Un hangar de aviación plagado de maquinaria aeronáutica. La cámara se desplaza de manera elegante y sutil por los laterales y en plano cenital entre los aviones desde el fondo hacia la entrada de la nave. Suena música de guitarra electrónica. En el avión más cercano a la puerta de acceso y salida de la nave, Catherine Ballard, una joven y elegante mujer rubia (que mucho podría haber interesado al mismísimo Alfred Hitchcock), con la mirada extraviada por el éxtasis que está a punto de llegar, se acerca al ala izquierda. La sensual mujer se inclina sobre ella. Descubre su pecho derecho, liberándolo momentáneamente del sujetador. Deposita suavemente su seno sobre el ala. Plano de los pies de la joven, de sus zapatos marcadamente femeninos. Por detrás, desde la izquierda del encuadre llegan unos pies con calzado claramente masculino. Antes de embestirla, el hombre descubre la falda de la mujer, y acaricia sus nalgas besándolas. Todo este instante constituye una marcada declaración de principios e intenciones que resume lo que va a sustentar la narrativa de Crash, de David Cronenberg. Los siguientes 100 minutos presenciaremos privilegiada y lascivamente aquello que motiva a los protagonistas de este parafílico tratado coral: el choque entre la piel y la carne con el metal, que puede ser tan frío y gélido, como letal, o, en el mejor de los casos, mutilador, pero siempre absolutamente excitante para los personajes.
La joven del aeródromo tendrá un nuevo e inmediato acto sexual, esta vez con su esposo, James Ballard (James Spader) en la terraza del piso de ambos, con vistas a las autovías y autopistas que rodean la ciudad donde viven, arterias que conectan las grandes urbes entre sí, y que constituyen el específico cauce por donde circulan los vehículos que poblarán el filme y que actúan como auténtico motor sexual de los protagonistas. Cuando el esposo le pregunta a la joven por la causa de lo excitante del acto sexual con el instructor de vuelo que abre la película, la joven lo resume con una sencilla conclusión que más que expresar suspira mientras fuma, exhalando el humo: «Cualquiera podía haber entrado…»
En 1996 el realizador canadiense David Cronenberg venía avalado por toda una trayectoria fílmica en torno a historias que navegan en los recovecos más enfermizos de la mente humana y/o que envuelven aspectos y conceptos que tienen que ver con las mutaciones de la carne y sangre, donde la tecnología juega un papel preponderante.
Es del gusto de Cronenberg explorar la relación entre la mente y el cuerpo, la transformación, y, si se quiere, la transfiguración, es decir, todo aquello que tiene que ver con el cambio de aspecto de las personas u otros seres, conceptos éstos sobre los que está construida buena parte de su filmografía.
El fracaso económico de M. Butterfly (ídem, Canadá, 1993), sorprendente trabajo de David Cronenberg (que lo revela como un brillante director de actores y actrices, como un cineasta de gran sensibilidad visual, así como un cronista político y social de primer orden), le obligó a buscar financiación independiente para su siguiente aventura.
J. G. Ballard
El escritor James Graham Ballard, británico, cuya infancia en Shangai conocemos perfectamente gracias a El Imperio del Sol (The Empire of The Sun, EEUU, 1987), de Steven Spielberg, tiene en su haber lo que los críticos e historiadores consideran una trilogía sobre las grandes urbes. Tres novelas, independientes completamente entre sí, pero con el mencionado denominador común, y otro más: son muy complejas y difíciles de adaptar a las imágenes. Hablamos de las siguientes obras: Rascacielos, adaptada con cierto éxito y competencia por el cineasta británico Ben Wheatley en 2015; La Isla de Cemento, una obra perturbadora y desconcertante como pocas, que ha tenido varios conatos de adaptación fílmica condenados al fracaso; y, por supuesto, Crash, una novela absolutamente despiadada, enfermiza, que describe la parafilia sexual de un puñado de personajes que tan sólo parecen excitarse en caóticos entornos de accidentes de circulación.
Cuando a comienzos de los años 70 la lectora de una importante editorial británica, que además era la esposa de un reputado psiquiatra británico, leyó el manuscrito de Crash, escribió una nota de una sola línea: “Este Autor está más allá de cualquier ayuda psicológica. NO PUBLICAR”.
