Que Ubisoft, la empresa creadora del juego Assassin’s Creed, desarrollara su propia división cinematográfica para poder sacar adelante el proyecto y que éste sirviera de buque rompehielo para futuras adaptaciones de la compañía, a priori, parecía una buena idea. Y no podemos decir que las intenciones fueran malas. El Credo estaba allí.

El interés por respectar la narrativa de acción del juego y adaptarla a lenguaje cinematográfico, una apuesta firme por una producción de peso, la elección de un director y un reparto de prestigio, un diseño de producción ambicioso y fiel a la estética, todo eso parecía ahondar en la idea de ofrecer una cinta respetuosa con el material de partida.

Desgraciadamente, a veces, las mejores intenciones no llegan a buen puerto. El principal problema de la película viene de un guion absurdo, que va derivando hacia lo ridículo. Es cierto que Michael Fassbender hace un loable esfuerzo y su interpretación es de lo poco salvable de la película, pero Marion Cotillard o Jeremy Irons están completamente perdidos y grotescos.

Justin Kurzel quiere aportar una puesta en escena enfática y contundente, pero mueve tanto la cámara, abusa tanto de los planos aéreos, y muestra tal confusión a la hora de planificar la acción, que el resultado es caótico y atropellado.

Hay brotes de originalidad (esa alternancia entre flashbacks y las escenas en el Animus), la acción física, aunque mal rodada, está bien diseñada y no podemos negar algún plano con verdadera carga épica (gracias sobre todo a la sensación de vértigo), pero esto no son más que retazos de lo que Assassin’s Creed podría haber sido y no fue.

Assasin's Creed