En Oppenheimer conviven dos intensas películas perfectamente articuladas la una a la otra. Una es la vida del personaje vinculada a la creación de la bomba atómica y a la ciencia. La dualidad entre el hombre y el científico, juega al mestizaje entre el titán Prometeo, que arrebató un poder a los dioses, y el dios hindú Vishnú, destructor y creador de mundos. La existencia del hombre, para Christopher Nolan, el guionista y realizador creador de la trilogía de El Caballero Oscuro, no puede entenderse sin la ciencia y su impronta en la personalidad y su manera de tomar las decisiones más trascendentales. El hombre es indisoluble a sus monstruosas creaciones. En este aspecto, el filme hace un completo retrato de la personalidad, de su privilegiada inteligencia, y de su relación con las personas más próximas: su esposa Katherine, su amante, Jean Tatlock y con aquellos que se mantuvieron íntegros a su lado y quienes no supieron soportar ni gestionar la paranoia comunista y la implacable persecución. Fue este último el caso de Edward Teller (Bennie Safdie), quien declaró claramente que no se sentiría cómodo si la seguridad de su país estuviera en manos de J. Robert.

El otro filme que se entrelaza en la virtuosa narración es de contenido claramente político y jurídico. El artista británico realiza uno de los retratos más brillantes que ha dado el cine, acerca de la era de la paranoia estadounidense, y en concreto de la clase política del país contra el comunismo, y esa histriónica y neurótica persecución del mismo, siendo su figura más popular la de del Comité de Actividades Antiamericanas del siniestro senador McCarthy, que persiguió el comunismo de una manera patética y ridícula, pero consiguiendo arruinar vidas.

Oppenheimer, escrita y dirigida por Christopher Nolan.
Oppenheimer, escrita y dirigida por Christopher Nolan.

El centro neurálgico de la trama del filme viene dado por el Comité creado ad hoc para valorar el cese de las credenciales de seguridad del científico. Creada de tapadillo, aparentemente en secreto, de un modo discreto, y sin repercusión penal (lo que permite la indignidad de que no exista un sistema de garantías procesales como en un juicio criminal, como se le dirá al abogado), en el seno de la comisión no se le permite el acceso a la documentación que se utilizará contra él.

Se permite un durísimo interrogatorio (la expresión anglosajona cross examination da la justa medida al calvario del personaje) por parte de un fiscal, Roger Robb (Jason Clarke), ávido de hacerse un nombre a costa de la caída de la persona investigada. La comisión que es creada a los efectos de retirarle al científico las credenciales de seguridad (es creada exclusivamente, porque el científico se opone expresamente a su retirada de credenciales convencido de que es merecedor de las mismas), se convierte en un juicio a su persona, sus ideas y sus decisiones en la vida, incluidas las que toma fuera de la ciencia. Christopher Nolan cruza las vistas de esa comisión, con una posterior Comisión del Senado de EEUU contra Lewis Strauss, concretamente contra su nombramiento como secretario de Comercio por parte de la presidencia de Eisenhower.

Los propios “Dioses” que colocaron al científico en Los Álamos (el lugar elegido por J. Robert para conseguir el “fuego nuclear”) son aquellos que encadenaron a Oppenheimer en la roca para que el águila del oprobio y el deshonor, en forma de retirada de credenciales de seguridad nacional, devorase una y otra vez su hígado ante la opinión pública.

El arma empleada contra él no podía ser otra que las acusaciones de comunismo (el arma de destrucción masiva más letal de aquellos años, más incluso, en algunos aspectos que la propia bomba atómica), puesto que ninguna brecha de la seguridad nacional se le podía imputar.

Robert Downey Jr es Lewis Strauss en Oppenheimer.
Robert Downey Jr es Lewis Strauss en Oppenheimer.

El 21 de diciembre de 1953, Oppenheimer recibiría formalmente una carta remitida por Strauss, presidente de la Comisión de Energía Atómica, donde se le declaraba una amenaza para la Seguridad Nacional con la enumeración de 34 cargos prefabricados ad hoc para vilipendiarlo públicamente, entre los que figuró su verbal oposición a la fabricación de la bomba de hidrógeno, mil veces más devastadora que las dos bombas ya lanzadas.