Afortunadamente, la novela se publicó y David Cronenberg la leyó. Ambos artistas, que despuntaron en sus respectivas carreras durante los años 70, coinciden en la década de los 90 en este memorable filme, uno de los grandes hitos en ambas carreras profesionales, que funciona como una perfecta fusión entre las inquietudes intelectuales patológicamente artísticas similares de los dos artífices.
A David Cronenberg le interesa un reto muy particular que presencia en la laberíntica novela de J. G. Ballard. El cineasta se hace el siguiente interrogante ¿cuáles son las dos cuestiones, los dos aspectos, más filmados a lo largo de la historia del cine? No tiene la menor duda en su propia respuesta: para él se trata de “El sexo y los coches”.
Cronenberg nunca ha tenido el menor problema con las secuencias de sexo en su cine, al contrario que otros directores (de hecho, su anterior filme, la mencionada M. Butterffly cuenta una complicada historia de relación e identidad sexual, basada en hechos reales). Al realizador le fascinan los vehículos y la velocidad. Es fácil imaginarse el enorme interés y la contagiosa pasión, con la que el realizador canadiense acomete este filme. No se queda contento con hacer un trabajo fílmico en torno al sexo como tema. Tampoco permanece en la zona de confort de realizar una mera exhibición de vehículos con personalidad.
Cronenberg no filma cualquier encuentro erótico, sino una serie de actos sexuales en respuesta a una serie de estímulos un tanto enfermizos, que vehiculan la pasión de los personajes. El cineasta crea todo un universo entorno a la filia de los personajes. Cada vehículo que conducen los pobladores de la película constituye una prolongación de la personalidad de su conductor. Cada automóvil es una extensión del sistema nervioso y sensorial del personaje que conduce a la hora de experimentar las sensaciones que buscan con avidez.
Ahí están las embestidas del vehículo enorme de formas cuadradas, burdo, abollado…que conduce Vaughan (Elias Koteas), al plateado y curvilíneo automóvil que conduce Catherine, o la secuencia de Vaughan practicando el acto sexual con la prostituta en la parte trasera de su enorme coche mientras James lo conduce. Sensaciones que tienen mucho que ver con la mutilación y la muerte, entre el olor a gasolina derramada, aceite quemado y carrocerías comprimidas y destrozadas, cristales hechos añicos y carne desgarrada y mutilada.
Con banda sonora de Howard Shore
El filme resultante, sin duda mucho más ligero y menos implacable que la novela de Ballard, sin embargo, resulta modélicamente hermético y calculadamente gélido en su estructura fílmica, y muy sensible al impacto sobre el metal. A esta idea contribuye indisociablemente la partitura de Howard Shore, nada convencional, ni crea épica ni subraya las imágenes, sino simplemente acompaña, contribuyendo a la insana atmósfera, ayudando a integrar las imágenes en nuestra mente de espectadores, atónitos y malsanamente complacidos ante lo que vemos.
Crash es un perfecto ejemplo de que una adaptación fílmica puede ser muy diferente al material de base, sin perder fidelidad al mismo. Cronenberg realiza un espléndido trabajo de adaptación. El guion es obra suya.
Un casting modélico
A nivel interpretativo, por otra parte, Crash posee un casting absolutamente modélico y apropiado como pocos. Todo un ejemplo de un trabajo muy comprometido a la hora de dar con los rostros y los cuerpos necesarios para colocar en las turbadoras imágenes que exhibe el filme.
La presencia entre inquietante, manipuladora y cargadamente sexual de la canadiense Deborah Kara Unger, una actriz que sin duda mereció mayor fortuna en cuanto a filmes dignos de su magnetismo, resulta inigualable, y consecuente con los propósitos del filme. Ello ocurre no solo en la mencionada secuencia inicial, sino, por ejemplo, en la secuencia en la que su esposo la penetra en la cama de matrimonio por detrás. Ella le pide que le cuente cosas, pero, paradójicamente es ella quien las narra, lo que hace que su esposo se estimule sexualmente, pero también que se nos descubra a ella como alguien manipulador.
