Supongo que todos recordaremos Centauros del Desierto (The Searchers, EEUU, 1956), ese memorable western dirigido por John Ford (que vamos a darnos el gustazo de ver en la gran pantalla el próximo 20 de diciembre en Multicines Tenerife), uno de los grandes maestros de la historia del cine. El filme comenzaba y terminaba con la cámara emplazada en plano medio ante el marco de la puerta a la entrada de la casa de los Edwards, donde el errante Ethan llegaba al comienzo del filme, se asomaba y se colocaba en dicho marco, entrando a la casa con la familia de su hermano después de ser recibido.
El filme comenzaba con esa llegada del jinete, claramente desencantado, magníficamente expresado por un John Wayne como pocas veces hemos visto, que había luchado en la guerra de Secesión en el lado de la Confederación, y del lado de Maximiliano en México (según Ford le dice a Peter Bogdanovich en su libro entrevista). El metraje concluía con el rescate de la joven Debbie (Nathalie Wood) de los indios comanches, y la entrega a los familiares más cercanos, en el mismo marco de la puerta, ante el mismo porche, con el mismo paisaje desértico detrás, ante el mismo tiro de cámara, y con Ethan, igualmente, en el marco de la puerta, sin que esta vez Ethan entre a la casa. Al contrario, mira hacia el interior, podría entrar y quedarse. Sin embargo, se da la media vuelta y se aleja cabalgando como mismo había llegado al comienzo del filme.
El lugar es un personaje más
Bien, pues si son tan amables, cerremos los ojos e imaginemos a Ethan en el marco de esa puerta y la cámara frente a él. ¿Ya? Ahora imaginemos que toda la película del maestro Ford transcurre delante de la cámara, y en ese mismo escenario, en ese mismo marco de la puerta ante el mismo encuadre. Por él pasan los indios, los colonos, los búfalos, la caballería, los poblados indios, las mentes insanas de las mujeres rescatadas de los poblados indios. El resultado, al menos en términos formales, podría ser perfectamente Here (Aquí) (Here, EEUU, 2024), la nueva película de Robert Zemeckis.
Estaríamos ante un “Cinema Speculation”, que diría Quentin Tarantino, pero es posible especular con la idea de que algo así pensaría (e imaginaría) Robert Zemeckis a la hora de ponerse, como Miguel Ángel, ante el trozo de mármol del que saldría el famoso David, o como John Ford a la hora de idear los simétricos planos de apertura y cierre de Centauros del Desierto.
En una de tantas conversaciones con el escritor Víctor Conde (cuyo verdadero nombre es Alfredo), creo recordar que tuvo lugar en 2023, este cronista le había dicho que la última obra maestra de Zemeckis es El Vuelo, en su opinión. Personalmente es una película que me encanta. Me gusta mucho la planificación del accidente de avión, y su marcado tono de tragedia más allá de la simple pirotecnia, me encanta Denzel Washington, ese plano de la mano suya cogiendo finalmente la botella de vodka, después de que la cámara aguante unos segundos el encuadre de la misma, y me encanta toda la cuestión jurídica, la defensa de los intereses del piloto por parte de Charlie Anderson, el abogado interpretado por Bruce Greenwood. Alfredo decía, sí, pero ¿de cuándo es El Vuelo? Dejando sombreada en el aire, sus cualidades literarias llegan a ese nivel en medio de una conversación, una terrible verdad. ¿Desde cuando Robert Zemeckis no dirige una obra maestra? Preguntaba retóricamente el literato.
Bienvenidos a Marwen (Welcome to Marwen, EEUU, 2018) y Las Brujas de Road Dahl (The Witches, EEUU, 2020), no lo eran. La respuesta, al menos para mí, no puede ser más satisfactoria. Cierto es que hacía mucho tiempo (más de 12 años) que Zemeckis no entregaba una obra maestra. Creo que Here (Aquí) es esa obra magna que todos esperábamos de él, y además, constituye toda una delicia de película.
Es evidente que Zemeckis es un cineasta de los sentimientos, como buen alumno y discípulo de Steven Spielberg su “hermano mayor” en el arte de cultivar las imágenes. La circunstancia de que Spielberg haya upado a un joven y ambicioso aspirante a realizador a finales de los años 70, y que haya puesto en sus manos a mediados de la década siguiente toda una trilogía de éxito, no resta el menor valor a Zemeckis como ese maravilloso creador de imágenes que es.
Amante de los retos técnicos, su filmografía está plagada de imágenes para la historia. Ese plano por el hueco de la escalera de Lo que la verdad esconde (What Lies Beneath, EEUU, 2000), o ese travelling hacia atrás, delante del personaje de Ellie Arroway el personaje que encarna Jodie Foster de adulta, cuando corre, a cámara lenta, para recoger las pastillas de su madre que yace en el salón, en Contact (EEUU, 1998), plano que, cuando la joven llega al baño, el plano en retroceso que llevábamos unos minutos viendo se convierte (gracias a la técnica digital) en el reflejo del espejo de la puerta del armario del servicio donde está lo que busca, o ese paseo por las dos torres gemelas en El Desafío (The Walk, EEUU, 2015), que tan mal nos lo hizo pasar, por la sensación de vértigo más que real, que nos creó el astuto emplazamiento de la cámara.
