Pete Mitchell, alias ‘Maverick’, no solo fue el papel que terminó de lanzar al estrellato a Tom Cruise, también pasó a ser uno de los héroes cinematográficos más representativos de aquel periodo histórico en Estados Unidos. Pongámonos en situación. Año 1986, Ronald Reagan lleva cinco años como presidente del país, acaba de revalidar su mandato con el apoyo incondicional de su partido y obteniendo una victoria demoledora contra el candidato demócrata Walter Mondale. Las políticas conservadoras, proteccionistas y neoliberales del exactor de Hollywood encandilaban a la sociedad estadounidense, mientras la amenaza del enemigo exterior, con la Guerra Fría aún en marcha, aunque Gorbachov ya había iniciado el proceso reformista conocido como el Glásnost y la Perestroika.

En los cines no sólo Top Gun seguía lanzando mensajes victoriosos al pueblo americano en su confrontación contra los rusos. Un año antes del estreno de la cinta de Tony Scott, Sylvester Stallone había llevado a Rocky Balboa a la mismísima Unión Soviética para enfrentarse a Iván Drago en Rocky IV y, como éste, había multitud de ejemplos de películas con las que Hollywood se apuntaba al discurso oficial contra el comunismo ruso. Podemos decir por lo tanto que en 1986 Top Gun era una película coyuntural. ¿Tenía, por lo tanto, sentido una secuela 36 años más tarde? Pues, Tom Cruise nos acaba de demostrar que sí.

LOS VIEJOS PILOTOS NUNCA MUEREN

Maverick era el prototipo de héroe de los 80: hábil, atractivo, rebelde, individualista, con una personalidad exuberante que respondía a un trauma de su pasado. Por otro lado, fue el personaje que estableció las cuatro constantes básicas del cine de Tom Cruise y que se siguen manteniendo en Top Gun. Maverick (Ray Bans, Moto, Escena sin camisa y Escena corriendo). ¿Hubiese sido Tom Cruise una gran estrella estos 36 años sin este personaje? Seguramente sí, pero no hubiese sido la misma. La estela de Maverick la podemos encontrar, de una manera u otra, en muchísimos de sus personajes posteriores del actor. Recordemos, por ejemplo, el trauma paterno-filial que marca a su personaje en Algunos Hombres Buenos o la facilidad para salirse de las normas y actuar por su cuenta del Ethan Hunt de Misión Imposible.

Por supuesto, para esta secuela no se podía rescatar al mismo personaje, tal y como lo dejamos en 1986, y el efecto del tiempo marca algunos de los nuevos aspectos que le definen, nuevos aspectos que, por otro lado, cambian las cosas para dejarlas igual. Ya no hay huella de aquella sombra del padre, pero sí de la culpabilidad por la pérdida de su mejor amigo y la sensación de padre fracasado del hijo de aquel. Ahora Maverick no es el rey del mambo, sino un vestigio del pasado que se niega a desaparecer. Si en 1986 su rebeldía era por romper los moldes establecidos y mirar al futuro; ahora la rebeldía es por no dejar desaparecer un estilo de vida y un modo de aviación obsoleto por la tecnología. Eso sí, la iconografía sigue intacta: las gafas de sol, la chaqueta de aviador con los parches, la entrada en moto y sin casco. Desde la primera secuencia, la película viene a dejarnos claro que seguimos encontrando a aquel personaje que nos fascinó en 1986.

LA IMITACIÓN ES EL MEJOR HOMENAJE

Top Gun. Maverick se apunta al modelo de secuela tardía actual. Básicamente es la misma trama de la original, actualizada en algunos conceptos; los guiños visuales a la original y el rescate de algunas de sus citas más recordadas está a la orden del día; hay nuevos personajes, pero estos son extrapolables a los de 1986. Definitivamente, quien se acerque a la sala esperando una película nueva y original, se ha equivocado de concepto.

Dedicada a la memoria de Tony Scott (fallecido en 2012), la película ha sido dirigida por Joseph Kosinski, cineasta en absoluto ajeno al tributo nostálgico (Tron. Legacy), quien aquí asume su posición como médium cinematográfico para encarnar la narrativa del director original. Desde el principio, la película despliega el estilo visual y narrativo de Tony Scott, y más concretamente, del Tony Scott de la década de los 80, antes de que se adentrara en el lenguaje aún más desaforado y postmoderno de sus últimos trabajos como El Fuego de la Venganza o Domino.

