Resulta curioso cómo la filmografía de Tim Burton se ha bifurcado de manera tan generacional. Los inicios de su carrera (de La Gran Aventura de Peewee a Big Fish) son de referencia rigurosa para los Gen X (nacidos entre 1965 y 1981), mientras que a partir de Charlie y la Fábrica de Chocolate en adelante han acompañado a los Millenials (nacidos entre principios de la década de 1980 y mediados de la década de 1990) y Gen Z (nacidos desde mediados o finales de la década de 1990 hasta finales de la década de los 2000). Eso sí, todos ellos comparten la misma conexión con el espíritu divergente de los personajes de Burton, protagonistas que no encajan en los patrones de la sociedad, sensibles, tremendamente creativos e inteligentes, pero con pocas habilidades sociales, a los que les cuesta entender la crueldad o el egoísmo imperante en nuestro entorno.
Es cierto que hay una clara separación entre estos dos bloques de la filmografía de Burton, marcados, entre otros elementos, por el regreso del cineasta a la factoría Disney, donde ha firmado algunos de sus mayores éxitos comerciales, pero donde hemos apreciado un edulcoramiento de los aspectos más ácidos de su discurso (Sweeney Todd se presenta como excepción a esto). La salida de Burton de la Disney parece haber reflotado su faceta más ácida, algo ya apreciable (aunque aún a medio gas) en la primera temporada de Miércoles.
EL MUERTO ANDA SUELTO
Los aspectos definitorios del cine de Burton los podíamos encontrar ya prácticamente definidos en su opera prima, La Gran Aventura de Pee Wee; sin embargo, fue su siguiente largometraje, Bitelchús el que estableció de manera ya clara el perfil más irreverente del cineasta.
La historia de un matrimonio de fantasmas recién difuntos atrapados en su casa con una familia de yuppies y la presentación del bioexorcista Bitelchús no encajaba en los patrones de los estudios de Hollywood, pero su éxito comercial demostró que la mirada desproporcionada de la realidad que aportaba Burton tenía un público que compartía su devoción por el expresionismo alemán, los clásicos de terror de la Universal y su desprecio por lo artificioso de la sociedad de zona residencial, donde todo es prefabricado con el mismo molde.
El personaje de Bitelchús, pese a contar con poco tiempo en pantalla, bien diseminado por el metraje de la película, se convirtió en un icono cultural, incrementado por la subsiguiente serie de animación o, más recientemente, el popular musical creado por Eddie Perfect, Scott Brown y Anthony King. Es más, esos fans de Burton de segunda generación es probable que conozcan más al personaje por el espectáculo musical que por la cinta de 1988.
RESUCITANDO AL ESPÍRITU MACABRO
Antes de convertirse en un director clase A en Hollywood con Batman, Bitelchús ya creó una legión de fans que, durante décadas, no han parado de pedir una secuela y el regreso del bioexorcista a la gran pantalla. Finalmente, Burton y Keaton se han prestado a regresar a la cinta original, aunque Burton ha querido permanecer impermeable a la evolución que ha tenido el personaje fuera de su control. Bitelchús Bitelchús es una secuela directa de la cinta de 1988, que ignora por completo todo el lore posterior construido con la serie de animación o el musical.
Varios son los elementos que ha utilizado Burton para dar nueva vida al ADN de la cinta original. En parte el regreso de los actores Winona Ryder, Catherine O’Hara y, por supuesto, Michael Keaton. Alec Baldwin y Geena Davis han sido adecuadamente excusados en esta secuela, mientras que el personaje de Charles Deetz continúa, pero no así el actor que lo encarnó Jeffrey Jones (condenado por tenencia de pornografía infantil y agresión sexual en 2003 y 2009).
Se incorpora también Jenna Ortega, quien protagonizara Miércoles a las órdenes de Burton y que encaja perfectamente en la troupe Burton, de la que también encontramos a Willem Dafoe o Danny DeVito.
A estos se suma Justin Theroux y Monica Bellucci, no sólo extraordinaria actriz, sino también continuadora de la tradición de Burton de dar un papel a sus parejas sentimentales en sus películas.
