Lo que podemos esperar de ‘GODZILLA: REY DE LOS MONSTRUOS’

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Godzilla: Rey de los monstruos. Warner Bros.
Godzilla: Rey de los monstruos. Warner Bros.

Llega a los cines  Godzilla: Rey de los Monstruos.

Inmersos como estamos en la civilización de la inmediatez más descarada, los torticeros mensajes de no más de 280 caracteres y las “influencias” de una panda de indocumentados que lo mismo destrozan una estatua que envenenan a un indigente con tal de ganar notoriedad, poco margen queda para los mitos y las leyendas clásicas.

A lo sumo, sobreviven aquellas historias que son moneda de cambio habitual en las redes sociales, aunque, en su mayoría, estén tan adulteradas que poco queda del espíritu y las motivaciones que las originaron en otro tiempo y en otras circunstancias bien distintas.
¿Y qué decir de los héroes? Hoy, cualquier mamarracho, embutido en un traje que le va grande y en unos argumentos de parvulario, se cree el heredero natural de Heracles, Perseo y Jasón, sin tan siquiera ruborizarse por su sacrílega osadía.

Entenderán que, con unos argumentos tan endebles, cueste defender, no una película como Godzilla: Rey de los monstruos (Michael Dougherty, 2019), sino la propia existencia de una franquicia que comenzó en 1954 que, luego, se ha desarrollado a lo largo de treinta y cinco películas -tres de ellas producidas por estudios norteamericanos- hasta llegar a la última película que se acaba de estrenar en las pantallas de buena parte del mundo que aún está en pie.

Póster 'Godzilla. Rey de los monstruos'
Póster ‘Godzilla. Rey de los monstruos’

Sin embargo, Gojira -nombre original del personaje, antes de pasar por el tamiz anglosajón- es mucho más que una película de monstruos o “Kaiju eiga” en la lengua japonesa. El universo creado por el productor Tomoyuki Tanaka, primer impulsor de la idea, junto con el trabajo del escritor Shigeru Kayama y los guionistas Takeo Murata e Ishirō Honda -responsable de dirigir la primera película de la serie- conforma un mosaico en el que se ven reflejadas muchas de las fobias, las carencias y las inseguridades que arrastraba Japón tras el abrupto final de la Segunda Guerra Mundial.

Nadie pone en tela de juicio, hoy, que el origen del monstruo no es sino un reflejo del miedo a lo que llegaba, nada más empezar a sonar las sirenas, un terror “caído del cielo” merced a los continuos y devastadores raid aéreos norteamericanos y, en especial, al fuego abrasador desatado después. Sin embargo, Gojira es la representación simbólica e hiperbolizada del pánico y la desesperación desatados en el territorio asiático tras sufrir la devastación de los bombardeos atómicos de las ciudades de Hiroshima y Nagazaki (06.08.1945 y 09.08.1945, respectivamente), bombardeos que se cobraron más de doscientas mil vidas. Dicho esto, la posterior capitulación del imperio y el cambio de estatus que sufrió la figura del emperador -tratada, hasta ese momento, como si fuera una deidad que regía los designios del país- supusieron el casi total desmoronamiento de un rígido sistema social que había permanecido inmutable durante siglos, incluso con la llegada de los occidentales al país del sol naciente, a medidos del siglo XIX.

Gojira es, además, responsable de sacar a la superficie algunos de los más oscuros secretos de un imperio que, durante décadas, asoló el continente asiático con un expansionismo totalmente enfermizo y ciertamente genocida, por mucho que la historia se empeñe en ocultarlo. En la película de Ishirō Honda, será el personaje del Dr. Daisuke Serizawa (Akihiko Hirata) quien asuma que su invento, una bomba llamada «Oxygen Destroyer», sobrepasa los límites permitidos por una naturaleza que, luego, reclamará aquello que se le ha arrebatado. Para el científico, continuar con todo aquel sinsentido terminaría por elevar el plano de la destrucción de las ciudades japonesas durante la Segunda Guerra Mundial a un punto sin retorno y, ante tal tesitura, su elección será la de destruir un conocimiento que poco bien le puede hacer a la raza humana. La lúcida censura ejercida por el intelectual es la misma que escondió, durante décadas -y por motivos bien distintos- los nefastos experimentos desarrollados por la Unidad-731, quienes, como responsables de la misma, buscaban desarrollar un arsenal químico y biológico antes y durante la contienda bélica mundial.