Hasta en el apartado musical, la cinta destila molonidad ochentera. No sólo regresan Kenny Loggins y Harold Faltermeyer para revisitar sus temas del pasado, sino que la incorporación de Hans Zimmer y Lady Gaga no busca darle un sonido contemporáneo a la película, sino que entran de lleno en este ceremonial nostálgico. Si bien el uso de sintetizadores a día de hoy está a la orden del día en la música para el cine, con el propio Zimmer como líder absoluto de esta tendencia, aquí lo que volvemos a escuchar son las sonoridades y los ritmos de la cinta original, adaptados a las nuevas imágenes y acompañados por temas incidentales herederos de aquellos.

SI PIENSAS, ESTÁS MUERTO

Como en la cinta original, aquí tanta chulería tenía que aflojar por algún sitio y el punto débil de ese maquinaria de combate que es Top Gun. Maverick está en lo endeble de su guion. Esa trama de übermenschs en busca de la gloria como pilotos no aparta su itinerario demasiado de lo ya narrado en 1986. Los personajes secundarios, con la excepción (siendo generosos) de Rooster (Miles Teller), son absolutamente estereotipados y olvidables. Se intenta dar una patina de modernidad introduciendo mujeres piloto, pero su relevancia en la trama es tan nula que de poco sirve.

Una actriz del peso de Jennifer Connelly está absolutamente desaprovechada en esta película, donde su labor no excede en ningún momento de ser el interés amoroso del protagonista. Al menos, en el 86, el personaje de Kelly McGillis tenía algo más de enjundia al tratarse de un oficial superior y porque ejercía de brújula moral del personaje de Maverick. Aquí, la subtrama de Penny Benjamin resulta más un relleno necesario para mantener la imagen de galán del protagonista y del actor que lo interpreta.

Top Gun: Maverick
Top Gun: Maverick

Esta indefinición de los personajes secundarios tiene, eso sí, una excepción fundamental, y es la emotiva secuencia entre Maverick y Iceman. El reencuentro entre los antiguos rivales no sólo es el gran momento emotivo de la cinta, sino que con un sencillo plano/ contraplano adquiere un peso narrativo tan impactante como todas las secuencias de vuelo.

LA NECESIDAD DE VELOCIDAD

Asumiendo lo anterior, vamos a lo verdaderamente relevante. La cuestión es que, más allá de las múltiples lecturas que se puedan sacar tanto a la original como a esta película, lo cierto es que “Top Gun” no es entretenimiento intelectual, es espectáculo cinético. Si triunfó en los 80 y si triunfa ahora es por la espectacularidad de sus imágenes y por el deslumbrante empleo de aviones de combate reales para las secuencias de vuelo, máxime cuando sabes que es el propio Tom Cruise quien pilota su avión.

Como decíamos, la puesta en escena de Kosinski es deudora de la narrativa de Tony Scott en la original, sin embargo, si en algo han querido sacar partido del paso del tiempo es en el avance de las técnicas de filmación. El desarrollo de tecnología para mantener la cámara lo más cercana a los aviones, el alucinante despliegue visual en la colocación de los aviones para generar planos generales de auténtico impacto, la extraordinaria labor de montaje para que cada secuencia de vuelo sea un auténtico gozo cinéfilo, y la apuesta personal de Tom Cruise para que la película sea un auténtico homenaje al arte de disfrutar de una película en una sala de cine, con una gran pantalla y un sonido subyugante, como si la fuerza G te estuviera afectando a ti también, son impagables. Sí, Top Gun. Maverick es puro artificio, pero ¡menudo artificio, que nos vuelve a colocar en la butaca como si tuviéramos 10 años!

Como Maverick, es posible que este tipo de cine tenga los días contados frente al auge revolucionario de las plataformas y nuevas formas de ocio audiovisual, pero Top Gun. Maverick nos recuerda que ese momento, inevitable, aún no ha llegado y que la vieja escuela aún no ha disparado la última bala.