Pongamos los ingredientes sobre la mesa. En Chaos Walking tenemos lo siguiente: Una adaptación de una novela de Patrick Ness (Un Monstruo Viene a Verme); un director de filmografía irregular, pero de demostrado buen pulso para la narración, especialmente en la acción (Doug Liman); una pareja de actores formada por dos estrellas en línea ascendente (Tom Holland y Daisy Riley); un reparto de secundarios verdaderamente atractivo (Mads Mikkelsen, Demian Bichir, David Oyelowo, Cynthia Erivo); una trama original que aporta el concepto del “ruido” con el que los personajes masculinos no pueden evitar evidenciar sus propios pensamientos; un presupuesto holgado (125 millones de dólares) para poder abordar con comodidad lo que en la década de los 70 y 80 no hubiese pasado de una serie B apañada.

Y a pesar de esto, nada funciona. En la película, el concepto del “ruido” resulta bastante molesto, incongruente (aparece y desaparece a conveniencia) y, para colmo, acapara la atención en una narrativa que desatiende por completo aspectos como desarrollo de personajes o cohesión argumental.

Sí, la acción tiene pulso, la narrativa es vibrante, no deja tiempos muertos, todo avanza a buen ritmo hacia su clímax, pero por el camino se olvidan de que hay que contar una historia. Hay elementos aparentemente relevantes pero que carecen por completo de desarrollo (como la especie nativa del planeta) y, salvo el caso de Todd Hewitt (Tom Holland, lo único verdaderamente destacable de la película), el resto de los personajes están desdibujados, como ese Predicador que interpreta Oyelowo, pero, sobre todo, Viola (Daisy Riley), carente de cualquier entidad.

Esto no sólo malogra cualquier intento de química entre las dos estrellas, también, junto con la cacofonía del “ruido”, cancela cualquier atisbo de empatía por parte del espectador con los personajes. Estamos, por lo tanto, ante una cinta fallida, que escasamente logra raspar aquello que prometía.