Kill Boy llega a las carteleras con intención de ofrecer una opera bufa, grotesca, desmesurada y sangrienta, una especia de cruce entre John Wick y The Boys, pero sin llegar a ser ni lo uno, ni lo otro.
Desde un principio, esta película, opera prima del debutante Moritz Mohr, deja claro los parámetros por los que se va a desenvolver. Su tono de comedia negra y absurda avisa de que nada de lo que vayamos a ver a continuación hay que tomárselo en serio y que el propósito del viaje es pasar un buen rato, divertirse y reírse con un humor de trazo grueso, al mismo tiempo que el director se esmera en dar empaque postmoderno a las secuencias de acción, cruzando artes marciales, parkour, tiroteos.
Acción frenética
La puesta en escena es dinámica, con planos en continuo movimiento, montaje adrenalínico y jugando con las perspectivas. El reparto está repleto de rostros conocidos, algunos emergentes, otros replegando ya su periodo de fama, pero eficaces.
Bill Skarsgård hace un gran esfuerzo físico por acompañar a su personaje y ya de paso alejarse de la sombra de Pennywise. Como si de un dibujo animado de la Warner se tratara, el actor afronta todo tipo de retos físicos imposibles mientras mantiene cierta imperturbabilidad en el rostro. La voz en off del protagonista, interpretada por H. Jon Benjamin (recordado por su personaje de Bob Belcher) ofrece un distanciamiento cómico entre los comentarios internos del protagonista, la acción o su propio físico.
Todo está ideado para parecer rompedor e irreverente, desde el tono bufonesco hasta las escenas grotescamente gore. Y hasta ahí, como entretenimiento, puede resultar efectivo. Sin embargo, no le pidamos mayor trascendencia a esta película. Pese a sus ínfulas de originalidad, lo cierto es que el guion no se sale de lo manido y la sensación de deja vú acompaña a toda la película, sin alcanzar el tono irreverente y provocador que pretende simular.
En conjunto, una cinta para pasar el rato, pero sin nada especialmente notable que haga que perdure en nuestra memoria.
