Resulta curioso cómo las adaptaciones del cómic y de los videojuegos al cine han compartido tantos elementos en común, especialmente a la hora de referirnos a las resistencias que suponía el trasvase de un medio a otro. Durante décadas, cada nuevo intento parecía condenado al fracaso y estaba la creencia de que, pese a todo, el lenguaje de cada uno de esos medios era intraducible al formato cinematográfico. Si bien el cómic parece haber superado definitivamente aquella fase, lo cierto es que es ahora cuando los videojuegos parecen estar empezando a afinar su equivalencia en el cine.

HERMANO PEQUEÑO, HERMANO MAYOR

Podemos decir que el principal escollo al que se enfrentaban estas adaptaciones era tecnológico. Tanto el cómic como los videojuegos ofrecían universos difícilmente traducibles al cine salvo en animación o ya con la llegada de la tecnología digital. Por supuesto, la entrada de las imágenes generadas por ordenador y el perfeccionamiento de éstas ha facilitado la representación de una realidad con unas leyes de la física diferente al realismo que se le pedía al cine tradicional. También estaban las fronteras generacionales.

Hasta que no han empezado a llegar generaciones de cineastas que no sólo se han criado con cómics y videojuegos, sino que los han incorporado a su vida adulta, el concepto de estos medios era de algo infantiloide y carente de cualquier aproximación seria. En cuanto al cómic, si bien la verdadera revolución ha llegado más tarde, fue Richard Donner con su Superman quien dejó claro que no por ser un medio de consumo mayoritario entre público infantil y juvenil, debía tomarse a la ligera y que, para que esas películas funcionasen y el público las tomara en serio, los autores de las adaptaciones debían ser los primeros en darle verosimilitud al tono de la película. Por último, estaba también el componente económico. Llevar al cine estas obras requería de una fuerte inversión, no sólo en el apartado de efectos, sino con estrellas y directores de peso que respaldaran la apuesta por este tipo de adaptaciones.

Como medio predominante, el cine veía al cómic y al videojuego (y la televisión) como hermanos pequeños, formas de entretenimiento menores, sin la valoración artística o el respaldo de la audiencia que tenían las películas. Los tiempos han cambiado. De la misma manera que, a día de hoy, se está dando una mayor reconocimiento crítico a las producciones para televisión y plataformas, los videojuegos se han comido una parte importante del mercado y tienen presupuestos y cuotas de ventas en el sector del ocio muy por encima de las producciones cinematográficas. En la actualidad, sería un descaro por parte del cine como industria considerarse por encima de los videojuegos en el escalafón.

TENDIENDO PUENTES

Curiosamente, los videojuegos han tendido siempre a fagocitar el lenguaje cinematográfico. No es sólo que muchas de las grandes franquicias cinematográficas hayan explotado versiones jugables dentro del merchandising, sino que a medida que se iba mejorando el apartado de gráficos y animación, las animáticas y el desarrollo del juego ha optado por reproducir recursos narrativos heredados del cine. Es en parte por esto que resultaba tan sorprendente que no existiera un trasvase más sencillo de un medio a otro. Si bien títulos como Assassin’s Creed en 2015 y Warcraft en 2016 dieron como resultado películas fallidas, lo cierto es que bajo su fracaso sí encontramos, en nuestra opinión, el modelo a seguir de cara a otras adaptaciones, en el sentido de que ambas películas no sólo pretendían sacar partido del fandom del videojuego, sino que intentaban también ofrecer un producto respetuoso y que pudiera aportar prestigio a la paupérrima imagen de estas producciones cinematográficas. En esa escalada, podemos destacar también, con mejores resultados, la versión de Tomb Raider de 2018. A este listado podemos sumar ahora Uncharted.

