Partamos de la base que no hacía falta rodar una secuela de Blade Runner.

35 años después del estreno de la película sigue quedando claro que poco más había que aportar a la que es no sólo un clásico, sino uno de los principales títulos de culto del cine. A esto le sumamos que su influencia temática y estética ha seguido vigente durante todo este tiempo. Ahí están Ghost in the Shell (el anime), Dark City o Ex Machina para cerciorarlo. Sin embargo, con todo esto, tenemos que admitir que Blade Runner 2049 ha saldado el reto con muy buena nota.

Denis Villeneuve y su equipo han sabido situarse en un terreno parcial, a medio camino del homenaje respetuoso, pero también asumiendo que la secuela debía incorporar elementos y modificar la estética antes de quedarse en una mera réplica de la original. Sus principales defectos se podían haber resuelto fácilmente.

La cinta tiene una duración que roza las tres horas que, con un poco de tijera y limpiando el metraje de tanto plano del spinner volando o retirando alguna que otras secuencia insustancial como la de Edward James Olmos, se podía haber solventado.

Por otro lado, teniendo en cuenta la importante presencia que tenía la música de Vangelis en la original, darle el relevo a Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch para que elaboren una partitura en dos semanas, no es de recibo. La música debía haber contado con el mismo mimo e importancia que se le ha dado, por ejemplo, a la fabulosa fotografía de Roger Deakins.

En cuanto al resto, Blade Runner 2049 nos ha parecido una obra inteligente, respetuosa y de una factura sobresaliente. Pedir otra obra maestra era situar el listón en un lugar poco realista.