Crítica: ‘TOMB RAIDER’. Sólo el penitente pasará

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Los nuevos tiempos piden heroínas aguerridas que puedan servir de modelo para las nuevas generaciones femeninas y demuestren que para que una mujer sea protagonista no requiere de una talla E de copa de sujetador, ni de un personaje masculino al lado que las salve.

El éxito de títulos recientes como Wonder Woman o Gorrión Rojo así lo demuestran. Esto, sumado al gancho comercial que tienen los videojuegos en el público juvenil, hacía necesario el regreso de uno de los personajes clásicos de las consolas, Lara Croft. Si las primeras entregas protagonizadas por Angelina Jolie en 2001 y 2003 ya avanzaban en ese camino, tenían una factura deficiente y aún se apoyaban en una exposición voluptuosa del personaje.

La nueva versión encarnada por Alicia Vikander se acerca más al cambio de estética del videojuego desde 2013. Adiós a las curvas exuberantes y el vestuario reducido y ceñido. Este Lara Croft Begins apuesta por un tono más aventurero y pseudorrealista, con los propios juegos de la saga de Tomb Raider o Uncharted como referencia, pero sobre todo canibalizando sin rubor alguno Indiana Jones y La Última Cruzada (desde los flashbacks a la infancia y juventud de Lara, como en las pruebas del clímax final).

La factura de la película es correcta y enfática, apostando más por la acción física que por el CGI, aunque obviamente el digital acompaña para potenciar los retos físicos asumidos por Vikander. Se trata de una historia de acción y aventuras, donde todo sucede demasiado rápido y el espacio para la reflexión de los misterios de la trama que da en un anecdótico segundo plano. La cinta entretiene, cumple con sus aspiraciones básicas y deja abierta la línea para sus continuaciones, pero carece de cualquier atisbo de originalidad o trascendencia.

Tomb Raider