El hombre que había sido upado como patriota, portada de las revistas Time y Life, una vez revisado su historial confeccionado por el FBI (al que ni el científico ni su defensa tuvieron acceso) y sus “filiaciones políticas” en los años 30 (cuando no estaban ni siquiera mal vistas las afiliaciones al partido comunista), por supuesto, su relación con Jean Tatlock, o la cuestión de si su hermano era y/o había sido miembro del partido comunista, fueron creando el ecosistema propicio para su declaración como toda una amenaza en nombre de la Seguridad Nacional. Las razones injuriosas empleadas, aplastan los derechos civiles de las personas como si de una apisonadora se tratase. Las conversaciones privadas y personales con su letrado fueron interceptadas y utilizadas en su contra en la comisión.

Como suele ocurrir en estos casos, se toman decisiones que afectan a la reputación de la persona, sin que ésta puede defenderse apropiadamente. Su letrado hace lo que puede y no es poco. Su lucha y resistencia ante los envites carentes de garantías constituye una lucha heroica contra la quiebra institucionalizada de garantías civiles y constitucionales. Entre la lectura de su declaración al comienzo de la sesión, soportar duros interrogatorios y las declaraciones de testigos otrora admiradores, hoy auténticos judas, dando muestras de absolutas indignidades (como diría Orson Welles «Lo más triste es que la izquierda americana traicionó para salvar sus piscinas«), y gente leal a su causa, transcurre la vida y los recuerdos de un hombre claramente superado por sus logros, defenestrado de la vida pública después de servir a su país y proporcionar el arma definitiva que acabaría con todas las guerras. La grandeza de un filme de Christopher Nolan, nunca ha estado tan apoyada en la caída de uno de sus personajes. En este caso, la del titán de la ciencia que jugó a ser Dios.

Oppenheimer jamás se recuperaría emocionalmente del varapalo sufrido con el oprobio de la retirada de las credenciales de seguridad, circunstancia que se proyectó en la prensa del mundo entero. Ingenuamente subestimó el poder de su Gobierno en aquellos años, así como la intensidad de la maquinaria anticomunista. Poco importa que en diciembre de 2022, el Ministerio de Energía de EEUU, bajo la presidencia de Joe Biden, decidiera revertir expresamente la revocación de la Audiencia de Seguridad de la Comisión de Energía contra el científico, y considerarlas deficientes en términos de garantías y de rigor. La propia secretaria del Departamento de Energía de EEUU (sucesor de la Comisión de Energía Atómica), Jennifer Granholm, dejó claro que la toma de decisiones de esa comisión llevada a cabo en 1954 se realizó a través de un “procedimiento viciado”, que llegó a infringir clara y deliberadamente las normas de la propia comisión.

La finalidad de la misma, según Granholm, persiguió en todo momento la desacreditación pública del científico. La prueba de ello es que, ni en el seno de la comisión, ni en el documento de revocación de sus credenciales, jamás se cuestionó la lealtad de Oppenheimer a su país, ni que hubiera hecho un mal uso de la información privilegiada que manejó. El científico había muerto en 1967 víctima de un cáncer de esófago por su adicción al tabaco, que le había sido diagnosticado el año anterior.

En un momento del filme, el “destructor de mundos” comparece ante el presidente Truman (un sensacional Gary Oldman) y le dice que siente que tiene las manos manchadas de sangre. El nuevo inquilino de la Casa Blanca, le pregunta al hombre de ciencia si cree que alguien en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki les importará algo quien diseñó la bomba. Para el mandatario, lo realmente importante es quién la arrojó sobre sus cabezas. “¡Yo la tiré!”, añade. Cuando el científico está saliendo del despacho oval, el presidente da la instrucción de que no se le vuelva a permitir la entrada a “ese llorón”.

