Año 2000, un joven actor llamado Vin Diesel, quien ya ha ido llamando la atención con sus papeles en Salvar al Soldado Ryan y El Gigante de Hierro, protagoniza dos películas de modesto presupuesto que van a lanzar su carrera al estrellato: Pitch Black y A Todo Gas. A día de hoy, 23 años más tarde, Richard Riddick y Dominic Toretto siguen siendo los dos personajes más importantes en la carrera de Diesel, siendo con Toretto con el que la estrella ha podido desplegar su verdadero concepto del cine como discurso y como espectáculo en movimiento, especialmente después de que cogió las riendas de la producción de la franquicia a partir de su cuarta entrega.

EN LOS LÍMITES DE LA REALIDAD

En 22 años, la saga de Fast & Furious se ha convertido en la franquicia más extensa y lucrativa (superhéroes aparte) del cine de Hollywood del siglo XXI. Al menos dos generaciones de espectadores se han criado con Toretto y su “familia”, y con un concepto de la espectacularidad, la acción y la ausencia de las reglas básicas de la física como pocas anteriormente. Sobre todo a partir de la cuarta entrega (en realidad una especie de reinicio que marcó la nueva andadura de la saga), las películas han ido avanzando en su concepto particular del más difícil todavía de un circo de tres pistas.

Si bien, nunca ha sido una franquicia marcada por la verosimilitud, en cada nueva entrega la capacidad del espectador de la suspensión de incredulidad se pone más y más a prueba (algunos directamente la deshabilitamos desde la quinta película). En este contexto, lo primero que podemos decir con respecto a Fast & Furious X es que, en lo bueno y en lo malo, las nueve entregas anteriores han sido únicamente un preparatorio para lo que vemos en esta película. Seamos claros, aquí ya no se trata de si es o no una buena película. Objetivamente no lo es, pero tampoco le podemos negar ser, con toda su ridiculez y su elefantiasis narrativa, un entretenimiento desprejuiciado, que no engaña a nadie y que acaba convirtiéndose (para quien la consume) en un placer culpable.

AL BORDE DEL PRECIPICIO

Esta décima entrega (en la que ya, supuestamente, se pone la primera marcha hacia la clausura de la franquicia) eleva el listón del absurdo, pero también el de la combustión de la acción. Se trata de dos horas y media de acción frenética, donde, en nuestra opinión destaca por méritos propios toda la extensa set piece que se desarrolla en Roma y que supone el arranque de ¿la trama? Con un montaje paralelo a cuatro bandas, supera con creces lo anteriormente visto en la franquicia, ofreciendo más de los mismo, pero con más esteroides. Esto podría suponer un problema, ya que el resto de la acción de la película queda por debajo de este alambicado bloque.

El resto de las secuencias, incluyendo el explosivo final, apuntan a la construcción del cliffhanger que nos abre las puertas de la undécima (¿y última?) entrega. Esa quizás sea la principal novedad de esta décima película, su carácter no conclusivo. Es cierto que en las anteriores siempre se dejaba la puerta abierta a por dónde iba a continuar la franquicia; sin embargo, Fast X viene a ocupar el puesto de El Imperio Contraataca o Vengadores. Infinity War en la franquicia. Dos referencias nada baladís, ya que queda claro que esa era la intención de los responsables de la saga.

LA MADRE DE TODOS LOS VILLANOS

El arma secreta de esta nueva entrega reside en su villano. Si, como comentábamos antes, en cada nueva película siempre había alguna escena que elevaba el listón de inverosimilitud de la saga (la última, ese viaje al espacio de Tej y Roman en Fast 9), aquí ese “honor” no lo tiene ninguna secuencia concreta (¡y no por falta de méritos!), sino que reside en este caso en un personaje. En esa tradición de la franquicia de ir redimiendo villanos e incorporándolos a la familia Toretto (algo de lo que ellos mismo son conscientes y de lo que llegan a hacer mofa en la película) y con el listón de villanía alto gracias a Charlize Theron y su personaje de Cypher, hacía falta romper moldes.

La película cuenta con algunas nuevas y llamativas incorporaciones, especialmente los papeles de Brie Larson y Alan Ritchson, pero su peso en esta película es relativo (esperemos que en la siguiente les den más protagonismo).

Sin embargo, Dante Reyes, interpretado por Jason Momoa, es un compendio de muchas cosas, cambiando de piel en cada nueva secuencia, siempre al límite, con un histrionismo exacerbado y sin una clara construcción de personaje, más bien una colección de caprichos del propio Momoa, quien evidencia estar pasándoselo en grande con los bandazos que su papel va dando a lo largo de toda la película. Al final, Dante Reyes se convierte en la mejor metáfora de lo que han sido las 10 películas de Fast & Furious, una lata cayendo por un barranco, impredecible en su trayectoria, pero que, por alguna razón, secuestra nuestra atención y nos engolosina con la curiosidad por saber dónde va a acabar aterrizando después de tanto rebote absurdo.

NITRO DE GARRAFÓN

Fast & Furious X mantiene todas las constantes de la serie, desde su argumento inverosímil, sus secuencias de acción que priorizan la espectacularidad por encima del sentido común, personajes arquetípicos y monolíticos, diálogos almidonados que harían ruborizar a Corín Tellado, efectos digitales nada discretos y que evidencian lo inviable de la acción; sin embargo, nada de esto debería coger por sorpresa al espectador. Quien haya llegado hasta aquí sólo puede ser por aceptación de las reglas o mero masoquismo (la combinación de ambas también es una alternativa).

Descontextualizada, lo de esta película debería ser de vergüenza ajena, una afrenta al noble arte que oficiaban genios como John Ford, Howard Hawks o Alfred Hitchcock. Pero, en su debido contexto, se nos antoja un desprejuiciado WTF cuyo único objetivo es dar una nueva vuelta de tuerca a una saga que hace mucho tiempo que se salió de rosca para encontrar su verdadera identidad.