El próximo año Dungeons & Dragons cumplirá la longeva edad de 60 años que no sólo lo posiciona como el mayor referente histórico en lo referente a jugos de rol, sino también en uno de los primeros en generar una franquicia a su alrededor que, entre nuevas versiones del juego, novelas, videojuegos y demás productos, se mantenido en plena efervescencia a la marca hasta el día de hoy. Sólo había un espacio que se le resistía, el cine.

Tras la buena acogida de la serie de animación de la década de los 80, las adaptaciones en formato de largometraje habían sido bastante ruinosas, empezando por aquel primer intento de saga cinematográfica estrenada en el 2000 tan sonrojante que sus secuelas (aún más vergonzosas, pero mucho más modestas y económicas) pasaron directamente a formato doméstico. El fracaso fue tal que se ha tardado veintitrés años en querer darle una segunda oportunidad a este icono popular.

La apuesta por una nueva versión de Dungeons & Dragons apunta a sacar provecho del boom actual de producciones de corte juvenil y de fantasía impuesto por el éxito del cine de superhéroes. En este sentido, para la producción, se ha hecho la tarea y han analizado los patrones de los éxitos de Marvel y los han aplicado a este mundo medieval de fantasía heroica. Como diría John Hammond, “no han reparado en gastos” y con un presupuesto de 150 millones de dólares se ha elaborado una lujosa película repleta de efectos digitales y con un reparto de estrellas. Ahí encontramos, al menos, tres nombres de peso, Chris Pine, Michelle Rodríguez y Hugh Grant, al que se suma como secundario de lujo Regé-Jean Page intentando revalidar el estrellato que le proporcionó la primera temporada de Los Bridgerton.

John Francis Daley y Jonathan Goldstein dirigen la nueva adaptación del juego de rol

Dirección y guion vienen firmadas por el dúo formado por John Francis Daley y Jonathan Goldstein, cineastas más bregados en el terreno de la comedia y no tanto en la fantasía o la acción. Y es que la película busca encandilar a su público más por el terreno del humor que por aquellos elementos intrínsecos del juego. Eso no quita que la recreación de criaturas de todo tipo o el uso de la magia no juegue un papel fundamental, de la misma manera que los protagonistas van saltando de aventura en aventura, siempre poniendo a prueba su habilidad de supervivencia a las situaciones más asombrosas, pero el gran pilar de toda la cinta está en la sucesión de chistes y situaciones cómicas que aligeran la trama al espectador.

Un ladrón encantador y una banda de aventureros increíbles

Más allá del atractivo y el éxito de los personajes a la hora de lograr la empatía del público, la película tira de carisma con sus protagonistas. Pine busca franquicia con la que sostener su carrera desde que la vertiente cinematográfica de Star Trek entró en punto muerto. Para Rodríguez, el fin de Fast & Furious también está cerca, sin olvidar su no continuidad en Avatar y aquí encuentra también un buen testigo que recoger, mientras que Hugh Grant gana la partida repitiendo su personaje de canalla cínico y amoral. Juntos consiguen que la película cumpla como divertimento y que la aventura tenga un cierto poso dramático.

Encontramos en la película un gran trabajo de efectos digitales, fundamentales para dar credibilidad a este mundo mágico, repleto no sólo de todo tipo de criaturas y bestias, sino con localizaciones fantásticas, grandes ciudades y castillos, que dan con la atmósfera adecuada para reflejar lo que antes estaba únicamente en la mente el master y los jugadores.

Podríamos acusar un abuso de digital, pero eso ya entra en los patrones del cine comercial actual. En este sentido, la película sigue la pauta de títulos recientes como Ant-Man y la Avispa. Quantumania o Shazam 2. La Furia de los Dioses, donde los protagonistas están inmersos en un entorno digital, independientemente de que éste sea realista o imaginario, ya que el propio espacio se convierte en un elemento fantástico en sí. En este sentido, la infografía viene a suplir la labor de las ilustraciones que acompañan al juego de rol o que han surgido a raíz del éxito del mismo.

Una aventura hilarante y llena de acción

La película está repleta de acción. Acción adrenalínica, desproporcionada y fantasiosa, como corresponde. El guion está armado en base a set piece tras set piece que busca evitar que el espectador caiga en el sopor o el aburrimiento. Todo construido de manera muy dinámica, con escasos momentos de respiro. Hay continuos cambios de escenario y cada nuevo reto supone una pieza distinta el puzle. Ninguna de estas set pieces es un prodigio de narrativa, más bien la puesta en escena es acomodaticia y funcional. Y es que ahí radica el principal problema de la película.

Dungeons & Dragons. Honor entre Ladrones hace todo lo que tiene que hacer para asegurarse el éxito y, eso no lo negamos, resulta una película divertida y dinámica, cuyas dos horas y cuarto de metraje pasan sin desgaste para el espectador, quien sale de la sala con la sensación de haber visto un buen entretenimiento, aunque ninguna escena resulte especialmente memorable o atrevida.

La cinta se ciñe a cubrir el expediente, sin personalidad alguna, ni riesgo en la puesta en escena. Asegurando lo que el público de multisala quiere ver y preocupándose de no salirse de la línea de puntos.

Lo positivo, que sí, que la película se asegurará lo más probable su continuidad.

Lo negativo, que las próximas secuelas seguirán siendo entretenimientos tan insulsos e funcionales como éste.