Han pasado treinta y seis años desde que un joven cineasta de veinticinco años debutaba con su película Sexo, Mentiras y Cintas de Video, revolucionando el mercado de la industria del cine independiente estadounidense. En todo este tiempo, Steven Soderbergh ha fluctuado entre un cine independiente de autor y un cine de industria de autor, ha probado fortuna en diferentes géneros y ha experimentado con diferentes propuestas tecnológicas buscando nuevas vías expresivas del medio audiovisual. Tal vez la valoración final de su carrera no va a ser tan reputada como sus intenciones, pero no se puede negar al cineasta el mérito de haber apostado por el riesgo a lo largo de su carrera. Curiosamente, uno de los géneros que le quedaba por abordar era el terror, algo que cumple con su película Presence.
UNA HISTORIA DE FANTASMAS
El cine y la literatura nos ha dejado diferentes tipos de historias de fantasmas, pero es cierto que, en muchos de los casos, el componente espectral, lejos de absorber toda la historia, se convierte más bien en un desencadenante, un elemento que provoca que elementos reales y humanos acaben aflorando y que se convierte en un vehículo metafórico para dramas intimistas. Presence se suma a este tipo de historias. Sobre el papel tenemos la historia de una familia que se muda a una casa donde reside una presencia fantasmal, detectable únicamente por la hija menor del matrimonio. En el subtexto, tenemos un drama acerca de las relaciones disfuncionales dentro de una familia de clase media acomodada, donde la personalidad más práctica y egocéntrica de la madre y el hijo mayor chocan contra la forma de ser más sensible y emocional del padre y la hija menor. Los primeros son de carácter más fuerte y dominante, mientras que los segundos son más dóciles y empáticos. La cinta es también una historia de terror, no por la presencia del fantasma, sino por horrores más terrenales.
CUESTIÓN DE PERSPECTIVA
La principal particularidad de Presence es que la historia no está narrada desde el punto de vista de ninguno de los miembros de la familia, sino desde la mirada del espectro, además en plano subjetivo constantemente. La cámara de Steven Soderbergh ser convierte en los ojos del fantasma, y por extensión, nosotros, los espectadores, nos convertimos también en el propio fantasma. Soderbergh ha rodado la película a base de planos secuencia (33 en total), donde el fantasma va siguiendo las acciones de los diferentes miembros de la familia, convirtiéndose en un testigo casi siempre pasivo de lo que sucede en la casa, pero que asume la función de único narrador.
Con un guion obra de David Koepp (recordemos, director de otra interesante incursión en el terreno de los fantasmas, El Último Escalón), la cinta se apoya en el uso de una cámara ligera, con un soporte que equilibra la imagen y permite suaves travellings por toda la casa. La narrativa es de movimiento fluido y constante entrando y saliendo de las habitaciones y subiendo y bajando escaleras, pero manteniendo los límites del interior de la casa como espacio único, lo que provoca que el espectador se sienta mucho más implicado en la historia, aunque también se marque una distancia con los personajes. Esto no implica que Soderbergh desatienda a los personaje, en absoluto. Especialmente, los personajes de Chris y Chloe (padre e hija), a través de las interpretaciones de Chris Sullivan y Callina Liang, resultan muy cálidos, frente a la frialdad de Rebekah y Tyler (Lucy Liu y Eddy Maday).
TOQUE DE AUTOR
Técnicamente cuidada, Soderbergh ofrece esa perfecta factura técnica que suele acompañar a sus películas, pero con una puesta en escena que también puede resultar desafectada y fría. En este sentido, Soderbergh se está más emparentado con cineastas como Kubrick o Nolan, cerebrales y pulcros, pero con pocas concesiones a lo emocional. Como decíamos, además en este caso, el uso del plano subjetivo y procedente además de esa presencia sirve de filtro entre la acción y el espectador. A esto se suma que los recorridos del fantasma por la casa o su reclusión en uno de los armarios provoca que su punto de vista no siempre sea directo y que muchos momentos tengan lugar fuera de plano. Donde más podemos hablar de conexión del espectador con la película es en lo referente al espacio, con la casa. Ahí la dirección de fotografía y el montaje del propio Soderbergh, además de la partitura musical de Zack Ryan, juegan un valor fundamental.
ASUNTOS PENDIENTES
En Presence encontramos ecos de otros títulos, desde La Soga de Alfred Hitchcock hasta A Ghost Story de David Lowery, pasando por el cine de M. Night Shyamalan por esa idea de utilizar lo sobrenatural como excusa para abordar las crisis personales y familiares (además del gusto por los giros argumentales finales). Aunque la mano de Steven Soderbergh es evidente en todo el concepto de la película y su puesta en escena, es cierto que aquí el cineasta también consigue aportar algo distinto a su filmografía, regresando más a la esencia más independiente y modesta de su cine. El resultado es una película bien ejecutada, solvente, a contracorriente en cuanto a ritmo con el cine de género, pero que consigue transmitir todo lo que pretende al espectador, de manera clara y sencilla.