Según el folclor eslavo, Baba Yagá es una anciana sobrenatural, huesuda, arrugada, con la nariz de color azul y los dientes de acero que vive en las profundidades de los bosques rusos, dentro de una casa que se sostiene sobre unas patas de gallina. Dicha vivienda está rodeada de árboles y de los cráneos brillantes que coronan la valla que delimita los dominios de su inquilina. La grotesca anciana, además, posee una pierna normal y una de hueso, por lo que a menudo se le da el apelativo de «Baba Yagá Pata de Hueso». Las dos piernas representan al mundo de los vivos y al mundo de los muertos, por los cuales ella deambula sin mayor problema.

Ser perverso y cruel del que es mejor no fiarse, Baba Yagá gusta de devorar niños a mordiscos. Es más, en su choza abundan los trozos de carne de quienes fueron sus víctimas… La malvada bruja no sólo se desplaza de un lugar a otro dentro de su macabra choza, sino que también lo hace montada en un almirez, o a veces en una olla, mientras rema el aire con una escoba plateada. Esto sucede cuando Baba Yagá persigue con agresividad y con tesón a quienes, una vez han osado desafiar sus dominios, se niegan a aceptan el destino que la bruja les tiene reservado.

Baba Yagá es el sobrenombre con el que se conocía, en los esquivos y oscuros mentideros del submundo de la delincuencia más ancestral, a Jonathan «John» Wick, un asesino con poderes ciertamente sobrenaturales y del que nadie había sobrevivido jamás, por lo menos, no sin su consentimiento.

Jonathan Wick, lejos de toda lógica, consiguió salirse de la estricta y férrea disciplina de la liga de los asesinos a la que pertenece, the High Table, organización que bebe de las mismas arenas del tiempo de las que se nutre el personaje del folclor ruso del que tomó su sobrenombre.

Una vez que lo logró, Wick sólo quiso llevar una vida normal junto al amor de su vida, Helen, pero la parca a la que sirvió con esmero y dedicación desde que fuera adolescente no le dejó disfrutar de ese momento durante demasiado tiempo. Así, un día, esa nueva faceta de su vida se marchitó, justo cuando enterraba el cuerpo inerte de su amada.

Roto por la desesperación, Jonathan Wick se cruzó en su camino con Iosef Tarasov, el imberbe y desmedido vástago de quien fuera su último señor, Viggo Tarasov. Sin casi tiempo para reaccionar, el letal y retirado asesino se vio sometido a los desmanes de quienes, de tan ignorantes que son, ni siquiera son capaces de darse cuenta de que está profanando aquello que es mejor dejarlo como está…

Con todo perdido y sin mayor esperanza en su vida que la venganza, Jonathan Wick removió la losa que escondía su pasado y, al hacerlo, rompió, también, el sello que había mantenido cerrada la puerta del infierno, con todo lo que ello conlleva.

Poco importaron, luego, los instantes de paz que Jonathan vivió dentro de las instalaciones del sacrosanto hotel Continental -suelo sagrado para quienes pertenecen a su gremio, regentado con mano de hierro en guante de seda, por su amigo Winston… Sí, por su amigo Winston, por extraño que esto pueda llegar a sonar en mundo tan descarnado y radical como éste.

Winston, fiel servidor de la organización, guardián de las tradiciones y de las estrictas reglas sobre las que se rige el escenario y quienes lo regentan, supo que ya nada sería lo mismo en el mismo momento en el que su amigo deslizó una moneda de oro para entrar en el reservado del hotel. Se dio cuenta de que Jonathan Wick era un hombre movido por una misión; es decir, vengar la afrenta cometida no por el botarate de Iosef Tarasov, sino por el propio destino, que fue incapaz de darle más tiempo junto a Helen.

Por todo ello, Winston también sabía que, llegado el caso, su amigo Jonathan Wick, hombre de férreos principios, llegaría a romper la regla primordial de su establecimiento, como hiciera la fallecida Ms. Perkin; es decir, no derramar sangre sobre el suelo del hotel Continental. Al hacerlo, desataría la ira de los miembros de la organización de asesinos, celosos guardianes de las tradiciones que se pierden en la neblina de la antigüedad.

Perdida su condición de miembro- “excommunicato”, en el argot de esa pócima que conforma una organización que mezcla elementos del pasado medieval de las desmedidas cruzadas con artilugios propios de la era Pulp y los inserta, todos juntos, al lado de vetustos teclados de ordenador y teléfonos sacados del mismísimo “Crack” del 1929- Jonathan Wick emprenderá una implacable carrera contra el tiempo, mientras una suerte de jauría humana cuenta los segundos para empezar la cacería.

Lo que todos ellos ignoran, incluyendo la estricta e inquisidora enviada de la ancestral organización, es que Jonathan Wick no es una persona cualquiera. Jonathan Wick no se rige por las mismas leyes que el resto de los humanos, por lo menos, en cuanto a tenacidad se refiere y, llegado el momento, su sangrienta brutalidad se irá cobrando una víctima tras otra mientras la parca sonríe entre bambalinas ante el glorioso espectáculo al que estamos asistiendo. Ésta, eso sí, es una contienda sin honor, sin gloria, sin recompensa. Sólo interesa sobrevivir y poco importan los principios a los que se hacían mención anteriormente, salvo cuando es necesario reclamar el derecho a santuario que un día alguien le otorgó.

Ni siquiera su encuentro y posterior sacrificio con uno de los integrantes de la organización -un ser que recuerda, poderosamente, al no menos legendario Ra’s al Ghul- lograrán cambiar la determinación de un ser que parece llevar esculpidos sus motivaciones sobre su propia piel.

Sin embargo, puede que las respuestas a todos los interrogantes que rodean la figura implacable del asesino sean mucho más fáciles de encontrar… ¿No será que Jonathan Wick, ser letal y desconcertante es, en realidad, una transmutación de Baba Yagá, tan descarnado, imparable y sanguinario como la malvada bruja del folclor ruso?

Protagonizada por Keanu Reeves, ‘John Wick: Capítulo 3 – Parabellum’ llega a los cines españoles el 31 de mayo de 2019.