Como otros movimientos cinematográficos culturalmente englobados en un periodo de tiempo muy concreto, el nacimiento, desarrollo, éxito y declive del Giallo italiano se debe a una serie de factores que coincidieron en aquel momento, que produjeron una serie de películas de gran éxito en taquilla y con recorrido internacional y asentó a un pequeño puñado de directores como maestros del cine de terror.

También como otros movimientos cinematográficos, la producción que podemos etiquetar dentro del epígrafe de Giallo es extensísima, diversa y con resultados de los más dispares. Es cierto que, debido a su carácter de explotación, la imagen que tenemos de este subgénero no necesariamente pasa por ajustarse a sus títulos más prestigiosos, aunque cineastas como Mario Bava, Dario Argento o Lucio Fulci hayan sido capaces de los mejor y lo peor dentro de este tipo de películas.

AMARILLO SANGRE

Como el Peplum, el spaguetti western o el poliziesco, el Giallo bebía del cine clásico de terror hollywoodiense, pero pasado por el filtro de la cultura italiana, potenciando aspectos censurados en Estados Unidos como la violencia o el erotismo, y con un tratamiento más libre, incluso delirante de las historias que contaba.

En los casos más burdos, el guion resultaba lo de menos, lo verdaderamente importante era sorprender al espectador con todo tipo de imágenes truculentas, sorprendentes, inverosímiles o cargadas de un erotismo gratuito y malsano. Es verdad que, junto a esto, sus cineastas más interesantes supieron construir un discurso estético y narrativo novedoso y reivindicable. Fueron estos los que supieron construir una mirada onírica, romántica y decadente.

El tratamiento del color, el juego con todo tipo de planos atípicos y aberrantes, el uso de la música, la búsqueda alterativa de elementos cinematográficos con los que dar una identidad propia a lo que, por lo general, era una deformación de aquellos elementos sobreexplotados por la hegemonía de Hollywood, hizo que a estas películas se le otorgara un valor coyuntural y definitorio principalmente durante los años 60, 70 y 80, momento en el que ya entra en decadencia. Los excesos narrativos, el dislate de sus guiones, lo grotesco de sus imágenes o lo facilón de sus excusas eróticas generaron una base de seguidores extraordinaria, espectadores para los que, a mayor desvarío generalizado, mayor disfrute de la película.

EL HUEVO O LA GALLINA

Con Maligno, James Wan ha querido ofrecer su homenaje particular a este subgénero cinematográfico, permitiéndose así un ejercicio de estilo con el que liberarse del estilo habitual de sus últimos trabajos, más sosegado y clásico, donde la atmósfera y la sugerencia eran la base a la hora de construir la sensación de amenaza y terror en el espectador.

Ya desde su prólogo nos deja claro que ésta va a ser una película repleta de excesos, de situaciones límites e inverosímiles, con una trama desquiciada y que arrastrará a los espectadores por una bandadas narrativas poco habituales en el cine comercial actual.

Además, Wan va más allá del Giallo, introduciendo elementos de Body Horror que emparentan también la trama con el Cronenberg primigenio, pero también con algún guiño a Stephen King. No podríamos decir qué fue primero si las ganas de usar las claves de Giallo para contar una historia y de ahí surgió el guion o si, ante un guion de estas características, el cineasta decidió que la única manera de llevarlo a cabo era llevándolo al terreno de este cine de excesos y truculencia.

CONSTRUYENDO LA PESADILLA

Sí está claro que, independientemente de cuál fuera el origen, Wan se lo pasó en grande diseñando la puesta en escena de esta película. Si ya en sus títulos anteriores el cineasta se había caracterizado por ser juguetón con la cámara, gustarle los movimientos de cámara elaborados, los planos atípicos e imposibles, utilizar el espacio como un elemento repleto de posibilidades narrativas para divertirse con las expectativas del espectador, aquí, lleva esto al paroxismo.

Ante la cámara lo físico se desvanece y todo se vuelve pesadillesco, siguiendo la perspectiva de la protagonista que continuamente salta de la realidad al sueño o al trance. Todos los elementos expresivos están llevados al límite. Dentro de ese salvajismo visual que despliega el cineasta, hay espacio para el gore como nunca antes en la filmografía de James Wan (recordemos, director de la primera entrega de Saw) y que se suma a ese tono truculento sobre el que se construye la película.

El juego cromático, especialmente entre el rojo y el verde, en la fotografía de Michael Burgess enfatiza esa sensación de irrealidad, de amenaza y de sugerencia constante, de la misma manera que la música de Joseph Bishara, con una orquestación y un uso del coro atosigadores, acompaña y refuerza de manera constante la imagen subrayando de manera voluntariamente excesiva la narración.

LA MITAD OSCURA

El guion de la película, escrito a partir de una historia de la actriz Ingrid Bisu (mujer en la vida real de James Wan y que en la película interpreta a la forense Winnie) y desarrollado por Wan y Akeela Cooper, es un desafío. No sólo sus giros de trama son absolutamente demenciales e inverosímiles, no sólo se salta cualquier coherencia narrativa o física en favor del golpe de efecto, también se contenta con un tratamiento de los personajes plano y hasta caricaturesco. Quizás con intención de usar el humor para suavizar los aspectos más grotescos de la propuesta, lo cierto es que los personajes carecen de cualquier profundidad psicológica y en algunos casos parecen directamente estúpidos (la forense y la hermana de la protagonista) o increíblemente inoperantes (la pareja de detectives).

Esto deja a los actores en la difícil situación de defender a personajes de escaso calado, intentado dar entidad a situaciones extremas, tanto desde una finalidad terrorífica como humorística. En este sentido sólo podemos destacar el trabajo de Annabelle Wallis, actriz irregular y carente de carisma donde las haya, pero que aquí afronta el mayor reto interpretativo que ofrece el guion, ya que, si bien su personaje sufre de las mismas limitaciones que los personajes secundarios, sí le supone afrontar una interpretación siempre al límite de la locura y físicamente muy demandante.

Por otro lado, la falta de peso de los personajes hace que el espectador no pueda realmente empatizar con ninguno de ellos, siendo finalmente “Gabriel” el único con algo de entidad en toda la película.

Esta vía del exceso practicada por James Wan deambula como un funambulista entre lo sublime y lo ridículo, justificado por su adhesión a las claves del Giallo, pero difícil de sustentar desde una perspectiva actual salvo que el espectador entre en el juego que se le plantea.

Annabelle Wallis protagoniza Maligno, de James Wan.
Annabelle Wallis protagoniza Maligno, de James Wan.

ANACRONISMO

En nuestra opinión, Maligno es la apuesta más arriesgada hasta la fecha de la filmografía de James Wan, aunque no por ello es su mejor película. Se trata de un título muy desproporcionado, algo que, como hemos visto, en parte es premeditado y potenciado desde la puesta en escena del director, lo que le da una fuerza visual extraordinaria, pero también hay flaquezas en la película que poco o nada tienen que ver con su valor referencial.

Sin embargo, la mayor resistencia que encontramos en esta película es la manera en la que un público general, no iniciado en estas lides, pueda recibir la película. Al fin y al cabo, se trata de una película anacrónica, que se basa en una serie de conceptos extintos en el cine contemporáneo. Para alguien no prevenido, la propuesta puede resultar tan aberrante, tan carente de sentido, que puede salir de la sala confuso e incluso enfadado con la tomadura de pelo que acaba de ver.

Póster de Maligno, de James Wan.
Póster de Maligno, de James Wan.