El cine está considerado un arte audiovisual, donde, esto es de Perogrullo, los principales valores comunicativos entran a través de los sentidos de la vista y el oído. Curiosamente, son dos aspectos que se suelen tener en cuenta por separado. Las películas suelen tener un discurso visual y uno sonoro que, obviamente, trabajan de manera conjunta, aunque pocos son los cineastas que los integran de manera verdaderamente orgánica.

Edgar Wright se ha ido convirtiendo en los últimos años en un virtuoso capaz de llevar esto a buen término.

Es cierto que sus primeras películas dependían más de la inventiva de la historia y el guiño cinéfilo, con Scott Pilgrim contra el Mundo y Baby Driver inició un camino de experimentación, donde la confluencia de puesta en escena, montaje, sonido, música y efectos visuales adquieren una cohesión narrativa extraordinaria.

Última Noche en el Soho es un homenaje del cineasta británico tanto al cine de Alfred Hitchcock, como a la tradición del Giallo italiano. Con un argumento delirante, repleto de giros que pretenden mantener al espectador intrigado con la historia, lo cierto es que aquí el verdadero protagonismo se lo lleva el uso del lenguaje visual y sonoro y la prodigiosa integración de ambos.

Desde luego, tanto Thomasin McKenzie como Anya Taylor-Joy se lucen en sus papeles; Matt Smith resulta amenazador y seductor al mismo tiempo, Terence Stamp mantiene su poderosa presencia en pantalla y, además la película le ofrece a Diana Rigg una despedida de lujo; sin embargo, si la cinta triunfa verdaderamente es gracias a la deslumbrante construcción de narración audiovisual que Wright despliega a lo largo de todo el metraje.