Con Malasaña 32, Albert Pintó (en su primer largometraje en solitario, aunque es de rigor hacer mención al que ha sido su cómplice en el crimen hasta ahora, Caye Casas) se suma a esa línea de terror clásico que lidera James Wan con Expediente Warren a nivel internacional y que en España ha tenido extraordinarios referentes como Verónica de Paco Plaza.
Las tres películas tienen otros puntos en común, como el encontrar la inspiración en hechos reales. Como en aquellas, aquí el sentido de culpabilidad y el peso de una moralidad heredada de una época más conservadora generan todo tipo de monstruos.
Para transmitirnos esto, Pintó recurre a la construcción del suspense y el terror con una puesta en escena sobria pero expresiva, la conjunción de los efectos digitales y prácticos, el montaje y el sonido para subyugar al espectador, o la excelente labor de todo el reparto principal (con especial mención a una estupenda Begoña Vargas, además de todo el cariño y la admiración que le profesamos a José Luis de Madariaga).
Los apuntes de humor (por lo general a cargo de un Javier Botet que no sólo encarna a la criatura sobrenatural) no entorpecen el conjunto y ayudan a aliviar la intensidad de la narración. Todo esto hace que la cinta funcione como el mecanismo de un reloj, donde el nivel de tensión se manifiesta desde el minuto uno, manteniendo al espectador anclado en la butaca hasta el final, sin apenas respiro. Sin duda, un magnífico arranque para el cine nacional en este 2020.