Al igual que otros tantos apartados de la historia, los inhumanos procesos llevados a cabo por los científicos japoneses se diluyeron una vez que los Estados Unidos de América ofrecieron inmunidad a semejante panda de desalmados, con tal de que colaboraran con ellos y no compartieran sus conocimientos con otros países. En ambos casos, los excesos del ser humano causaron muerte y destrucción, en unos casos, dentro de un laboratorio y, en otros casos, como ocurriera con el trabajo del Dr. Daisuke Serizawa, en el mundo exterior, a imagen y semejanza de lo que sucedió con los responsables del proyecto Manhattan, creadores de las dos bombas atómicas que sellaron el final de la Segunda Guerra Mundial.

En el caso del nacimiento del monstruo -el cual fue reescrito para la versión dirigida por Gareth Edward, en el año 2014- los seres humanos están directamente relacionado con unos desmedidos experimentos que terminarán por alterar el ecosistema y la genética de una criatura que había escapado del escrutinio humano durante siglos.

Hay que tener en cuenta que, en las semanas posteriores a los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, muchos de los supervivientes consideraron todo aquello como si se tratara de una catástrofe natural (1). Gojira no es sino una criatura terrestre, transformada en una monstruosidad por culpa de la interacción humana, algo que el Dr. Daisuke Serizawa entendió tras aceptar las consecuencias de sus actos.

No quiero pasar por alto la coincidencia de fechas entre el proceso de creación de la película -una década después de los bombardeos atómicos- y un suceso que sólo sirvió para alimentar la paranoia japonesa en relación con el miedo a los efectos de la radiación. El uno de marzo del año 1954, la tripulación y la carga del pesquero japonés Daigo Fukuryū Maru –“Lucky Dragon” en lengua inglesa- fueron alcanzados por la onda expansiva resultante de la detonación de una bomba termonuclear en el atolón de Bikini, situado en las islas Marshall y dentro del test de prueba conocido como “Castle Bravo”. Los veintitrés miembros de la tripulación sufrieron el llamado Síndrome de irradiación aguda y, como resultado de todo ello, Aikichi Kuboyama, responsable de las comunicaciones del barco, murió seis meses después del incidente, convirtiéndose en la primera víctima de una bomba nuclear. (2)

Para colmo de males, la captura de atún con la que llegó el pesquero a tierra, el catorce de marzo, se descargó y se vendió para el consumo humano, otro hecho que sólo sirvió para desnudar la indefensión de la raza humana frente a los nocivos efectos de la era atómica.

Siendo todo esto cierto, la otra pata sobre la que se sustenta la creación del personaje reposa bajo la sombra del gran simio, Kong, el amo y señor de una milenaria isla, la “Isla de la Calavera”, hurtada, ésta, de las cartas de navegación humana y llevada hasta la gran pantalla, en 1933, merced al sobresaliente trabajo de Willis H. O’Brien y la pluma de Merian C. Cooper, Edgar Wallace, James Ashmore Creelman y Ruth Rose. Kong, “King Kong” o Megaprimatus Kong (3) cambió la misma percepción que se tenía de las relaciones entre el ser humano y las bestias, reinventando el mito de “la bella y la bestia”, pero dejando muy claro que la naturaleza, por callada que pueda parecer, siempre deja bien claro quién es la que manda en nuestro planeta. Aquel enorme simio, capaz de escalar las paredes del Empire State Building neoyorkino como si se tratara de un árbol cualquiera, puso en solfa el predominio de la raza humana en el globo terrestre, tan sólo con su gigantesca e incontestable impronta.

La película de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack (R.K.O. 1933) introdujo el concepto de una raza de animales prehistóricos, los cuales podían disputarle al ser humano su papel protagonista en la evolución. Kong no estaba sólo en la isla en la que vivía. Dos décadas después, un titán llegado desde las profundidades del océano colocó una piedra más en el muro que separa al hombre de los monstruos milenarios y de tamaño mega-extra-grande.

Hay que añadir que, en esa misma década, el alumno aventajado de Willis H. O’Brien, Ray Harryhausen, había llevado hasta los cines al Monstruo de tiempos remotos (Eugène Lourié, 1953), un claro antecedente del monstruo japonés, al igual que lo serían las desafiantes hormigas protagonistas de la película La humanidad en peligro (Gordon Douglas, 1954), cinta estrenada cinco meses antes de la película de Ishirō Honda. En ambos casos, las películas son sólo una muestra más del miedo y la histeria desatadas después de que la súper fortaleza B-29-45-MO “Enola Gay” dejara caer a “Little Boy”, nombre en clave de la primera bomba atómica utilizada en la historia contemporánea.

