Ryan Reynolds aprendió la lección allá por 2009 con el estreno de X-Men Orígenes: Lobezno y la reafirmó en 2011 con Green Lantern. Probablemente las dos películas que más y mejor enseñaron al actor sobre el éxito y el fracaso, aunque también dos títulos que seguramente preferiría borrar de su filmografía (a lo mejor junto con R.I.P.D. Departamento de Policía Mortal y Alerta Roja).
Cuando el público general paga su entrada quiere ver lo que sabe que va a ir a ver y no le gusta que le den gato por liebre. Con el estreno de Deadpool en 2016, Reynolds consiguió resucitar un personaje mutilado (en más de un sentido) con su primera aparición en pantalla. Con la cinta de Tim Miller, se rompieron diferentes resistencia por parte de la industria en lo referente a la escenificación de la violencia en pantalla, el humor de trazo grueso, el uso de un tono adulto. Marvel Studios había ya armando su Universo Cinematográfico, pero la paulatina infantilización de las películas pronto empezaría a minar la franquicia. En este contexto, Deadpool abrió una ventana a esa audiencia adulta, lectora de comics y a la que no le sentaba muy bien el veto al lenguaje obsceno del Capitán América.
SALIDA DE TIESTO
Deadpool fue una apuesta arriesgada que se amparó en su pequeño presupuesto para permitirse salirse del tiesto. Los derechos del personaje fueron adquiridos por la Fox, que también contaban con los de Blade, Daredevil, los X Men y Los 4 Fantásticos. Fox había sido el estudio que había abierto en 1998 el inicio de la era dorada de las películas de superhéroes con Blade, pero para 2016, sus franquicias superheróicas estaban ya en franco agotamiento (Deadpool se estrenó pocos meses antes que X-Men: Apocalipsis).
Si el personaje ya en los comics se reía y parodiaba los propios patrones del género, en el cine se convirtió en un bufón que tenía permiso para reírse del rey. Con las dos primeras entregas del personaje, Reynolds se atrevió con la parodia y la autoparodia, aventurándose a reírse de aquello que la industria no permitía reírse. La absorción de Fox por parte de la Disney, planteaba un nuevo escenario. Por un lado, abría el espectro referencial, pero, por otro, el perfil familiar de Disney y de Marvel Studios ponían en duda el tono gamberro, desbarrado y adulto del personaje y la propia personalidad de Reynolds.
El primer paso para el cambio de era vino de la mano de Free Guy, una cinta familiar, amable, deudora del mundo de los videojuegos, pero que ya dejó claro la habilidad de Reynolds de negociar con Disney y llevarse a su terreno de juego algunas de las joyas de la corona de la Major, además de sumar al equipo al director Shawn Levy.
La debacle que ha supuesto la Fase 4 del Universo Cinematográfico Marvel con la Saga del Multiverso seguramente sirvió de argumentos para la negociación a la hora de obtener permiso para hacer una película cargada de referencias sexuales, violencia, humor negro y políticamente incorrecto y un lenguaje verbalizado como nunca en el UCM. Por otro lado, la incorporación al proyecto de Hugh Jackman para retomar una vez más su personaje de Lobezno siete años después de Logan, endulzó aún más la manzana envenenada que Reynolds quería colar en la casa de Blancanieves.
DESPEDIDA DEL FOXVERSO
El éxito de Reynolds pasa por usar un humor irreverente y sarcástico, pero sin intención de herir, sino todo lo contrario, hecho desde el cariño y el respeto profundo. Tras la adquisición de Fox por parte de Disney, Deadpool y Lobezno se convierte en la última película de una era. Con ella se cierran todas las franquicias superheróicas abiertas por el estudio, antes de que Marvel Studios fagocite todos estos personajes y los acomode a su propia franquicia. La despedida se hace con ingenio, apelando a un fan service elefantiásico y acumulativo, pero que no cae en lo fácil o en lo hagiográfico. A partir de la figura de Lobezno, se abre una revisión de lo que fue el Foxverso, con sus luces y sus sombras, intentando legitimar alguna deuda histórica y asumiendo como válidas el conjunto de incongruencias, contradicciones y agujeros negros argumentales acumulados en el histórico. No sólo eso, sino reservándole su espacio en la continuidad en el UCM, ya sea como reliquia o por si Disney desea rescatar algunos de estos personajes/intérpretes en el futuro.
