Aquaman nunca fue el héroe favorito de los lectores de cómics. Ya en Big Bang Theory dejaban claro que era complicado encandilar a los lectores con un superhéroe cuyos poderes sólo tenía eficacia bajo el agua y que, además, mientras Batman tenía todo tipo de vehículos espectaculares y Wonder Woman un avión invisible, él tenía que cabalgando en un caballito de mar. Escoger a Jason Momoa como la encarnación cinematográfica del Rey de Atlantis suponía aportarle al personaje algo del salvajismo y la masculinidad del Khal Drogo de Juego de Tronos. Lástima que ni Zack Snyder, ni Josh Whedon, ni, posteriormente, James Wan hayan sabido cogerle el pulso al personaje.

REY A SU PESAR

La primera entrega en solitario del personaje iba a la deriva con un guion caótico y una película resuelta de manera muy pop por Wan para desviar la atención de las fugas de agua. Sin embargo, si ya la primera entrega había tenido una producción desastrosa, en la segunda entrega las resistencias se incrementaron aún más, afectando de manera aún más grave al resultado final.

Partimos con el hecho de no saber qué hacer con el personaje. Momoa en esta entrega se olvida de actuar y prefiere hacer de sí mismo, no llegando al nivel de histrionismo de Fast X, pero cerca. Hay ocasiones que uno no sabe si estamos ante una película de superhéroes o una cuarta entrega de Resacón en Las Vegas. Tampoco Warner sabía qué hacer con la película. El declive del cine de superhéroes y la saturación y desafección del público era evidente. La división entre el Snyderverso y el Warnerverso no ha hecho más que generar un cisma en el universo cinematográfico DC que no ha beneficiado a ninguna de las partes. Si a esto sumamos que Aquaman y El Reino Perdido es una película que fue producida ya a sabiendas de que ese DCU no iba tener continuidad, la huelga de actores y guionistas y el juicio Depp/ Heard, cualquier atisbo de coherencia es pura casualidad.

LA CASA POR EL TEJADO

La película evidencia muchos de estos problemas de producción y, sobre todo, las derivas y cambios de dirección con respecto a la trama y los personajes, convirtiéndose todos casi que en comodines sustituibles e intercambiables según hacia dónde se moviera la corriente.

Falta profundidad en la relación de los personajes, especialmente Arthur y Orm, pese a que, una vez más, Patrick Wilson vuelve a ser lo mejor de la función (nos seguimos reafirmando en que él era el actor más adecuado para interpretar a Aquaman). Con ese Reino Perdido del título, la cinta ha querido enlazar a Lovecraft con Tolkien y con Edgar Rice Burroughs, pero incapaz de dar una consistencia al conjunto y quedando una trama muy leve y estereotipada.

Si Yahya Abdul-Mateen II como Manta Negra era de lo peor de la primera entrega (Aquaman, 2019), en esta, aunque mejora considerablemente, sigue resultando un villano de escasa enjundia. En cuanto a otros secundarios como Mera (Amber Heard), Atlanna (Nicole Kidman), el Rey Nereus (Dolph Lundgren) o Tom Curry (Temura Morrison), su presencia es demasiado anecdótica como para tener un verdadero peso en la película.

DIRECTOR SIN BATUTA

En esta ocasión, James Wan ha quedado totalmente anulado en medio de juntas de ejecutivos decidiendo la orientación de la película según sonaran los vientos. A la puesta en escena le falta personalidad y le falta valentía. Todo es muy rutinario para poder amoldarse a cualquier cambio de rumbo nuevo que viniera impuesto desde el estudio. Aún así, hay un esqueleto de lo que podría haber sido la película y resulta una pena que no se haya querido aprovechar esos cimientos. Vuelve a haber saturación de efectos digitales, acercando más la película a una cinta de animación que a imagen real. En ocasiones estos efectos sobresalen (sobre todo cuando buscan rescatar el tono pop de la primera), pero en su gran mayoría evidencian premura y falta de tiempo para un desarrollo adecuado.

La partitura de Rupert Gregson-Williams (otro de los punto a favor de la primera entrega) vuelve a ser aquí uno de los valores destacados, aunque encontramos abuso del tema principal y otros leitmotivs de la primera. Aún así, hay momentos como la entrada en la batalla final o el epílogo donde el compositor consigue que la película llegue a emocionar.

ADIÓS DCU

Y así, sin fuerza, sin épica, ni glamour, casi por aburrimiento y a la chita callando, se despide el DCU, con una previsible debacle en taquilla y con serias dudas sobre el nuevo rumbo que James Gunn y Peter Safran quieren darle a la próxima generación de películas. Y, ante todo esto, uno lo que se pregunta es “¿tan mala era “Batgirl” para que Warner decidiera borrar esa película de la existencia sin siquiera estrenarla y no ésta?”.