La década de los 90 está plagada de grandes películas. Eso es incontestable. A la fuerza, toda década con un consumo incesante de cine acaba dejándonos un ramillete de películas para la eternidad. Resulta una afirmación de Perogrullo, pero qué es un clásico y qué no sólo lo puede decidir el paso del tiempo. Sin embargo, el marketing ha querido apropiarse de ese papel, jugando con una carta llamada “nostalgia”.

La cultura del remake (o reboot, o falsa secuela, como es aquí el caso) necesita una justificación para existir y nada mejor que abanderar un rol generacional y representativo para recuperar fórmulas de éxito. Cuando se estrenó en 1996, Space Jam fue un gran taquillazo, pero quedó muy lejos de ser una gran película. Era un producto entretenido, palomitero, original por su mezcla de universos tan distantes como el baloncesto y los iconos de la animación, con un destacado apartado en lo que se refiere a la parte animada y su fusión con las imágenes reales; sin embargo, el guion era irrisorio e inexistente, la realización ramplona y dependiente de la tiranía del gag constante y en lo referente al apartado interpretativo, ni todo su carisma hacía de Michael Jordan un buen actor.

Ahora, 25 años más tarde, con el fin de justificar una nueva entrega, se reescribe la historia para presentar la película original como un referente cinematográfico fundamental de aquella década, la misma que generó títulos como Uno de los Nuestros, Pulp Fiction, El Silencio de los Corderos, Fargo, Sin Perdón, El Club de la Lucha o Braveheart; o si nos circunscribimos al cine infantil, El Rey León, Toy Story, El Gigante de Hierro, Pesadilla antes de Navidad o Babe, El Cerdito Valiente.

Lebron James actualiza la fórmula

Para Space Jam. Nuevas Leyendas se repite mucho la fórmula, con la imperiosa necesidad de buscar un sustituto adecuado para Jordan. Sin restarle relevancia deportiva a Lebron James, el baloncestista no mejora en absoluto las limitadas capacidades interpretativas de su predecesor y, para colmo, cuenta con menor carisma y presencia en pantalla (algo asumido, de ahí que durante gran parte del metraje sea sustituido por una versión animada).

Aún así, no es el peor actor de la película. Resulta lamentable encontrarse a un Don Cheadle tan sobreactuado y ridículo como villano. Si ya en la original, la premisa argumental era de chiste, en esta viene además edulcorada con mensajes zafios sobre los valores familiares.

A la película se le ha criticado mucho el convertirse en un costoso producto promocional del catálogo cinematográfico de Warner, sin embargo, a nosotros esa parte central saltando de franquicia en franquicia del estudio bajo la relectura Looney nos pareció la parte más divertida de la película, por su componente de parodia.

A esto se suma lo verdaderamente interesante de la película, que es el trabajo de animación, especialmente en la parte 2D. La versión en 3D de los personajes clásicos es excelente en lo técnico, pero chirriante en lo emocional.

Si la idea era tirar de nostalgia, reconvertir la estética de Bugs Bunny y compañía fue un mal paso. Finalmente, la parte fundamental, que es el partido de baloncesto, se aleja del perfil deportivo y adopta las claves del mundo de los videojuegos, por lo que a aquellos que esperaban alguna dinámica del basket con narrativa cinematográfica, se van a llevar también una decepción.

A esto se suma que viene adornada por un horrorosos concurso de cosplays de personajes del estudio que conforma el público el enfrentamiento.

Si de verdad asumimos que la versión de Space Jam de 1996 es el clásico del cine que nos quieren vender, evidentemente, esta segunda parte / remake es un fracaso sin paliativos. Si mantenemos a la original allí donde debería estar, es decir, como un título meramente entretenido y olvidable, la nueva versión sigue quedando por debajo en el listón, pero no tan alejado y como matatardes en familia en el cine cumple su función.