El caso de Vaiana es, sin duda, digno de estudio. De ser una película de éxito discreto en 2016 (recaudó la mitad que Frozen tres años antes), ha pasado a convertirse en la cinta del estudio más vista de la plataforma Disney+ y su secuela rompió récords de preventa de entradas antes de su estreno. El éxito en el servicio de streaming llevó al estudio a reconvertir lo que inicialmente iba a ser una serie de televisión en una continuación cinematográfica y presentarla como el estreno estrella para un periodo tan importante como es la Navidad (apuesta que ya desde el primer fin de semana ha quedado claro que era la correcta).
Es cierto que la escueta respuesta comercial de la cinta original era injusta para una producción de excelente factura, con espléndido acompañamiento musical y una historia de aventuras que apelaba a los clásicos del género, al mismo tiempo que servía de visibilidad para las culturas indígenas de la Polinesia. En este sentido, lejos de corregir, la segunda parte ha potenciado estos elementos con notable éxito.
Lo primero que llama la atención es la excelencia de la animación. Nada extraño viniendo de la Disney, pero no sólo hay una progresión notable con respecto a su predecesora, sino que además la película presenta un dinamismo espectacular, resultando todo un espectáculo sensorial para el espectador. Cada set pieces que compone el nuevo viaje de Vaiana adquiere sus propias características estéticas, potenciando el colorido y la espectacularidad de las imágenes.
El guion es lo más endeble de la cinta. No por deficiente, sino por carente de originalidad. La cinta acusa proliferación de personajes secundarios no especialmente imprescindibles y cuyo desarrollo es bastante limitado. Se agradece el sentido de aventura clásica que mueve todo el metraje, pero no hay ningún giro especialmente sorprendente, ni como espectadores sentimos en algún momento que el cumplimiento del viaje de Vaiana esté en verdadero riesgo. Se agradece que se haya reducido el protagonismo de Maui, para no resultar excesivamente cargante, y la evolución de Vaiana, como único personaje con un verdadero arco argumental.
La parte musical vuelve a jugar un valor decisivo en la película. En esta ocasión se ha prescindido de la participación de Lin Manuel Miranda (aunque se reutiliza el tema “We Know the Way” de la primera entrega), pero esto no afecta al conjunto. Tanto las canciones compuestas por Opetaia Foa’i, Abigail Barlow y Emily Bear, junto con la espléndida partitura de Mark Mancina sirve de principal motor de la película, tanto a nivel narrativo, argumental como de inclusividad cultural, incluso por encima de las propias imágenes.
El conjunto es una película que cumple con todas las expectativas. Ofrece un buen entretenimiento familiar para estas fechas prenavideñas, con aventura, humor, mensaje con valores sociales y representación respetuosa de una cultura minoritaria. Como secuela resulta continuista con respecto a la anterior, ampliando el espectro en todos los sentidos y dejando ya establecidos definitivamente los componentes para seguir franquiciando las próximas aventuras de Vaiana.