EL Universo Expandido de DC no ha tenido demasiada fortuna en la gran pantalla. Desde el reinicio comenzado con El Hombre de Acero no ha hecho mas que recibir críticas negativas. Únicamente Wonder Woman se salvó de la quema, aunque la reunión de todos los superhéroes con La Liga de la Justicia se saldó con un rotundo fracaso. Ahora le ha tocado el turno a Aquaman, que partía con el hándicap de ser el personaje menos popular del famoso supergrupo, aunque el cambio de imagen aportado por la elección de Jason Momoa ha dado al Rey de Atlantis otra enjundia, y desde luego más carisma de la que se le reconocía al superhéroe clásico.

La película dirigida por James Wan se aparta de toda la trama previa y opta por funcionar de manera independiente a modo de historia de orígenes.

Con un guion nefasto, cargado de momentos ridículos y diálogos totalmente risibles, y un metraje que se alarga hasta las dos horas y media, James Wan se empeña en darle la vuelta a la tortilla y convertir ese desaguisado en un demoledor y delirante espectáculo pop repleto de luces y alucinantes movimientos de cámara.

La puesta en escena de Aquaman es tan recargada, tan autoconsciente de lo ridículo de lo que está contando, que en lugar de tratar de esconderlo, lo potencia aún más con la esperanza de transformarlo en asombro (y en algunos tramos lo consigue).

Por su parte, la partitura musical de Rupert Gregson Williams aporta al conjunto un ritmo y un sentimiento de aventura camp que envuelve a las imágenes de manera emocionante.

No podemos decir que Wan haya salvado a la película, pero sí que ha conseguido hacer del desastre un viaje divertido y disfrutable.

Póster de 'Aquaman'.
Póster de ‘Aquaman’.