EN BUSCA DEL BARCO PERDIDO

Si Tomb Raider nació como la alternativa femenina de Indiana Jones, Uncharted, el videojuego, bebía de ambos referentes. Nathan Drake es un cazatesoros que juega a presentarse como descendiente del famoso pirata Francis Drake, en sus aventuras encontramos el todo Pulp de los seriales cinematográficos de los años 30, pero combinadas con las proezas físicas y los escenarios imposibles más propios de las aventuras de Lara Croft. Para esta primera entrega cinematográfica se ha preferido no adaptar ninguno de los juegos en concreto (aunque toma algunos elementos de Uncharted 3: La Traición de Drake y Uncharted 4: El Desenlace del Ladrón) y optar por una precuela que sirva de presentación del personaje en una faceta más joven que en las diferentes entregas del videojuego.

La película va depositando algunos guiños a lo largo de la trama dirigidos especialmente a los seguidores del juego, pero ante todo pretende que cualquier espectador se pueda acercar a ella, aunque no haya jugado nunca una partida en las consolas. Sí es cierto que hay una serie de requisitos que la película solicita del espectador para poder disfrutar del viaje, en especial en lo que se refiere a la verosimilitud de la acción. En este sentido, la película busca no sólo la espectacularidad, sino que quede también representada la maleabilidad de la física propia del juego. Y por si quedaba alguna duda, la película arranca in media res, con el personaje flotando por fuera de un avión, en la que es una de las secuencias más espectaculares de la película.

LOS NOMBRES DE LA AVENTURA

A sus 25 años de edad, Tom Holland demuestra su madera de gran estrella cinematográfica no sólo cediéndose el testigo a sí mismo como verdadero rey de la taquilla tras Spiderman. Sin Camino a Casa, sino abordando el papel con pericia, entereza física y carisma. Mark Wahlberg, quien en una etapa anterior de la producción llegó a postularse como encarnación de Nathan Drake, asume aquí el rol de Sully, aportándole esa vertiente irónica que tantas veces ha empleado el actor en anteriores papeles y cubriendo con solvencia la parte de acción (aunque en un rol muy secundario, ya que, al final, el héroe es quien es). Por otro lado, y sin gozar de grandes personajes en su haber, Antonio Banderas, Sophia Ali, Tati Gabrielle y Steven Waddington cumplen con nota su labor en la trama.

Tras la cámara encontramos a Ruben Fleischer, variante del siglo XXI del artesano cinematográfico del Hollywood clásico, capaz de hacerse cargo tanto de un roto como de un descosido, aunque haya proyectos donde su habilidad no fue suficiente para salvar al producto (Venom). Aquí, el director cuenta con los medios que necesita (como diría John Hammond, “no han reparado en gastos”) y eso se nota. La puesta en escena es fluida y espectacular, con unos excelentes efectos digitales que se fusionan a la perfección con la acción real permitiendo que veamos en pantalla ese grado de espectacularidad y tomas imposibles propio del juego. No hablamos aquí del virtuosismo o la excelencia de un En Busca del Arca Perdida, pero en nuestra opinión supera a otros imitadores de parentesco tipo La Búsqueda.

¿Hace aguas el guion? Completamente, más allá del MacGuffin de buscar el tesoro de Magallanes y el trauma infantil de Nathan con su hermano desaparecido, la trama de la película no es más que un conjunto de excusas para hilar las diferentes escenas de acción y ofrecer al espectador variedad de escenarios acordes con la tradición del videojuego. Y, sin embargo, el ritmo es tan atractivo y el entretenimiento mantiene tan buen nivel, que te permite dejarte llevar sin dar mayor relevancia a estas carencias.

NATHAN DRAKE REGRESARÁ EN…

Uncharted es un producto eficaz, atractivo, entretenido y lo suficiente solvente como para avalar la continuidad de la serie. Como experiencia piloto, nos parece prometedora y disfrutable. Dejamos para las próximas entregas los puntillismos, porque, efectivamente, hay cosas que se pueden corregir y mejorar, pero la cinta puede vanagloriarse de haber superado la maldición que ha acompañado a la mayor parte de las adaptaciones de videojuegos al cine. Nos vemos en la próxima aventura.