No soy demasiado fan de Forrest Gump (EEUU, 1994), espero no ganarme la excomunión por tamaña y osada afirmación, creo que, como diría Winston Churchill respecto al golf, es “la mejor manera de estropear un bonito paseo” por la América más reivindicativa de los años 60 y 70, pasando demasiado “por arriba” de todo, es decir, con demasiada ligereza y llenándolo de la (para mí gratuita) comicidad de ver la cara de Hanks en cada momento clave, ya sea en la segregación de las escuelas del sur del país o ante el edificio Watergate o en la marcha sobre Washington. Sinceramente todavía hoy no le veo la gracia a la caricatura sobre tan importantes momentos. Todo ello sin perjuicio de que el filme de 1994 a nivel técnico es absolutamente prodigioso.
Un viaje cinematográfico en el tiempo
¡Dios! Y llegó Here. Mismos actores principales, Tom Hanks y Robin Wright, mismo director de fotografía Don Burgess, mismo compositor de la banda sonora, Alan Silvestri, mismos guionistas Eric Roth y el propio Zemeckis, texto que, igualmente, posee un material de partida, en este caso una novela gráfica.
El resultado es una emocionante, emotiva y magistral lección de cine. Un filme emprendido, así me transmitieron sus imágenes, con unas ganas, con un hambre, con una pasión… de un cineasta claramente jovial e ilusionado con las infinitas posibilidades de la séptima de las artes. Un solo tiro de cámara, un mismo lugar por los siglos de los siglos, desde que los dinosaurios fueron expulsados del planeta, hasta el presente milenio, pasando por la ocupación de una tribu india, escenificado en una pareja construyendo una vida juntos, la edificación, primero de una casa colonial frente a una plantación al fondo del plano, en los tiempos de la guerra de la independencia de EEUU, el levantamiento de la casa donde el grueso del filme tiene lugar.
Efectos de rejuvenecimiento creados en directo y en tiempo real
De principios del siglo XX, pasamos a la postguerra de la Segunda guerra mundial, o a la era de la lucha por los derechos civiles y la guerra de Vietnam, o el fin de año de 2003… y regresamos a comienzos del siglo en una conversación sobre el sufragismo, o a los tiempos de la pareja india. Todo ocurre siempre “Aquí”, ante nosotros los espectadores, en el mismo lugar, bajo el mismo emplazamiento de la cámara. Delante del teleobjetivo desfilan las vidas de aquellas personas que estuvieron ahí, o aquí, que entran y salen del plano, que hablan, ríen, gritan, lloran, comen, ven la televisión, escuchan la radio, hablan por teléfono, pintan, discuten y, sobre todo, sienten. La técnica de rejuvenecimiento de los rostros de Hanks y Wright es perfecta esta vez, frente al oscarizado filme de 1994, donde todo era mucho menos creíble a ese nivel, aunque no estaban nada mal aquellos efectos especiales.
Probablemente no gustará mucho, porque puede parecer una exposición demasiado prolongada de la vida misma, casi como si una película de Eric Rohmer se tratase, que eran definidas por aquél entrañable detective de los años 70, Harry Mosely (rostro de Gene Hackman), de manera implacable. Para Mosely en el filme La Noche se mueve (Night Moves, EEUU, 1975), de Arthur Penn, ver un filme del realizador francés era como “sentarse a ver crecer la hierba”. La recepción, buena o mala no restará un ápice a la magnificencia y el buen gusto que recorre cada imagen, meticulosamente preparada.
Ambientada en una única habitación
Aparte de manejar hábilmente los hilos de las emociones como nadie, y de las diferentes sensaciones de hogar que sienten los personajes en el salón de la casa, el filme es modélico a la hora de retratar el paso del tiempo y los efectos en las vidas de seres humanos comunes, sin grandes aspiraciones, con sus flaquezas, sus bondades, defectos y virtudes, enfrentándose a los devenires habituales de la vida, o esgrimiendo los efectos de aquello que les ocurre o deciden fuera de plano. Siempre en el mismo lugar y en el mismo encuadre, saltando de un tiempo a otro, de unos personajes a otros, conviviendo en ocasiones varios planos de distintas épocas superponiéndose unos planos a otros.
El juego es preciso, además de precioso, y está llevado a cabo con una gracia y sensibilidad, que dejaron perplejo y sacudido emocionalmente a un humilde cinéfilo, durante toda la tarde-noche de domingo 8 de diciembre de 2024, rendido ante tanta belleza e inteligencia.
Pues sí, Zemeckis es uno de los grandes maestros del séptimo arte. Irregular, por supuesto, y no siempre da con el “toque” que llevan sus alardes técnicos. Personalmente no estoy demasiado dispuesto a “perdonarle” que Beowulf (EEUU, 2007), no fuese una emocionante película de acción real, creo que la animación era innecesaria, esta vez. Puedo comprenderla en Polar Express (EEUU, 2004) que tuve la gran suerte de ver en una sala IMAX, y disfrutarla y mucho en Cuento de Navidad (A Christmas Carol, EEUU, 2009), versión que adoro literalmente y que en 3D luce maravillosamente.
En fin, si no han ido a ver Here, no se la pierdan. Hay que verla en la oscuridad de la gran pantalla sentarse como quien está ante una obra maestra de Caravaggio, Van Gogh o Turner y dejarse seducir por ella poco a poco, sin prisa.
Nos preguntaremos en un momento determinado: pero, ¿realmente Robert Zemeckis no va a mover la cámara en ningún momento? ¿En serio? La respuesta a esa pregunta… llegará… en su debido momento…