Para ser una película que trata sobre lo fugaz del paso del tiempo, Tiempo, el nuevo trabajo de M. Night Shyamalan supone un reencuentro con algunos elementos de su cine anterior.
Después de varias películas producidas por Blumhouse, el cineasta de Filadelfia regresa aquí a las primeras ligas, en este caso con una producción de Universal Pictures (lo que no implica mayor presupuesto, 18 millones de dólares frente a los 20 de Glass); además, volvemos a un tono cercano al de algunos de sus trabajos clásicos, como Señales o El Bosque, y el director regresa al celuloide, que no empleaba desde Airbender, El Último Guerrero. Por otro lado, se trata del segundo título de su filmografía que no parte de un guion original (en este caso, de la novela gráfica de Pierre Oscar Lévy y Frederik Peeters, Castillo de Arena, publicada en 2010) y la primera película que rueda fuera de su Filadelfia natal.
Con un reparto coral, encabezado por Gael García Bernal y Vicky Krieps, pero con participación de otros rostros conocidos como Thomasin McKenzie, Rufus Sewell o Ken Leung, la cinta regresa al terreno en el que el cineasta se desenvuelve mejor, aquel en el que el componente sobrenatural colisiona con la realidad y la vida cotidiana, ofreciendo una reflexión no sobre elementos fantásticos, sino sobre nuestro día a día y nuestra relación con nuestras personas cercanas.
La película parte de una premisa que, como le gusta al cineasta, perfectamente hubiese valido para un episodio de alguna serie tipo La Dimensión Desconocida acerca de un grupo de turistas, sin relación previa entre ellos, que son invitados por la dirección de un exclusivo resort a visitar una playa privada, aislada del mundo por la pared de un acantilado. Una vez allí, los protagonistas descubren que están envejeciendo aceleradamente y que algún tipo de elemento misterioso les impide abandonar el lugar, provocando (a modo de “Ángel Exterminador”) un desmayo a aquel que intenta alejarse de la playa.
Un reencuentro con el Shyamalan de gran puesta en escena
Tiempo supone un reencuentro con el Shyamalan de gran puesta en escena, algo que habíamos perdido en sus tres últimas películas. El director mima la forma en la que construye la atmósfera de misterio, la paranoia creciente en los personajes, cómo van lidiando no sólo con los conflictos que surgen en la playa, sino también disputas arrastradas de su vida anterior.
Vuelve el Shyamalan intimista, para el que lo fantástico es un macguffin para llegar al alma de los personajes. Encontramos también un excelente trabajo con los actores, destacando como elemento complementario, la excelente labor de casting a la hora de seleccionar a los intérpretes que encarnan a los niños en diferentes etapas, como la fantástica labor de maquillaje que va marcando de manera gradual los efectos de la playa en los adultos.
Shyamalan se atreve una vez más a un terror que sucede a plena luz del día, con una espléndida dirección de fotografía de Mike Gioulakis (reincidente con el cineasta tras Múltiple, Glass y la serie Servant o cómplice también de cineastas como David Robert Mitchell en It Follows y Lo que Esconde Silver Lake o Jordan Peele en Nosotros).
Banda sonora
Lástima que la efectiva partitura musical de Trevor Gureckis no supusiera también el regreso de la alianza del director con James Newton Howard, voz musical de la mayor parte de su filmografía y tristemente perdido en su cine desde La Visita.
Frente a sus bondades, Tiempo cuenta también con algunas de las resistencias del cine de Shyamalan, especialmente en materia de guion. Sin conocer la novela gráfica en la que se basa y, por lo tanto, no poder dirimir responsabilidades, sí nos parece que frente al tratamiento de la familia protagonista, el resto de los personajes están desaprovechados y que merecían un mayor desarrollo y protagonismo.
Resolución
Por otro lado, contamos con elemento francamente potente en la premisa principal que, como suele pasar en muchas películas de su director, se desinfla en el momento de la resolución, especialmente a la hora de dar respuesta a cosas que, en nuestra opinión, hubiesen funcionado mejor sin una explicación y que convierten a los últimos 15-20 minutos de metraje en una deriva carente de interés y que diluye el verdadero mensaje de la película.
Pese a todo, nos congratula la recuperación de este Shyamalan, más cercano a títulos como Señales o El Bosque, al mismo tiempo que su lectura de lo efímero de la vida y el modo en el que desatendemos lo verdaderamente importante en favor de conflictos secundarios entronca con esa mirada intimista que el cineasta supo dar a El Sexto Sentido o El Protegido.