La versión primigenia de Muñeco diabólico de 1988 no era gran cosa, un slasher al uso que se apuntaba de manera tardía a la moda de los Jasons, Freddys y Michael Myers. Dirigida por Tom Holland y escrita por Don Mancini, de la película lo único reseñable era precisamente Chucky, ese juguete con voz de Brad Dourif y mucha mala uva.

Como otros iconos del terror, el carisma del personaje ha estado siempre por encima de la calidad de las películas, que alcanzaron su punto culmen en 1998 con La Novia de Chucky.

Ahora, pese a que Mancini sigue produciendo nuevas entregas de su criatura, MGM nos presenta este remake, sin la aprobación de sus creadores.

Como película, el remake supera a su antecesor. La puesta en escena de Lars Klevberg es más juguetona, el body count es superior y las escenas gores más truculentas y elaboradas, aunque revisando la nadería del original, esto tampoco era difícil.

Desgraciadamente, fracasa precisamente en aquello que salvaba a la cinta primigenia. Este Chucky carece del carisma del original. El ser un juguete con inteligencia artificial le resta fuerza y su capacidad de sincronizarse con otras aplicaciones está mal aprovechada. Tampoco el resto de los personajes aporta demasiado y a esto se suma que el doblaje le hace flaco favor a la película. No sólo nos perdemos la voz original de Mark Hamill, sino que el nuevo Andy (Gabriel Bateman) resulta verdaderamente insufrible.

Sinceramente, dudamos que este Chucky vaya a tener la longevidad de su predecesor.

Muñeco Diabólico