Presentada como la apuesta gamberra y trasgresora del Universo Cinematográfico DC, Escuadrón Suicida sufre de dos importantes hándicaps. El primero es de tono. El pánico a realizar una película agresiva y visceral, que dejara fuera a los adolescentes del demográfico de taquilla, ha provocado que la cinta se haya quedado entre dos aguas. La edulcoración del tono daña notablemente el montaje final, con sangrantes tijeretazos que afectan, por ejemplo, a toda la trama del Joker, aquí prescindible.

El segundo hándicap es de realización. El director, David Ayer, aseguró tomar como referente Los Doce del Patíbulo, pero mientras la narrativa de Robert Aldrich era un gozoso sentido de la concisión y la dirección coral de actores, Ayer divaga en la presentación a los personajes interpretados por actores de mayor caché y abandona al resto a su suerte.

La cinta tarda demasiado en arrancar y cuando lo hace se ciñe a encadenar aparatosas secuencias de acción de escaso desarrollo argumental.

La película tiene buenas ideas de partida, algunos acertados golpes de humor y un cuidado trabajo de diseño de producción, pero Warner/DC vuelve a demostrar que ha tomado el camino equivocado a la hora de llevar a la pantalla sus licencias del cómic.