Christopher Nolan se ha entregado vivamente a su objetivo de llegar a la mente de uno de los científicos más importantes del Siglo XX. Y lo hace con una excusa argumental que no es original (no es un pero, pues todo está ya escrito y no es necesario sorprender, sino narrar bien las cosas) pero que da mucho juego dramático: el desarrollo de una de esas “comisiones” execrablemente famosas en el siglo XX creadas desde el senado de EEUU para dilapidar figuras notorias, declarando que son comunistas, personas non gratas o si merecen o no credenciales de seguridad. El astuto cineasta aprovecha esa desafortunada comisión cuasi judicial para repasar la vida del científico, sus hitos, sus zonas oscuras, sus miserias y sus dos relaciones, la que mantuvo con su esposa Kitty (Emily Blunt) y con su amante Jean Tatlock (Florence Pugh).

Florence Pugh como Jean Tatlock, junto a Cillian Murphy, protagonista de Oppenheimer.
Florence Pugh como Jean Tatlock, junto a Cillian Murphy, protagonista de Oppenheimer.

Memorables interpretaciones a cargo de actores y actrices tan reputados como los nombres ya mencionados, más Matthew Modine, James Remar (como el secretario de guerra Henry Stimpson que decidió descartar Kyoto como objetivo nuclear entre otras razones porque fue allí de luna de miel), Kenneth Brannagh (como Niels Bohr) o Matt Damon, como el General Leslie Groves, Casey Affleck, o Rami Malek, entre otros nombres memorables.

Sensaciones como desencanto, fascinación, euforia, decepción o hipocresía, recorren las bellísimas y temporalmente fragmentadas imágenes del nuevo filme de su director. El montaje, el ritmo y su particular manera de entender la música (excelente la labor de Ludwig Göransson, en su segunda colaboración con el director) que acompaña la totalidad del viaje como una sensación adicional complementaria a las imágenes. Como resultado, los fotogramas de Oppenheimer encajan maravillosamente en una de las trayectorias más consecuentes del cine actual, que alcanzan un grado de compactación y captación del interés a tal intensidad que logran que sus tres horas transcurran como una exhalación atómica. Si la sensación de sus artífices es que la bomba no es de este mundo, las imágenes concebidas por el artífice de Memento producen un regusto similar. Pocas veces en nuestras vidas tenemos ocasión de presenciar unas imágenes tan estructuradas y tan compactas en la onda expansiva que persiguen, si exceptuamos otros eslabones de su filmografía u obras de compañeros generacionales suyos como James Gray o Wes Anderson.

Tal vez la eternidad terminó por perdonarle la vida al creador de la bomba atómica y el cambio de administración presidencial optó por devolverle el prestigio perdido. La figura del presidente John Fitzgerald Kennedy fue importante en esa rehabilitación posterior (por eso su mención en el filme no es baladí), aunque su asesinato impidió el personal restablecimiento de los honores. La eternidad y el paso del tiempo también contribuyó a extinguir el dolor para sí y para las personas a su alrededor (no para el personaje de Kitty como vemos cuando la misma elude claramente estrechar la mano a Edward Teller años después).

¿Y el perdón para sí mismo? Julius Robert Oppenheimer nunca pidió perdón por la devastación de Hiroshima y Nagasaki, pero como muy bien apunta el propio Christopher Nolan, el científico cuidó muchísimo siempre sus declaraciones públicas en torno a las secuelas y la devastación de los artilugios diseñados en Los Álamos, y a su participación en ellas. Para muchos, las dos bombas atómicas pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial.

Hay quien sostiene que no era necesario dicho despliegue y que el final de la contienda hubiese llegado pronto, con o sin la bomba. En cualquier caso, el científico natural de Nueva York, se convirtió en una suerte de “oráculo de la ciencia”. Sus actos posteriores en la vida, revelaron claramente a una persona corroída por un implacable sentimiento de culpa.

Oppenheimer, el filme, constituye entre otras muchas cosas, un tratado de esa culpa en un trabajo de introspección magistral, al que el estado de gracia interpretativo de Cillian Murphy (en su sexta colaboración con Christopher Nolan) contribuye de una manera prodigiosa, llevando maravillosamente el peso de la poliédrica narración.

1. LA CONVERSACIÓN
2. NOLAN Y OPPENHEIMER: LOS MODERNOS PROMETEOS
3. IMPLOSIÓN DE DOS FILMES EN UNO