Publicada en 1965, Dune de Frank Herbert forma parte de la Nueva Ola de literatura de ciencia ficción que abarcó los años 60 y 70. La Edad de Oro, que comprende las dos décadas anteriores, aglutina autores tan dispares, pero fundamentales, como Ray Bradbury, Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Robert A. Heinlein, y venía marcada por aspectos históricos como la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo industrial y tecnológico, la Guerra Fría o la caída de las Utopías sociales. Frente a esto, los escritores de los 60 y los 70 estaban influenciados por las nuevas políticas sociales, la guerra de Vietnam, el consumo de drogas psicotrópicas o el medioambiente. Autores como J. G. Ballard, Brian Aldiss, Phillip K. Dick, Philip José Farmer, Harlan Ellison o el propio Herbert no sólo se debatían en visiones anticipatorias de la sociedad, sino en los límites del propio estado de la conciencia. Conceptos existencialistas como identidad, memoria, realidad o la mera comprensión del bien y del mal se volvían difusos en una sociedad rota por los conflictos internacionales.

HISTORIA DE DUNE

Convertida en un gran éxito nada más publicarse, Dune era hija de su tiempo, por un lado, funcionaba como metáfora de la guerra del petróleo entre los grandes bloques económicos, pero también de la confrontación entre la sociedad anterior y las nuevas culturas que abrazaban las drogas psicotrópicas como herramientas de comprensión más allá de lo físico. La Melange, la especia que sólo existe en el planeta Arrakis, venía a condensar ambos conceptos. El organigrama de poder, la existencia de diferentes casas reconvertidas en bloques comerciales, el peso de todo un pasado de caos y destrucción, la decadencia de esta sociedad servía también de lectura sociopolítica del panorama internacional en la década de los 60.

Herbert diseñó la novela no como una narración con un principio y un final, sino como la estructura base de todo un corpus literario que él seguiría desarrollando durante veinte años hasta completar una hexalogía poco antes de morir, y que posteriormente seguiría ampliándose de la mano de su hijo, Brian Herbert, y Kevin J. Anderson. Dune, por lo tanto, se expande más allá del concepto de saga literaria y se convierte más bien en un universo literario de gran complejidad a todos los niveles.

La extensa y compleja concepción original de Herbert, claramente planteada ya desde la primera novela, convertía a la novela en una obra inabarcable e inadaptable.

El primer intento de adaptación, iniciado por Alejandro Jodorowsky y realizado por David Lynch, lo dejó claro. Los muchísimos méritos de aquella película producida por Dino de Laurentiis en plena moda de la trilogía original de Star Wars no esconden que era imposible condensar el Universo imaginado por Herbert en una única película. A lo largo de los años, ninguno de los diferentes acercamientos a la saga literaria tanto por parte del cine como la televisión resultó satisfactorio. Ahí es cuando entra Denis Villeneuve y se embarca en el ambicioso proyecto de regresar al material de la primera novela.

EL ARRAKIS DE VILLENEUVE

Tras La Llegada y Blade Runner 2049, Denis Villeneuve concibe la adaptación de Dune a modo de díptico. Su visión reduce de manera determinante la parte más esotérica de la novela y se centra más en la épica y los conflictos políticos. Aun así, tampoco puede desarrollar toda la complejidad regimentada de la novela. La primera película, aunque espectacular, con un diseño de producción desbordante y una puesta en escena ambiciosa, era una cinta necesariamente coja, casi un prefacio de la verdadera historia. La segunda parte llega con la responsabilidad no sólo de responder por si misma, sino de dar entidad a su predecesora.

No sabemos cómo hubiese sido esta Dune: Parte Dos de haberse podido rodar de manera simultánea con la primera parte, como era intención de su director; sin embargo, pese a los tres años transcurridos, Villeneuve mantiene una continuidad estilística y tonal entre las dos películas, resultando la segunda mucho más ambiciosa y compleja. Si en la anterior se centraba especialmente en las dos casas enemigas, los Atreides y los Harkonnen, con casi nula presentación del Emperador y su estirpe, aquí el principal protagonismo se lo llevan los Fremen, la raza indígena de Arrakis, sometida a los intereses comerciales del imperio. Es en los Fremen donde reside el mensaje más espiritual y medioambiental de la historia, representada sobre todo por el personaje de Stilgar, a modo de mentor de Paul Atreides.

El componente religioso lo representan la hermandad de las Bene Gesserit, con sus lazos bien anclados en la parte política. Hay en ambos casos, una lectura ominosa con respecto al peso del fanatismo que arrastra hacia el sacrificio en pos de otros intereses más mundanos. Villeneuve subraya el vínculo de la novela original entre Arrakis y Oriente Próximo rodando la película entre Hungría, Jordania y Abu Dhabi, lo que a su vez refuerza la metáfora de la Melange con el petróleo. Por otro lado, aunque en esta segunda parte hay elementos como el Agua de la Vida, Villeneuve (al contrario que Lynch, para el que la lectura política era menos relevante) atenúa el concepto de la especia como un elemento psicotrópico que provoca cambios en el estado dela percepción y de la conciencia.

EL IMPERIO CONTRAATACA

Denis Villeneuve ha querido traer la novela a su sensibilidad, al fin y al cabo, en eso consiste adaptar. Esto le ha llevado a prescindir y modificar elementos de la novela original. Pese a recurrir al díptico cinematográfico, la obra de Herbert sigue resultado demasiado inabarcable para una producción cinematográfica. Esto no quita que Villeneuve haya realizado un esfuerzo loable y que el resultado de la película sea un auténtico espectáculo.

Dune: Parte Dos es una película ambiciosa y compleja, que demuestra que el cine de ciencia ficción de alto presupuesto puede apostar también por planteamientos adultos y densos, como viene demostrando el propio cineasta con sus dos acercamientos al género previos o contemporáneos como Christopher Nolan.

Esta segunda parte da mayor relevancia a los conflictos políticos al mismo tiempo que eleva también la epicidad bélica. El diseño artístico de la película, los efectos especiales, vestuario y maquillaje son de primer orden y la puesta en escena de Villeneuve da a la historia el rango que se merece. Esto no quita que, a pesar de su metraje de dos horas y cuarenta y seis minutos, no percibamos importantes cortes drásticos que hacen que la historia avance en ocasiones a trompicones.

Hay elipsis necesarias para el ritmo de la película, pero que obligan a sacrificar desarrollo de personajes o que estos evolucionen a saltos. Si bien la cinta saca buen partido de actores como Javier Bardem, Rebecca Ferguson o Austin Butler; otros como Florence Pugh, Léa Seydoux, Stellan Skarsgård, Charlotte Rampling o, muy especialmente, Christopher Walken están francamente infrautilizados, resultando más testimoniales que determinantes para la trama, a pesar de la importancia de sus personajes.

SECUELA O NO SECUELA

Como decíamos antes, es difícil entender cada una de las entregas de este díptico de manera independiente. Ambas conforman una unidad y con ellas Denis Villeneuve ha aportado un nuevo título sobresaliente al género de ciencia ficción y la adaptación más ambiciosa de la obra de Christopher Walken hasta la fecha, aunque esperamos que no la definitiva.

Dune: Parte Dos. (c) Warner Bros. Pictures y Legendary Pictures
Dune: Parte Dos. (c) Warner Bros. Pictures y Legendary Pictures