Susan Sontag escribió, en 1965, un ensayo titulado “The Imagination of Disaster!”, el cual forma parte del libro Against Interpretation and Other Essays. En éste describe una variedad de características que define a una película de ciencia ficción. Lo primero, y más importante, es que Sontag argumenta que “las películas de ciencia ficción no tratan acerca de ciencia, sino acerca de desastres y focalizan la atención en la estética de la destrucción.” La definición de Sontag incluye una notable falta de terror, un elemento moral significativo, la ciencia expuesta como fuerza unificadora y una belicosidad palpable. (4)

Todo estos elementos citados por la escritora -incluyendo los baldíos esfuerzos de un estamento militar que, emulando al ingenioso hidalgo Don Quijote, pretende doblegar al gigante con una maquinaria bélica incapaz de hacer frente a una fuerza de la naturaleza de más de cien metros de altura, alimentada con la misma radiación que selló el final de la Segunda Guerra Mundial- se pueden aplicar al proceso de creación y posterior desarrollo del personaje y la imaginería sobre la que se sustenta el mito original de Gojira, antes de llegar al mercado que, por cambiar, no solamente cambió el montaje original de Taichi Taira, sino el propio nombre de la criatura.

Por último, y tal como muy bien explica Jason Barr en su libro The Kaiju Film. A critical study of the cinema´s biggest monsters (5) la estructura narrativa de Gojira está intrínsecamente relacionada con el teatro Kabuki japonés. Las obras kabuki se identifican por tener un comienzo muy lento que crece en intensidad hasta llegar al clímax de la acción y se disipa rápidamente. Si nos fijamos en la franquicia de Godzilla (Gojira), la película original, Gojira (1954) no nos muestra al monstruo en su inmensidad hasta pasados los primeros 45 minutos. Luego sí que lo vemos, para regocijo de todos los espectadores, a mitad de la cinta. Es más, Godzilla, en su película original aparece unos ocho minutos en una cinta de 96 minutos.

Resulta cuanto menos curioso, por no decir, esperpéntico, que muchas de las críticas que debió soportar el director Gareth Edwards cuando éste se hizo cargo de la segunda versión americana del personaje, estrenada hace un lustro, se fundamentaban es una estructura narrativa demasiado lenta y que no “enseñaba al monstruo hasta pasada una hora de metraje”… Quienes vomitaron dichas críticas pasaron por alto que la película del director británico solamente “copiaba” al Gojira original, en vez de desvirtuarlo -algo que sí pasaba en la versión de 1998- queriendo, con todo ello, respetar las enseñanzas de quienes se hicieron cargo del devenir del monstruo antes que él. En realidad, esto suele ser habitual cuando, quienes se han pasado décadas satanizando un género, deben tragarse sus argumentos y tratar de demostrar unos conocimientos que, como dice el proverbio latino: “Quod natura non dat, Salmantica non præstat”.

Intuyo, vista la segunda película de la saga -tercera, si se tiene en cuenta la influencia de la agencia Monarch y su relación directa con Kong: La Isla Calavera (Jordan Vogt-Roberts, 2017)- que los responsables del guion, Max Borenstein, Zach Shields y Michael Dougherty -en su doble papel de realizador y escritor- fue la de beber de una de las mejores películas de las saga original, Gojira, Mosura, Kingu Gidorâ: Daikaijû sôkôgeki (Shûsuke Kaneko, 2001).

En dicha entrega se juntan tres de los titanes más famosos de la historia de las películas Kaiju japoneses; es decir, Gojira, Mosura -conocida en occidente como Mothra (6)- y Kingu Gidorâ (7), el enorme dragón alado de tres cabezas, llegado del especio exterior, aunque siempre presente en la mitología humana más ancestral.

Póster de 'Godzilla. Rey de los monstruos' dedicado a Mothra. Warner Bros.
Póster de ‘Godzilla. Rey de los monstruos’ dedicado a Mothra. Warner Bros.

