Han tenido que pasar cinco años, desde Vaiana, para que Disney estrenara un nuevo título dentro de su catálogo de películas de animación. Raya y el Último Dragón supone además un regreso de la compañía a las historias inspiradas en la cultura asiática, tomando, en este caso, como referencia los países del Sudeste Asiático. Sin embargo, desde un principio se avisa que la aventura se desarrolla en un lugar llamado Kumandra, dividido por las rencillas, odios y envidias de sus diferentes pueblos.

Como elemento de fantasía tenemos la confrontación entre los dragones (elementos de equilibrio y concordia) y los Druun (el odio y la desconfianza).

La protagonista, Raya, es una joven protectora del Orbe del Dragón, una pieza mágica creada para alejar a los Druun y mantener el equilibrio en la naturaleza. Tras esta trama de adorno mitológico, Disney lanza un mensaje de armonía y unificación en un momento en el que las ideas de ruptura, discriminación y desconfianza están en auge.

En sí, Raya y el Último Dragón se ajusta al modelo de las últimas películas de la compañía, como Enredados, Frozen o Vaiana, con una animación prodigiosa, un cuidado diseño artístico, un uso magnífico de los colores y un acompañamiento musical de primer orden (regreso de un magistral James Newton Howard tras Dinosaurios, Atlantis: El Imperio Perdido y El Planeta del Tesoro).

El guion está perfectamente construido, los personajes funcionan y hay un espléndido equilibrio entre aventura y humor. Se echa en falta algo de originalidad, todo pasa como esperamos que pase y en el orden que esperamos que pase; sin embargo, eso no quita que estemos ante un gran entretenimiento para toda la familia, plenamente disfrutable en la gran pantalla del cine.