Las consecuencias de las relaciones de James y Catherine con otros personajes en la intimidad de la pareja resultan especialmente memorables en el filme. La secuencia de James recorriendo a caricias el cuerpo de su esposa plagado de moratones después de su brusca relación sexual con Vaughan mientras James conducía, resulta memorable.
Holly Hunter, por su parte, como Helen Remington, la mujer que pierde a su esposo como consecuencia de un accidente con el protagonista de la película resulta particularmente distante y enfermiza. Su esposo sale lanzado y pierde la vida al impactar con el vehículo conducido en dirección contraria por el causante de la muerte. En una situación como esa, la mujer descubre sin querer su pecho izquierdo al ir a quitarse histéricamente el cinturón de seguridad. James la mira, entre atónito y excitado, con el cuerpo sin vida del esposo de ésta a su lado al haber salido despedido. Con ese acto, esa exhibición no calculada, Helen se convierte en un capricho de James, el letal conductor. Ambos se entregarán a unas reglas de sexualidad absolutamente enfermizas.
Rosanna Arquette, como Gabrielle, brinda una de sus más complejas interpretaciones. Sus contundentes y voluptuosas curvas están marcadas por metales que la recorren y ayudan a caminar, como consecuencia de sus marcadas y trágicas pasiones a toda velocidad. La joven tiene una pierna recorrida por un surco de carne que ha dejado una enorme y notoria cicatriz, que suele estar cubierta por una media cruzada. La media será desgarrada por James cuando acometa sexualmente a la joven. A retener la secuencia donde Gabrielle restriega sus (sensuales) imperfecciones por la carrocería de un Mercedes descapotable en un concesionario de automóviles ante la estupefacta mirada del vendedor.
Elías Koteas, magnífico actor canadiense, que aquellos años era el actor fetiche del compatriota, el realizador y guionista de origen armenio Atom Egoyan, quien le brindó al actor memorables papeles en filmes como El Liquidador (The Adjuster, Canadá,1991) y Exótica (Exotica, Canadá, 1994). Koteas interpreta a Vaughan, hombre recorrido en su cuerpo por cicatrices y quemaduras, que realiza patológicas reproducciones de aparatosos accidentes de circulación acontecidos a personajes famosos, como los de James Dean o Jane Mansfield.
Finalmente, el elenco actoral principal, se cierra con James Spader, alter ego del escritor autor de la novela, se llama como él. Spader nunca ha estado tan bien dirigido ni tan inspirado como en este potente filme de Cronenberg.
Premio Especial del Jurado, Festival de Cine de Cannes 1996
El filme obtuvo el premio especial del Jurado de Cannes 1996. Un Jurado presidido por Francis Ford Coppola, e integrado por gente como Michael Ballhaus, Greta Scacchi o el mencionado Atom Egoyan lo tuvo meridianamente claro. El filme fue premiado por su “audacia, atrevimiento y originalidad” en plena polémica suscitada en sus pases en dicho festival, donde fue abucheada, denostada y aplaudida a partes iguales.
En 2019 se estrenó una versión restaurada en 4K, en el Festival de Venecia, y también el Festival de Cine Fantástico de Sitges 2019.
En enero de 2021 se estrena comercialmente en España la copia restaurada, como parte de uno de los fenómenos que se experimentan en la exhibición en salas cinematográficas en tiempos de pandemia. Ante la ausencia de estrenos importantes, retrasados inexorablemente, las salas de cine optan por los reestrenos y por otorgar la posibilidad a los asistentes a las clásicas y genuinas salas cinematográficas de experimentar en la gran pantalla películas admiradas, o de descubrirlas en todo su esplendor, de la misma manera, o incluso mejor, que cuando fueron exhibidas en su momento de estreno.
Crash permanece veinticinco años después de su estreno como la flamante obra perturbadoramente magistral que es y siempre fue: un festín de orgasmos, en comunión con el dolor y la excitación que causan la carne desgarrada y las carrocerías aplastadas y sus consecuencias entre los protagonistas y otros seres extraños a su círculo, o ante la posibilidad de que comparezcan extraños a sus actos siniestramente libidinosos.