Mientras que Marvel parece que cuenta ya con un formato establecido y bien engrasado, que puede gustar más o puede gustar menos, pero que parte de unos parámetros que son probada fórmula de éxito para la Disney, el Universo Cinematográfico de DC en los últimos años ha seguido una línea más errática. A modo de “ensayo y error”, Warner ha ido intentando encontrar, con pasos inseguros, el camino a seguir para poder explotar la franquicia con el mismo éxito y la misma longevidad que su competidora.
Las críticas recibidas por el intervencionismo en los montajes finales de sus películas, especialmente acusados por parte de los directores Zack Snyder y David Ayer, no han ayudado a proporcionar una buena imagen a la empresa, especialmente cuando los montajes comerciales tanto de La Liga de la Justicia como de Escuadrón Suicida se saldaron con dos sonoros fracasos de crítica y público. La reclamación y posterior estreno del Snyder’s Cut en HBO Max no ha hecho más que agigantar las diferencias de imagen pública entre el espíritu creativo de los directores y las aspiraciones comerciales e intervencionistas del estudio. En un universo de héroes y villanos, Snyder ha conseguido establecer una narrativa donde ellos, los directores, son los buenos y el estudio, los malos. Esto daría para mucho debate, pero lo cierto es que, desde la época en que Harvey Weinstein se ganó el mote de “Manostijeras”, no se producía en la industria una lucha tan grande por definir el concepto de autoría de una película.
James Gunn dirige EL ESCUADRÓN SUICIDA
En medio de este contexto, y con Ayer fuera de cualquier posibilidad de rodar una secuela de su película de antihéroes, se produce una situación de lo más curiosa. James Gunn, adalid de Marvel gracias al éxito Guardianes de la Galaxia, quien abriera la vía claramente humorística dentro de la franquicia, de repente quedaba fuera del estudio por unos antiguos tweets de contenido políticamente incorrecto (cuando el cineasta ya había dado innumerables muestras de irreverencia en su cine y sus comunicados públicos). Lo que para Disney era un director posiblemente tóxico para sus relaciones públicas, de repente, se convierte en el objetivo a alcanzar de la Warner. Hasta el punto de que Gunn se asegura, antes de firmar para rodar la nueva reimaginación de El Escuadrón Suicida, no sólo de contar con el montaje final, sino carta blanca para introducir violencia, humor negro y referencias sexuales que Warner vetó a Ayer y que Disney jamás permitirá en su UCM.
Borrón y cuenta nueva
De esta manera, llega a nuestras pantallas El Escuadrón Suicida, que no es una secuela, no es un reboot, no es un remake, es más bien un “aquí no ha pasado nada”, un borrón y cuenta nueva, dejando a la película de Ayer en un limbo extraño. Con la libertad adquirida, Gunn establece un tono irreverente similar al que Deadpool abriera en 2016, pero con el respaldo de una gran superproducción. Si bien la película recoge algunos elementos de su predecesora (para furia de David Ayer, que sigue con su combate para intentar conseguir reivindicar su trabajo), como, por ejemplo, las pocas diferencias entre el Deadshot de Will Smith y el Bloodsport de Idris Elba (dos mercenarios de élite, infalibles con cualquier tipo de armamento, con una hija que es utilizada como chantaje para reclutarlos e interpretados por actores negros), lo cierto es que Gunn demuestra ser consciente de estos elementos y hasta ironiza con ellos en pantalla.
Secuencias de alto voltaje y una excelente realización
Más que el argumento en sí, que ya el propio director se va encargando de desarmar a medida que avanza la película, Escuadrón Suicida es una cinta que se construye más a base de la suma de pequeñas cosas que por ofrecernos una obra bien cohesionada y coherente. Sin caer en las incongruencias que lastraban el montaje Frankenstein de la anterior, lo cierto es que esta nueva entrega resulta dispersa y con problemas de ritmo, pero sabe compensar esto concatenando algunas secuencias de alto voltaje, tanto en la acción como con el absurdo de las situaciones o lo disparatado de los personajes. A esto se suma una excelente realización, capaz de coger elementos manidos y darles un toque de frescura y humor, como el momento “Just a Gigolo” o su tronchante relectura del Kaiju Eiga.
Atractivo plantel de personajes
La colección de personajes resulta también de lo más atractiva, con verdaderos duelos de carisma en pantalla entre una Margot Robbie que sigue sacando oro del personaje de Harley Quinn, la siempre serena, madura y estimulante presencia de Idris Elba o las ansias de robar el plano de John Cena con su Pacificador. Además, Gunn demuestra una vez más su habilidad para dar entidad a secundarios que a priori podría parecer de escaso atractivo, como El Hombre Mota o Ratonera 2 y dejar iconos CGI para la posteridad como Comadreja o King Shark.
No creemos que el formato de este El Escuadrón Suicida sea la línea a seguir para salvar la franquicia de DC en Warner (siempre hemos pensado que, puestos a buscar una fórmula de éxito, su división de animación lleva décadas demostrando cómo hacer las cosas), sin embargo, ante tanta saturación de películas de superhéroe confeccionadas con patrón, se agradece una ida de olla, libre y personal como la que nos presenta aquí James Gunn.