Los responsables de Godzilla: Rey de los monstruos recurrieron, además, al titán alado Rodan (8) -llevado a la gran pantalla por Ishirô Honda dos años después del estreno de Gojira en Japón- para presentar un tablero de juego en el que lo espectacular se queda corto ante la intensidad de la batalla que libran todos estos ancestrales antagonistas.
Puede que en ese afán por tratar de ser respetuosos con el legado de una saga tan longeva como ésta resida el mayor “pecado” de éstas dos últimas producciones occidentales. Nadie podrá negar que la grandilocuencia cinematográfica, tal del gusto de los distribuidores y los exhibidores, se deja notar desde los instantes iniciales de Godzilla: Rey de los monstruos.

Sin embargo, en la película de Michael Dougherty, como también sucede -y en mayor medida- en la película de Gareth Edwards, hay tiempo para muchas más cosas, sobre todo cuando el Dr. Ishiro Serizawa (Ken Watanabe) aparece en escena. Él, junto con sus colegas, las doctoras Dr. Ilene Chen y Dr. Ling (Ziyi Zhang) son las únicos que entienden en qué escenario se están moviendo y contra quiénes se enfrentan. Además, el Dr. Ishiro Serizawa es un digno heredero de la lucidez que demuestra el también doctor Daisuke Serizawa, en la primera entrega de la franquicia, merced al reloj (9) que el primero heredó de su padre, una de las víctimas del bombardeo de la ciudad japonesa de Hiroshima.

Para la doctora Emma Russell (Vera Farmiga) y su marido, Mark (Kyle Chandler) todas aquellas criaturas, desafiantes, pero, igualmente atractivas, son su objeto de estudio. No una presencia que, desde su más tierna infancia -y por motivos bien distintos a los de los investigadores americanos- se ha repetido de manera recurrente en las vidas de Ishiro Serizawa y de las doctoras Ilene Chen y Ling.

Madison Russell, por su parte, (Millie Bobby Brown) es una niña 1.5 y su forma de entender el mundo cambió, cinco años atrás, y seguirá viviendo con la imagen y la impronta de Godzilla y el resto de los titanes con los que interactúa.

En realidad, tanto Godzilla (2014) como Godzilla: Rey de los monstruos pretenden servir de tarjeta de presentación, y en pantalla grande -justo en el momento de mayor presión por las plataformas televisivas- para una nueva generación de espectadores que ni creció y ni desarrolló sus gustos estéticos con la franquicia original. Algunos podrán tacharlas de nostálgicas y carentes de sentido para un tiempo en donde lo cotidiano quiere ocupar el espacio por el que el séptimo arte se desarrolló, sobre todo por visionarios como el GRAN Marie Georges Jean Méliès, bajo la premisa de que todo es posible de mostrar en una pantalla, incluso los sueños más disparatados y delirantes.

¿Y qué puede haber más delirante, desmesurado y atractivo, a la misma vez, que un enorme dinosaurio, alterado por la radiación atómica y que mide 120 metros de alto? (9)

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019
© 2019 Toho Company, Warner Bros., Legendary Entertainment & Wanda Qingdao Studios
Notas:
1- Dower, J. W. (2014). Ways of forgetting, ways of Remembering: Japan in the modern world (2nd ed.). New York, NY: The New Press.
2- Krieger, D. (2014, February 27). Castle Bravo: Sixty Years of Nuclear Pain. Retrieved from http://www.wagingpeace.org/castle-bravo-sixty-years-of-nuclear-pain/
3- Workshop, W. (2005). The world of Kong: A natural history of Skull Island (1st ed.). New York, NY: Pocket Books.
4- Sontag, S. (2013). Against Interpretation and Other Essays. London: Penguin.
https://americanfuturesiup.files.wordpress.com/2013/01/sontag-the-imagination-of-disaster.pdf
5- Barr, J. (2016). The kaiju film: A critical study of cinema´s biggest monsters (1st ed.). Jefferson, NC: McFarland & Company,
6- Mosura (Ishirô Honda, 1961)
7- San daikaijû: Chikyû saidai no kessen (Ishirô Honda, 1964)
8- Sora no daikaijû Radon (1956)
9- Las agujas del reloj se detuvieron a las 08.16 AM hora de Japón, el seis de agosto del año 1945.
10- Alonso, Á. (2014, May 09). Comparativa de tamaño entre los distintos Godzilla. Retrieved from https://www.hobbyconsolas.com/noticias/comparativa-tamano-entre-distintos-godzilla-71056