En otros apartados nos volvemos a encontrar a Danny Elfman en la música o Bo Welch como asesor artístico. La fotografía de Haris Zambarloukos bebe mucho del trabajo original de Thomas E. Ackerman y el vestuario de Collen Atwood también se inspira en los diseños de Aggie Guerard Rodgers.
Burton también ha querido mantener lo máximo posible el componente artesanal de los elementos visuales, priorizando maquillajes, maquetas y decorados por encima de efectos digitales. Esto es fundamental en este título, donde, para evitar en caer en la reiteración con respecto a la película anterior, el cineasta da mayor protagonismo al Más Allá, aspecto, por otro lado, que también le permite desplegar con mayor libertad todo su ingenio conceptual y visual.
LLEGÓ EL DAY O
Con Bitelchús Bitelchús podemos decir que recuperamos al Tim Burton primigenio, aunque no en todo su esplendor. La cinta adolece de varios obstáculos. El primero es la acumulación de subtramas y personajes que no terminarán de desarrollarse adecuadamente, diluyendo el desarrollo de la historia (más bien excusa argumental) de la película. Esto también provoca que la cinta tarde en arrancar al tener que presentar demasiados elementos y construir el escenario para la confrontación de los personajes. Sin embargo, una vez Burton consigue agarrar fuerte las riendas de todos estos componentes, la cinta se convierte en una comedia cáustica, irreverente, imaginativa, muy divertida y con las dosis justas de fan service, sin convertir esto en el motor principal de la película.
Es cierto que esta cresta de la ola se rompe antes de llegar al final con un epílogo que pierde la fuerza del clímax final y que hay elementos que no pasan del mero guiño nostálgico, como la aportación musical de Danny Elfman, depositando la película más valor a la selección de canciones preexistentes. Burton, antes de Tarantino ya había destacado por la introducción de su melomanía (y su particular devoción por Tom Jones) en la selección musical de sus películas, siendo ésta quizás donde más rienda suelta da a esta particularidad. Sí, regresa el guiño a Harry Belafonte, pero el verdadero highlight de la cinta reside en la particular versión de MacArthur Park de Richard Harris.
TREN AL INFRAMUNDO
Una vez más Burton y Keaton logran que todos los personajes pivoten alrededor de Bitelchús, a pesar de que éste juega un papel secundario en la trama; sin embargo, sus apariciones están, como en la original, tan bien medidas que no echas de menos al personaje.
Hay también un espléndido mensaje de solidaridad femenina intergeneracional en la forma en que Lydia, Astrid y Delia, pese a sus personalidades tan dispares, logran superar sus discursos particulares para establecer una poderosa conexión familiar. Muchos personajes secundarios carecen de peso argumental y sus apariciones resultan gratuitas, como es el caso de Bellucci o Dafoe, pero no hay duda de que aportan color y humor a la cinta y es Bitelchús el que justifica en mayor o menor medida su presencia en la película.
De hecho, en el camino, la cinta deja muchos aspectos para el recuerdo, como los ayudantes jibarizados de Bitelchús (especialmente Bob), el detective/actor de Willem Dafoe, el Soul Train o las incontenibles transformaciones del propio Bitelchús.
Más prescindibles, en nuestra opinión, son las dos subtramas pseudorománticas con Justin Theroux y Arthur Conti, es más, la trama de romance adolescente nos parece lo más desechable de toda la película.
TRAS LA INVOCACIÓN
Bitelchús Bitelchús es una secuela inferior al original. La película de 1988 resultaba más cohesionada y el peso de los personajes en la trama estaba mejor medido. Aquí el guion resulta más disperso e irregular, pero eso no quita que el visionado de la película está plagado de grandes momentos que nos devuelven la esperanza en un Tim Burton que parecía haber perdido su toque. A esto se suma la capacidad visual de Burton, quien logra mantener la frescura y la explosión de imaginación de la original. Con sus defectos e irregularidades, a éste espectador Gen X le ha satisfecho reencontrarse con el Tim Burton de los 80, aunque aún resulte algo descafeinado después de sus años Disney.