“Ahora me he convertido en la muerte… un destructor de mundos…”.
Julius Robert Oppenheimer (Cillian Murphy)
parafraseando el texto sagrado hindú Bhagavad Gita
«Es incuestionable que cambió el mundo… y lo cambió para siempre y sin vuelta atrás».
Christopher Nolan sobre Robert J. Oppenheimer

1. LA CONVERSACIÓN

Princeton, New Jersey, años 40 del Siglo XX. Las zonas ajardinadas del Instituto de Estudios Avanzados. Julius Robert Oppenheimer y Albert Einstein (Tom Conti) conversan junto a un lago. Se acerca a ellos Lewis Strauss (Robert Downey Jr.), director del Instituto y futuro Senador del país. Interrumpe o precipita el final de la charla.

Einstein se aleja sin saludar a Strauss. Esa situación perturbará al político en potencia (que renunció a estudiar física para vender zapatos), hasta el punto de acrecentar un odio sordo y visceral hacia el científico estadounidense, que le lleva a entregarle una carta con una serie de cargos utilizados como excusa para retirarle sus credenciales de seguridad nacional en los días previos a la navidad de 1953. El intercambio de puntos de vista de esa conversación y de la sobredimensión de la misma por parte de Lewis Strauss, constituye un catalizador esencial del filme. La convicción especulativa (como el público, no llegó para escuchar la conversación), de que Oppenheimer ha dicho algo a Einstein en su contra, se presenta como eje vertebrador y precipitador de una venganza política que ya se venía cociendo. Strauss estaba resentido contra J. Robert, al considerar que éste le había humillado ante el Congreso de su país, por oponerse vivamente a la exportación de isótopos radioactivos a otros países.

Hasta tres horas después no conoceremos con detalle esa conversación entre las dos mentes prodigiosas. Oppenheimer, el filme número 12 de la trayectoria de su artífice, transcurre entre que el esbozo y la asistencia a la charla de genios, inicialmente fuera del alcance del público, en una de las brillantes deconstrucciones cronológicas de su director. La realidad es que ambos científicos en ese instante ni si quiera mencionan o se refieren a Strauss. Su diálogo constituye una reflexión en toda regla acerca de los efectos y consecuencias de los logros alcanzados con la energía atómica. Cómo los científicos son adulados por los gobiernos de la misma manera que son utilizados y abatidos y esgrimidos como instrumentos políticos sin importar las consecuencias para sus existencias. Cuando una posterior administración presidencial decida darle una medalla, le dice Albert Einstein a Robert Oppenheimer, esa medalla “no será para ti”.

Tom Conti es Albert Einstein y Cillian Murphy es J. Robert Oppenheimer, en Oppenheimer de Christopher Nolan.
Tom Conti es Albert Einstein y Cillian Murphy es J. Robert Oppenheimer, en Oppenheimer de Christopher Nolan.

Los efectos de la bomba como una aceleración para la destrucción irreversible del mundo, se ponen en el tapete en la desencantada conversación acerca de la era que comienza. Y ambos lo saben bien. Esa conversación, fundamental en la narración del filme, al parecer nunca tuvo lugar realmente. Al menos entre Oppenheimer y Einstein. La propia consideración del creador de la teoría de la relatividad como un icono del Siglo XX, probablemente alberga el motivo por el cual el cineasta británico haya decidido incorporar al filme la secuencia entre ambas mentes privilegiadas y hacerlo como elemento narrativo vehicular.

Cuando Oppenheimer se hace cargo del proyecto Manhattan, aplica su particular visión metafísica oriental. Como el filme deja claro en una de las secuencias de intimidad que Robert comparte con Jean Tatlock (Florence Pugh), lee perfectamente el sánscrito, cuyas letras le fascinan. La innata capacidad para aprender diferentes idiomas, como el holandés, que aprende en breve espacio de tiempo con capacidad para dar un discurso, son puestas de relieve en las imágenes de este modélico filme. El antagonismo presente en la idea de destruir para crear algo indestructible después, rondaba su cabeza una y otra vez. Esa dualidad de un acto que sirva al mismo tiempo para la guerra y la paz, así como la idea de que el mal destructor utilizado de la manera más apropiada, puede traer paz y prosperidad al planeta, reverberan desde lo más recóndito de su mente. Esa línea filosófica proviene de la fascinación por el poema-epopeya hindú Bahagavad Gita y la filosofía del Dios Vishnú, dios de la destrucción y de la creación. En un momento del poema, intenta convencer a un príncipe, también comandante de ejército, que duda justo antes de una importante batalla.

La divinidad para persuadir al mortal de su deber e incitarle a acometer su labor destructiva, aparte de aparecerse con varios brazos, pronuncia las mismas palabras que el científico esgrimió cuando vio por vez primera la explosión de la bomba atómica en la prueba en el área trinidad, Álamo Gordo, en julio de 1945 y que encabeza el presente texto. Al ver esa inmensa expansión de calor seguido del trueno arrollador y una nube en forma de hongo con la siniestra mezcla de tonos naranja, morados, azules, amarillos, al presenciar, en definitiva, algo que la humanidad jamás había podido visualizar, Julius Robert Oppenheimer se llamó a sí mismo “destructor de mundos”, como hizo el dios Vishnú al guerrero que dudaba.

2. NOLAN Y OPPENHEIMER: LOS MODERNOS PROMETEOS

3. IMPLOSIÓN DE DOS FILMES EN UNO