El regreso de Sylvester Stallone a uno de sus personajes insignia ha supuesto un cambio con respecto a la esencia del personaje. Tras el final de “John Rambo”, la cuarta entrega estrenada en 2008, quedaba claro que, de regresar, el ex boina verde lo haría en un formato alejado del cine de acción de corte bélico en el que se habían desenvuelto las secuelas anteriores. El primer acercamiento fue un guion que acabó en manos de su amigo Jason Statham, “El Protector” de 2013.
Curiosamente, aquella película tiene muchos puntos en común con lo que finalmente ha sido “Rambo. Last Blood”, salvo que aquí, Stallone ha preferido decantarse por un toque más próximo al western, con “Sin Perdón” ni más ni menos como referente.
Desgraciadamente, nada en esta película se acerca al prodigio que supuso la cinta de Clint Eastwood. Sacar a nuestro héroe del contexto militar ha sido desnaturalizarlo, hasta el punto de que si el protagonista recibiera otro nombre distinto al de John Rambo, la historia no se vería afectada en lo más mínimo. Deudora también de títulos recientes como Venganza o The Equilizer, la cinta decae en un tufillo burdo de producción de la Cannon de la más baja estofa (ni Charles Bronson en sus horas más bajas).
Esa visión rancia de México (localizado en Tenerife, dicho sea de paso), de esa panda de traficantes mexicanos con doblajes ridículos no ayuda tampoco a salvar una cinta donde acción hay más bien poca y todo se concentra en los últimos 15 minutos de metraje. Eso sí, una vez estalla, el despliegue de truculencia y casquería es brutal. Tras el cierre honorable que supuso la anterior entrega, esta quinta película es capaz incluso de revalorizar pestiños como Rambo III.