El estado de Oklahoma en Estados Unidos, con una media de 54 tornados al año, es uno de los lugares del mundo con una mayor tasa de estos fenómenos meteorológicos. La capacidad destructiva de estas columnas de aire es catastrófica y suele afectar a muchas pequeñas poblaciones sobre todo rurales, dedicadas a la agricultura y al ganado. No es de extrañar, por lo tanto, que Frank L. Baum convirtiera a Kansas, una de estos pueblos del estado de Oklahoma como el lugar natal de Dorothy en El Mago de Oz y que fuera precisamente un tornado lo que llevara a la niña y su perro Toto al Maravilloso Mundo de Oz. No es extraño que la acción de Twister, película de 1996, y de su tardía secuela, Twisters, esté también ambientada en el estado de Oklahoma. Y no es extraño que exista un hilo cultural entre estas tres obras. El tornado va en su ADN.

28 años después

Resulta llamativo que después del éxito de taquilla que supuso Twister en 1996, no se diera rápidamente luz verde a una segunda parte. Bill Paxton, protagonista de la cinta, intentó sacar adelante el proyecto e incluso llegó a incorporar a su amigo James Cameron, pero la producción nunca salió adelante.

Menos llamativo es que sea ahora, 28 años después, que esa secuela llega a las pantallas. El momento de nostalgia cinéfila que vivimos ha servido para lanzar varias secuelas tardías de títulos, que tal vez no sean clásicos, o películas de culto, pero cuyo éxito comercial en su momento y su valor como cinta de referencia generacional hacen que ahora sea el momento adecuado para resucitar la franquicia. Pasó con Jumanji, con Los Cazafantasmas, con Top Gun, con Mad Max y, próximamente, con Bitelchús.

La Twister original se basaba en el fenómeno de los cazadores de tornados, personas apasionadas por estos fenómenos que se dedican a acudir allí donde surge uno, en ocasiones por una mera cuestión morbosa, otras con un cierto respaldo científico, con la intención de comprender su comportamiento y de paso aprender a predecirlos y paliar sus efectos.

Una nueva versión del éxito en taquilla de 1996

Aunque Twisters, la secuela, bebe mucho de la original y ofrece muchos guiños reconocibles por los fans de la película de 1996, lo cierto es que esta trama no tiene ningún hilo de unión con la anterior. No hay cameos inesperados, ni personajes que son hijos o discípulos de. Esta segunda parte afianza el discurso medioambiental y sobre los efectos del cambio climático, al mismo tiempo que suma una denuncia contra las grandes corporaciones neoliberales que se aprovechan de la tragedia para comprar terrenos a bajo costo.

Sin embargo, como su predecesora, Twisters no pretende ser ni una película de discurso, ni un documental de corte científico (lo que pudiera haber del espíritu del creador original del proyecto, el escritor Michael Crichton, en la primera entrega, aquí ya está ampliamente diluido).

Su propósito es componer una película de aventuras, de ritmo frenético y grandes efectos especiales, protagonizada por dos actores solventes, pero sobre los que pesa más su atractivo físico y su carisma que sus habilidades interpretativas.

Dirigida por Lee Isaac Chung

Si en 1996 el director escogido fue Jan DeBont, quien venía del éxito de su debut como director con Speed, aquí llama la atención que se haya escogido a Lee Isaac Chung, doblemente nominado a los Oscars en 2021 por su película intimista y de corte autobiográfico Minari. Historia de mi Familia. Aún así, Chung cumple con soltura en el terreno de la narración palomitera de una superproducción veraniega.

Todo en Twisters resulta predecible y esperado, su guion es simple y hasta bobo, sin embargo, logra mantener muy bien el interés el espectador. Los actores tienen química y son fotogénicos; el tono aventurero que se impregna a la narrativa es puro entretenimiento; la combinación de imágenes rodadas en localizaciones reales de Oklahoma (¡y en 35mm!) con las imágenes generadas por ordenador funcionan a la perfección, aportando sentido de la maravilla y el impacto del poder de la naturaleza en el espectador.

A esto se suma una espléndida fotografía de Dan Mindel y una dinámica partitura de Benjamin Wallfisch, quien ha sabido recoger el testigo del Mark Mancina de la primera entrega.

Estamos en verano, y el calor y las vacaciones parece que nos piden otro tipo de propuestas cinematográficas. Twisters responde a ello. Es una película con una factura correcta, impulsada por su intención de entretener al espectador y que nos aporta la emoción propia para esta temporada estival.