Llama la atención cómo en un espacio corto de tiempo la saga de John Wick ha sabido recoger el testigo de aquel actioner rotundo y artesanal de los 70 y 80 y trasladarlo a una nueva generación de gamers enganchados a los shooters. De los modestos 20 millones de dólares de la primera entrega, saltamos aquí ya a 55 millones, que sigue siendo una cantidad modesta para los parámetros de Hollywood. Todo esto se ha invertido en un mayor número de secuencias de acción, mucho más elaboradas y espectaculares, así como en algunos saltos geográficos.
Si bien Nueva York sigue siendo la localización principal, después de que en la segunda parte John Wick visitara Italia, ahora hace una escala en Marruecos. Se incorporan nuevos personajes, y lo que es más, algunos nombres que ayudan a aumentar el calibre de la producción (Anjelica Huston, Halle Berry o Marc Dacascos).
Perdemos un poco de vista las motivaciones del protagonista y ya lo del perro asesinado queda muy atrás. También nuestro héroe se aleja cada vez más de su perfil humanizado y adquiere rasgos suprahumanos a medida que vuelve a ser ese legendario Baba Yagá. La película supone una concatenación de secuencias de acción realmente espectaculares, con excelentes coreografías y una labor de realización y montaje para que todo fluya de manera natural asombrosa, además de alternar enfrentamientos cuerpo a cuerpo, con arma blanca, con armas de fuego de diferente calibre o duelos a caballo y motorizados.
Si empezamos a sumar momentos espectaculares de la cinta, nos quedamos sin dedos. Seamos honestos, esto es lo que vamos a ver y lo que nos hace disfrutar con estas películas, cualquier resto de verosimilitud o la humanidad del personaje nos la trae al pairo.