No siempre la suma de elementos positivos acaba generando un resultado a la altura. World of Warcraft es una de las franquicias de videojuegos más populares de los últimos 20 años; Duncan Jones es un cineasta que, con tan sólo dos películas, demostró tener un estilo propio; los principales nombres del reparto tienen experiencia probada en cine y televisión; la alianza de los profesionales de la ILM y de WETA en los apartados técnicos unificaba a los dos líderes del sector; y, pese a todo, Warcraft. El Origen es una película fallida.

La cinta está plagada de guiños a los juegos, el diseño de producción es fiel a lo visto en nuestros ordenadores, las animaciones digitales están muy trabajadas, con un cuidado nivel de detalles y texturas (aunque habrá a quien le desgaste tanto CGI), pero erra en lo esencial.

El argumento está plagado de lugares comunes y personajes arquetípicos, e incluso jugando con conceptos narrativos tan básicos, el resultado es una película deslavazada, sin rumbo claro y con un director y unos actores desnortados en su trabajo, hasta tal punto que, a medida que avanza, la cinta resulta cada vez más caótica y repleta de situaciones y giros narrativos absurdos.

No negamos las buenas intenciones, pero eso por sí sólo no salva una película.