Deadpool y Lobezno es una huida hacia delante, una bola de nieve arrolladora, repleta de acción, humor y nostalgia, todo cargado con mucha mala uva. ¿De qué va la película? Eso es lo de menos. El verdadero argumento es lo que comentamos arriba, ese homenaje y despedida del Foxverso y de lo que supuso toda una etapa de cine de superhéroes, ahora demasiado lejana para las nuevas generaciones. Que la película haya recibido una calificación por edades de no recomendada para menores de 18 años, no es sólo por la fluidez sexual del personaje protagonista, los chistes sobre drogas estupefacientes o los desmembramientos varios que se escenifican en la película, sino que también sirve como listón cultural y de frikismo. Accesible para Generación X y Millenials, todavía la Generación Z puede seguir el hilo de la sucesión de referencias que tiene la película, pero para la nueva Generación Alfa (target principal de la Fase 4 del UCM), la mayor parte de los chistes y de la selección musical que acompaña se pueden perder en una brecha cultural.
PELI DE COLEGAS
Deadpool y Lobezno se ajusta al esquema de las buddy movies. Tenemos dos personajes, abiertamente opuestos en un principio, obligados a colaborar en un objetivo común, y que, a la fuerza, tendrán que ir limando asperezas para no sólo encajar como equipo, sino desarrollar una estrecha amistad. Pero la cinta lleva más allá este concepto de peli de colegas. Es una película hecha entre colegas. Aunque a lo largo de los años en redes hayan escenificado continuas refriegas y enfrentamientos, siempre de modo jocoso (no como Vin Diesel y Dwayne Johnson), los dos actores llevan consigo muchos años de amistad que brilla especialmente en la química que muestran en pantalla. La película es dinámica y encadena una estrambótica secuencia de acción con otra, pero lo cierto es que no sería menos entretenida si se basara únicamente en una continua confrontación dialéctica entre los dos personajes.
Deadpool y Lobezno/ Ryan Reynolds y Hugh Jackman guardan el mismo grado de bromance que parejas históricas del cine como Laurel y Hardy, Abbot y Costello, Los Tres Chiflados, Bob Hope y Bing Crosby, Jerry Lewis y Dean Martin, Jack Lemmon y Walter Matthau, Gene Wilder y Richard Pryor, Dan Aykroyd y John Belushi, Arnold Schwarzenegger y Danny DeVito.
Tras la pantalla se les suma Shawn Levy, director impersonal pero eficiente, que venía de trabajar con Jackman en Acero Puro y con Reynolds en Free Guy y El proyecto Adam. El resultado es una película que exuda el buen rollo que hubo detrás de las cámaras entre los tres y con la avalancha de cameos que tiene la película y eso se traslada al espectador. Por lo demás, la película muestra un excelente nivel de factura. Los efectos especiales mantienen un nivel, o al menos están mejor que los de Thor. Love & Thunder. Es cierto que puede llegar a saturar con tanto cameo y que, más allá de lo alambicado de la trama, la esencia es bastante endeble y vacía; sin embargo, también es dinámica, divertida, no te aburre y resulta lo suficientemente emotiva como para que, dentro de la bufonada, te sigan importando los personajes.
SIGUIENTE FASE
Con Deadpool y Lobezno, Ryan Reynolds factura la mejor entrega de su personaje y nos presenta la que posiblemente vaya a ser la película del verano 2024. Además, hace con nota la transición a Marvel Studios, jugando con sus propias reglas. Habrá que ver de qué manera el personaje se puede o no integrar en las futuras películas del UCM o si Jackman querrá regresar y cumplir su sueño de ver a Lobezno compartir pantalla con Los Vengadores. ¿Es mejor ésta que Logan? Ni de broma. La cinta de James Mangold seguirá siendo la gran despedida del personaje. Esto es un epígrafe gracioso con el que Jackman se permite sacarse alguna que otra espinita guardada y, recién divorciado, se cobra su particular crisis de los 50.