Diez años separan el estreno de El Chico y la Garza (de la que pudimos dar buena cuenta en la pasada edición del Festival de Sitges, donde participó como sesión especial dentro de la Sección Oficial Fantàstic, fuera de competición) con respecto a El Viento se Levanta, el anterior trabajo de Hayao Miyazaki y que, según el maestro de la animación, iba a ser su despedida del cine. Tampoco parece que esta nueva película vaya a ser su canto del cisne, ya que, si la salud se lo permite, ya está trabajando en otro proyecto.
Después del cambio de registro que supuso El Viento se Levanta, una biografía del ingeniero aeronáutico japonés Jirō Horikoshi, donde Miyazaki desplegó todo su pasión por la aeronáutica y por la Segunda Guerra Mundial, El Chico y la Garza supone un regreso a su territorio habitual, la fantasía, con una imaginería desbordante, repleta de color, formas y sonidos que transportan al espectador, junto con su protagonista, a una realidad alternativa donde la magia, los seres mitológicos y diferentes reglas de la física gobiernan.
A lo largo de su carrera, varias son las temáticas que han enhebrado las historias de Miyazaki. Desde la reconstrucción de Japón tras la guerra, la relación dependiente y distante de los progenitores, la defensa del medioambiente y la denuncia de las barbaridades que ha provocado la sociedad moderna, la pérdida de códigos de honor y civismo o la fascinación por los personajes femeninos empoderados, Miyazaki ha utilizado todos estos elementos para crear su propio universo. A esto se suma su propio bestiario, su sentido de la fantasía, con animales antropomórficos y criaturas ancestrales heredadas de la mitología de su país.
El cineasta siempre ha bebido de un legado cultural nacional, pero también de la influencia europea. Como ya sucediera con El Viaje de Chihiro, El Chico y la Garza vuelve a ser una relectura muy personal de la obra de Lewis Carroll. Si la primera era su interpretación de Alicia en el País de las Maravillas, la segunda se acerca más a A Través del Espejo, sin olvidar otros ejemplos, como la influencia de La Sirenita en Ponyo en el Acantilado.
Como otras de sus películas, El Chico y la Garza nace de la necesidad irrefrenable del artista de hacer brotar esta historia de su interior. Miyazaki empezó a trabajar en ella de manera personal, antes de presentar el proyecto a su estudio de animación, Ghibli Studios, y obtener el visto bueno de su productor habitual, Toshio Suzuki. La historia de Mahito Maki, ese adolescente que se debate entre el dolor por la pérdida de su madre y la incomprensión ante el nuevo matrimonio de su padre, y que le lleva a descubrir una realidad paralela que ha marcado el legado de su familia, aunque ficción, tiene componentes autobiográficos, de reflexión por parte de un artista que afronta su última etapa de vida y que hace balance de su herencia.
Diez años separan esta película de su predecesora, de los cuales siete han estado dedicados a su elaboración. Un margen mayor que los cuatro años que solían marcar la tónica de su filmografía anterior. Siete años marcados por la edad del cineasta, pero también por una pandemia que frenó la producción de la película.
Este fin de semana por fin ha llegado la cinta a la sala después de su aplaudida presentación en festivales internacionales como Toronto, San Sebastián o Sitges. Ha llegado el momento de disfrutar de la nueva obra maestra de Hayao Miyazaki.