Vivimos tiempos confusos y de transición. Nuestra sociedad está evolucionando y rompiendo barreras. Las viejas etiquetas están cayendo y un nuevo concepto de humanidad se está fraguando.
EL MILENARISMO VA A LLEGAR
Esto está sucediendo en aspectos como nuestra identidad social y sexual, nuestra relación con la tecnología, nuestra emancipación de la realidad tangible, nuestra vinculación con el medioambiente. Poco a poco vamos viendo cómo el caos reina a medida que conceptos tradicionales colisionan con el nuevo humanismo y hacen falta películas que reflejen esta nueva Era del Ragnarok o un nuevo Milenarismo, es decir, el fin de los tiempos no como ocaso de la creación, sino como un momento de muerte y regeneración. Si en la Edad Media la llegada del primer milenio aventuró el momento de un regreso de Cristo para un último combate contra el mal e imponer mil años de reinado de la palabra de Dios; con el segundo milenio, la crisis existencial nos ha deparado el concepto del transhumanismo, es decir, la superación de todas nuestras limitaciones humanas a través de la hibridación con la tecnología.
Mary Shelley nos habló del Moderno Prometeo, David Cronenberg en Videodrome lo bautizó como Nueva Carne y, más tarde, en Crash, habló de “psicopatías benévolas”. Ahora, Julia Ducournau recoge el testigo con Titane, en la que sigue reflexionando de manera explícita y violenta sobre la crisis de identidad que sirve de tránsito entre un estado evolutivo y otro. Su película no ofrece respuestas, sino que es un retrato del Caos.
MANTIS
Cargada de lecturas Nietcherianas, en la película de Ducournau el Übermensch es una mujer a la que de niña le implantan una placa de titanio tras un accidente, provocando su primera etapa transhumanista. Reconvertida en un icono de pura sexualidad, Alexia es una mantis religiosa, que utiliza su atractivo para devorar a sus parejas sexuales, rompiendo no sólo con los modelos binarios, sino trascendiendo su propia humanidad con la cópula y fecundación con un coche. En este sentido, resulta llamativo cómo la directora hace fluir de manera paralela su representación del transhumanismo con un retrato del tránsito transexual.
Esta imagen trasgresora, perversa y excesiva que nos plantea la cineasta es suficiente como para dejar patente cuál es el discurso de la película, aunque, curiosamente, ésta no acabe siendo tan brutal, explícita o repulsiva como podría plantear su primera media hora de metraje. Si Alexia supone una deconstrucción de los patrones de la sexualidad femenina, de los que poco a poco se va desprendiendo el personaje, Vincent ofrece también una reflexión sobre el modelo de masculinidad. Atormentado por la pérdida de su hijo 10 años atrás, sólo es capaz de reconfortarse a través de la flagelación, aunque en este caso el castigo a su cuerpo no es a través de azotes, sino con una búsqueda de la purificación a través de los anabolizantes y el ejercicio físico (el culto al cuerpo por métodos artificiales reconvertido en expiación religiosa).
LAS PARTES DEL CUERPO
Julia Ducournau presenta aquí una puesta en escena más elaborada, esteticista y madura que en su primer trabajo, Crudo. Tanto visual como narrativamente, estamos ante una película mucho más compleja, con muchas más capas de lectura, que la cineasta despliega con una mayor seguridad y arrojo. En este relato acerca de la trascendencia, la directora emplea un tono atávico y extático que contrasta con lo agresivo y carnal de la imagen. Para ello se apoya no sólo en la poderosa imaginería de la puesta en escena, sino sobre todo el desbordante trabajo de sus dos actores protagonistas.
Agathe Rousselle entra por la puerta grande al séptimo arte. Su interpretación en la película es prodigiosa y desafiante, camaleónica en la forma en que su cuerpo se convierte en el lienzo donde retratar todo el proceso evolutivo, físico y psicológico, de la protagonista.
Por su parte, Vincent Lindon se aleja por completo del modelo de personajes al que nos tenía acostumbrados, abriendo las puertas a una nueva madurez en su filmografía.
Extraordinaria también la labor de Ruben Impens en la fotografía y Jean-Christophe Bouzy en el montaje para aportar a la narración ese sentimiento de trance cuasi místico que inunda toda la película.
Sin embargo, nos gustaría resaltar especialmente la espléndida labor del compositor Jim Williams, quien con su partitura aporta el elemento sacro que eleva lo físico de la imagen a un valor espiritual. Su integración con las canciones (espléndidamente escogidas e integradas en la narración) y con el sonido hacen que la banda sonora en su conjunto sea uno de los elementos definitorios de la película.
LEGADO
Titane ha llegado a los cines con el laurel de la Palma de Oro que le otorgó el Festival de Cannes, situando a Julia Ducournau como la segunda mujer en recibir este galardón tras Jane Campion y El Piano, otra película transgresora en cuanto a representación de la identidad de género.
Este premio también la emparenta con Cronenberg y su polémico Premio Especial del Jurado en 1996 por Crash, un claro antecedente de Titane en cuanto a transhumanismo y mecafilia.
Desde luego, Titane no es una película accesible para el público general. Es una cinta narrativamente hermética, con una imaginería extravagante y escabrosa y que aspira a que el espectador empatice con dos personajes ásperos y repulsivos a base de rascar conatos de humanidad en ellos. Sin embargo, precisamente por la forma en la que Ducournau logra articular todo esto dentro de un discurso sugerente y desafiante, atreviéndose a transitar con valentía por itinerarios controvertidos y accidentados, consigue que la cinta se convierta en una de las propuestas más refrescantes y demoledoras de lo que llevamos de 2021.