Aproximadamente tres años y medio es lo que ha tardado en regresar a la gran pantalla las aventuras de Newt Scamander y su animales fantásticos. Por el camino, una pandemia, un cambio de actor para el personaje de Grindelwald, la casi desaparición de su creadora, J.K. Rowling, de la imagen de la franquicia por sus comentarios tránsfobos y, casi al borde del estreno, el crecimiento de la ficha policial de otros de los rostros principales del reparto principal, Ezra Miller. No se puede decir que la recuperación de la saga haya sido tranquila. Algunos de estos elementos pueden haber afectado al resultado final de la película, otros pueden malograr el rendimiento económico de la misma. Pero, si extirpamos la película de sus circunstancias, ¿qué nos queda?

LA MAGIA NO RESIDE EN LA VARITA

Vamos a partir de la opinión personal de que esta tercera entrega nos parece la más compacta y disfrutable. Desgraciadamente, también sigue manteniendo aquellos elementos que malograban las dos anteriores y que son muy difíciles de exterminar a estas alturas.

Cuando Warner terminó de adaptar las novelas de Harry Potter, su máximo interés estaba en buscar la forma de seguir extendiendo una franquicia que era su gallina de los huevos de oro. Rescatar una especie de bestiario escrito por Rowling acerca de criaturas mágicas del mundo de Hogwarts y darle protagonismo al Magizoólogo identificado como autor de ese tratado, llevando la historia al pasado y explicando los acontecimientos previos a la llegada de Voldemort parecía una buena idea. Enrolar a la creadora de la franquicia como guionista de esa nueva línea de películas y reunir a gran parte del equipo de las aventuras del joven mago, como al director David Yates (responsable de las últimas cuatro películas de la saga anterior), podía ayudar a mantener una continuidad argumental y estilística para no defraudar a los fans.

El problema es que, a medida que las nuevas entregas han ido llegando, cada vez resulta más evidente que el personaje de Newt Scamander y su zoo de criaturas no tienen tirón. A esto se suma la desaparición de algunos personajes clave como Tina Goldstein (interpretada por Katherine Waterston, cuya participación en esta tercera parte es poco más que un cameo) y la imposibilidad de darle más vuelo a otros personajes mucho más atractivos, pero que no son el protagonista, como el propio Albus Dumbledore (magnífico Jude Law, quien ofrece aquí una interpretación aún más carismática que en la segunda entrega). Por resultar más interesante, hasta el que había nacido como secundario cómico en la primera entrega, Jacob Kowalski (estupendo Dan Fogler), alcanza aquí un arco argumental mucho más rico y evolucionado que el del supuesto héroe.

Animales fantásticos_: Los secretos de Dumbledore
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LA TRAMA DETRÁS DE LA TRAMA

En nuestra opinión, el gran problema es que hay una historia que se quiere contar, que es tremendamente interesante y que ofrece al conjunto múltiples lecturas, pero que hay que encajarla en una franquicia familiar de magia y animales extraordinarios. La franquicia debe mantener unas constantes identitarias que sigan aparentando que estamos ante productos cercanos a las aventuras de Harry Potter y que su público objetivo son niños y adolescentes tempranos. En esta tercera entrega encontramos tres tramas interconectadas.

Por un lado, tenemos la rivalidad entre dos antagonistas, Dumbledore y Grindelwald, dependiente de su relación sentimental en el pasado y los sentimientos que aún albergan entre sí. Ellos son los verdaderos protagonistas de esta historia, contando además con los dos actores con mayor carisma del reparto. Mads Mikkelsen ofrece un Grindelwald muy distinto al de Johnny Depp, menos histriónico y que emocionalmente funciona mucho mejor para la historia que aquí nos quieren contar.

Por otro lado, tenemos una historia de nexos familiares y pecados pasados que cargan de tragedia el presente, donde se ven envueltos los personajes de Credence Barebone, Aberforth Dumbledore, Albus y el recuerdo de su hermana Ariana. Por último, la trama se desarrolla en el periodo de entreguerras y, mientras en el mundo muggle se está produciendo el alzamiento del nacionalsocialismo, en el mundo mágico apreciamos también cómo el personaje de Grindelwald representa ese surgir de una variante del fascismo, con su propio líder con ínfulas de tirano, una lectura que no sólo tiene ese valor histórico, sino que, sin estar prevista, viene a ofrecer una terrible mirada a los acontecimientos actuales.

En nuestra opinión, todos estos ingredientes resultan de lo más atractivos en una película. El problema es que aquí todo esto pasa a un segundo plano, cuando hay que seguir cargando con un personaje (Scamander) impostado y sin ningún tipo de desarrollo dramático, así como elaboradas y extensas secuencias de criaturas mágicas cuquis y graciosas o ridículos bailes con mantícoras, que para colmo de males no se parecen en nada a las mantícoras mitológicas (cabeza de león, el cuerpo rojo y cola de dragón o escorpión), sino a una especie de cangrejos que vienen a ser la versión potteriana de los Porgs de Star Wars.

MANTENER LA ILUSIÓN

A nivel de producción, nada que objetar. La realización de la película es competente, con una estupenda dirección de fotografía, espléndidos efectos especiales, un diseño artísticos muy cuidado, una partitura musical de James Newton Howard perfectamente hilvanada con las imágenes y la trama.

Como diría John Hammond, “no se ha reparado en gastos”, pero da la impresión de que a esta segunda saga de la franquicia sólo le quedan dos opciones, el qilin muerto, que supone una huida hacia delante con las dos entregas que quedan a pesar de saber que el producto no tiene alma; o el quilín vivo, es decir, aprovechar que esta tercera entrega deja la trama lo suficientemente cerrada para pasar la llave y seguir con otra cosa.

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