Para una película, tener referencias claras puede ser positivo, indica que hay ambiciones; sin embargo, es también un arma de doble filo cuando estos espejos en los que reflejarse devoran todo conato de originalidad de la historia. En esos momentos pasamos a tener un pastiche. Bajocero es el segundo largometraje de Lluís Quílez y el primero guionizado por él, junto a Fernando Navarro (Toro, Verónica, Musa, Cosmética del Enemigo).
Si hablamos de ambiciones, está claro que la películas las tiene. Se trata de un thriller de acción con una trama concentrada en su mayor parte en un furgón blindado en marcha. La referencia a Carpenter y su largometraje Asalto a la comisaría del distrito 13 (que a su vez se inspiraba en Río Bravo y El Dorado) es clara.
La podemos apreciar en la presentación inicial de personajes, el tono de la narración y la idea de trasladar los patrones del western a otro formato de género. Esto queda aderezado por otros guiños aquí y allá a títulos como La Diligencia, Speed, Se7en o Robocop.
Un reparto fantástico
El conjunto de actores es fantástico, destacando un Javier Gutiérrez (La isla mínima) espléndido; la realización es esforzada; la fotografía con colores fríos y metálicos saca partido de la atmósfera que se quiere crear.
En general, como factura, ninguna pega importante. El problema surge en el guion y la forma en que, a medida que avanza la historia, la verosimilitud, la coherencia y la continuidad del relato salen volando por la ventana para no volver.
La película quiere mantener al espectador clavado al sofá de su casa, con giros sorprendentes continuos, pero cuando esto no se construye sobre una solidez narrativa, el precio a pagar es alto y Bajocero los paga todos. Esto provoca que, lo que partía como una película ambiciosa, se ve rebajada, en el mejor de los casos y con una audiencia poco exigente y crítica, en un entretenimiento efímero.