para Marvel en Ant-Man), afianzó estos componentes, ésta vez con el thriller y el subgénero de atracos como telón de fondo, dejando para el recuerdo unas alucinantes secuencias automovilísticas.

Ahora el director nos ha presentado su última genialidad, Última Noche en el Soho, una propuesta rabiosa y atrevida, donde Wright combina el suspense hitchconiano con los excesos estilísticos y narrativos del Giallo, añadiendo algunos elementos polanskianos. La cinta nos presenta una historia de Doppelgängers, saltos en el tiempo, realidades paralelas y fantasmas que es a partes iguales hipnótica y terrorífica, jugando en todo momento con las expectativas del espectador y ofreciendo una montaña rusa narrativa y sensorial.

DE ENTRE LOS MUERTOS

Estamos ante una película con un guion lleno de giros, de personajes que no son lo que parecen, con situaciones que cambian de color continuamente y cuyo principal objetivo es zarandear al espectador en todo momento, sin dejarle un momento de respiro. Sin embargo, como en otras películas de Edgar Wright, aquí lo importante no es tanto lo que te cuenta (que no está carente de interés y tiene muchas lecturas), sino el cómo te lo cuenta, hasta tal punto que uno se plantea qué vino primero, las situaciones que te presenta o los trucos de prestidigitador que emplea para contártelo.

Al igual que otros cineastas de corte postmoderno, aunque Wright eche mano de algunas localizaciones reales, lo suyo es crear un constructo artificioso, que bebe más de la memoria cinéfila que de la búsqueda de un realismo naturalista. El Londres de Eloise, la protagonista, es una ilusión idealizada del pasado, construida no por un conocimiento real del entorno, sino por la estilización del espacio efectuada a través de la moda, el cine o la música de los años 60 y así nos es trasladada a los espectadores. Pero esto no es únicamente válido para los saltos al pasado de Eloise, sino también para la representación del presente, y cuando el terror empieza a imponerse, la escenificación de los pesadillesco adquiere también un valor artificioso, que nos retrotrae a nuestra memoria cinéfila.

La construcción de espacios, el uso del color, lo recargado de la fotografía nos retrotrae a Vértigo de Alfred Hitchcock, referencia obligada ante la doble naturaleza de los personajes femeninos marcados por el halo del destino. Sin embargo, en la progresión narrativa, Wright va desproporcionando más y más los rasgos de su puesta en escena, adquiriendo valores cada vez más grotescos y aberrantes, ofreciendo un itinerario cinéfilo que conecta aquel Hitchcock con su relectura desfigurada de Dario Argento (viniendo a sumarse a Maligno en cuanto a su homenaje al Giallo italiano).

Última noche en el Soho
Última noche en el Soho

DOPPELGÄNGERS

En la cinta Eloise conecta con Sandie y, aunque se trata de dos personajes prácticamente opuestos (la timidez de la primera contrasta con la exultante personalidad de la segunda), se genera un proceso de asimilación y mutación, a medida que la protagonista pretende transformarse en esa imagen empoderada que le llega del pasado. Última Noche en el Soho se convierte así en una película con una lectura “#metoo”, aunque la derivación acabe resultando muy distinta de la que el espectador pueda suponer en un primer momento.

Para esto, era fundamental encontrar a dos actrices que pudieran encarnar estos dos estereotipos femeninos y darles una dimensión humana y dramática. Thomasin McKenzie suma así un nuevo escalón en su emergente carrera tras JoJo Rabbit y Tiempo, bordando la apocada y temerosa personalidad de Eloise; mientras que Anya Taylor-Joy revalida su posición como nueva reina del cine moderno gracias a un papel que le permite desplegar todo su carisma y fotogenia en pantalla. La metáfora del espejo para reflejar la relación simbiótica entre ambos personajes no es nueva, pero la forma en la que Wright juega visualmente con el contraste y a su vez la conexión entre ambos personajes es absolutamente magistral.

Ambas lideran con fuerza la historia, aunque encuentran una poderosa réplica en los roles masculinos interpretados por Matt Smith y Terence Stamp. El primero, junto con Taylor-Joy, desborda presencia y carisma en pantalla, aportado un rol inquietante, pero seductor a su papel de Jack; mientras que el segundo sigue demostrando a sus 83 años una fotogenia en pantalla y una fuerza interpretativa absolutamente hipnótica. A esto hay que agradecerle a Edgar Wright que le concediera a la maravillosa Diana Rigg un espléndido papel de despedida (la película tiene el fúnebre honor de ser el último trabajo de dos actrices icónicas de los 60, ambas también chicas Bond, Rigg y Margaret Nolan).

Última noche en el Soho
Última noche en el Soho

BAILANDO EN EL RIALTO

Como decíamos al principio, la cohesión de la planificación, la fotografía, el montaje, los efectos visuales, el sonido y la música en el cine de Edgar Wright es una de las señas de identidad del cineasta. En Última Noche en el Soho, el director vuelve a subir el listón, construyendo algunas secuencias que son una auténtica filigrana por el virtuosismo con el que logra construir un discurso narrativo desbordante y barroco, jugando en todo momento con la percepción del espectador.

Como había demostrado en Scott Pilgrim contra el Mundo y Baby Driver, la cuidada selección de canciones no es gratuita, sino que funciona a diferentes niveles. Por un lado, son todos temas de la época, musicalmente son el esqueleto de las secuencias en las que participan y además, en sus letras se esconden muchas pistas sobre los personajes y el desarrollo de la historia.

Es cierto que no todo es perfecto en la película y que hay elementos que manchan un poco el resultado final. No se puede evitar identificar algunos personajes vacíos o mal desarrollados, que además coinciden con las interpretaciones menos logradas del conjunto. Los personajes de John (Michael Ajao) y Jocasta (Synnove Karlsen) resultan planos y tediosos, desmerecedores de compartir trama con un conjunto de protagonistas de campanillas. A esto se suman algunos pequeños personajes de aparición muy breve, y de nula trascendencia en la trama, que perfectamente se podían haber obviado. Por otro lado, encontramos un pequeño paréntesis en la película superado el hemisferio de la trama, donde, sin bajar el listón en cuanto a puesta en escena, lo cierto es que la historia entra en una cierta indefinición que afecta al ritmo de la narración. Afortunadamente, es algo muy breve y circunstancial y rápidamente Wright recupera la historia y la conduce con pulso férreo a su clímax final.

Esto último son pequeñas fallas que no malogran en absoluto la brillantez del conjunto. En nuestra opinión, Última Noche en el Soho mantiene la línea ascendente dentro de la filmografía de Edgar Wright, confirmándole como un cineasta de un extraordinario dominio de los recursos audiovisuales y con un profundo conocimiento y cariño cinéfilo, especialmente en lo que se refiere al cine de género y, más concretamente, al fantástico.