Sound of Freedom es una producción independiente, con un presupuesto de escasos 14 millones y medio (calderilla para una producción de Hollywood) y que viene avalada por la reunión de su protagonista, Jim Caviezel, y Mel Gibson (como productor ejecutivo), después de La Pasión de Cristo. Considerada como el sleeper de este 2023, con una recaudación que supera los 240 millones de dólares, la cinta se ha convertido también en un título reivindicado, sobre todo, desde el sector más conservador de la audiencia, por un mensaje que no sólo denuncia la esclavitud sexual infantil, sino que aboga por una cierta espiritualidad y un concepto de familia. De manera paralela a la película se han generado otros discursos, de un lado y de otro, a favor y en contra de la película, de conspiración contra el estreno de la cinta, pero también de glorificar a un protagonista con muchos puntos oscuros en su haber. Dos discursos, en cualquier caso, que no entran en la valoración de esta crítica.

LOS NIÑOS DE DIOS

Sound of Freedom no es la primera película que denuncia la esclavitud sexual infantil, ni las redes de tráfico internacionales de las que se nutren pedófilos de todo el mundo; pero sí busca convertirse en una herramienta que dé fuerza a esta conversación y que impulse la búsqueda de soluciones al problema. Su objetivo es tener un impacto en la respuesta emocional de los espectadores a la historia, conmoverles y sobrecogerles. Para ello asume un formato mainstream, estructura su trama a modo de thriller policíaco, con una puesta en escena que emplea los recursos de género para que la historia sea más accesible al público.

A nivel de factura, se trata de una película correcta, donde podemos destacar la fotografía de Gorka Gómez Andreu (Errementari, Irati) y la música de Javier Navarrete (El Laberinto del Fauno), un buen trabajo de montaje de Brian Scofield (colaborador en diferentes apartados de Terrence Malick), hay una buena labor de casting. Pese a lo modesto de su presupuesto, la cinta ha sabido reunir a un buen equipo técnico y artístico, lo que ha favorecido claramente el resultado.

PREDICADOR

Tras la cámara encontramos al director mejicano Alejandro Monteverde, cineasta que ha sabido construir una filmografía de la mano de títulos de discurso conservador y con una importante carga moral, siendo el mejor ejemplo “Bella”, una película de 2006 que se erigió como una cinta abanderada del discurso provida y antiabortista. Como “Sound of Freedom” se trataba de una película de modesto presupuesto, financiada por organizaciones ultraconservadoras estadounidenses y que, gracias al impulso de estos, supo desligarse de las limitaciones de distribución de películas de tan bajos recursos económicos.
Cómodo en este círculo, Monteverde ha asumido su posición de director como si fuera un predicador. Sus películas son parábolas con una moraleja final, un mensaje concienciador que hace que la película sea un medio para algo y no un fin en sí misma. No busca tampoco una complejidad intelectual, sino una narrativa llana y accesible.

MANDATO DIVINO

En este sentido, Sound of Freedom es una película con un discurso de trazo grueso, sin sutilezas, sin dejar margen de interpretación al espectador. El mensaje está claro y es contundente. El problema es que también es plano, maniqueo, sin texturas. Los personajes están pobremente trabajados, incluso el protagonista, quien, a pesar de contar con un actor solvente como Jim Caviezel, a penas se eleva de una representación monocroma. El resto de personajes son bidimensionales, sin riqueza, ni complejidad dramática. Los diálogos son lapidarios, pero infantiles y, en ocasiones, ridículos. En su intención de hacer mella en el corazón del espectador al primer disparo, se carga demasiado las tintas en lo emocional, en nuestra opinión, sobrecargando el dramatismo de las situaciones.

SENTENCIA

Como película, Sound of Freedom es una película mediana, de factura correcta, pero con muchas deficiencias, algunas buscadas, otras por impericia. Su discurso entra también en muchas contradicciones, más allá de que todos comulguemos con su defensa de la infancia y su denuncia de los abusos sexuales a menores. Sus más de 240 millones de recaudación son prueba de que el discurso llega a su público, pero como película nos parece que apenas roza el aprobado.