El Baño del Diablo se convierte en la gran ganadora de la pasada edición del Festival de Cine Fantástico de Cataluña – Sitges, alzándose con los tres principales galardones, el Premio a Mejor Película de la Sección Oficial, el Premio de la crítica José Luis Guarner y el del Jurado Joven. Nada mal para una película que bordea los límites del género fantástico.
A medio camino entre el Folk Horror y el drama histórico, la cinta se basa en una historia real, a partir del trabajo de la historiadora Kathy Stuart publicadas en su ensayo “Suicidio por Poderes en la Alemania Moderna Temprana: Crimen, Pecado y Salvación”.
Austria. Siglo XVIII
La película cuenta la historia de Agnes, una joven profundamente religiosa y muy sensible, recién casada, que no termina de encajar en su nueva vida de esposa, ni en el estilo de vida del pueblo de su marido, afrontado además una relación tensa y sometida al carácter de su suegra. Esto, que perfectamente daba pie a un drama familiar, es presentado por la pareja de directores Severin Fiala y Veronika Franz, desde una perspectiva psicológica, donde la puesta en escena, plagada de silencios y con un entorno opresivo, se convierte en el retrato introspectivo de la deriva mental de la protagonista.
Anja Plaschg, de escasa carrera interpretativa y más conocida por Soap&Skin, su proyecto de música experimental, transmite a la perfección esa evolución de Agnes, de joven vivaz y atraída por la naturaleza hasta su ruptura mental y su incapacidad para adaptarse al entorno social. La puesta en escena que la acompaña va desde grandes planos generales iniciales, con una exposición pictórica y bella de la naturaleza a planos cada vez más cerrados de naturaleza muerta, con figuras alegóricas como las cabezas de pescado o el cuerpo de una cabra despellejada y puesto a secar.
Una inquietante pesadilla
La muerte va apropiándose poco a poco de la narración, con una atmósfera angustiosa y cada vez más asfixiante. Del ensayo de Kathy Stuart, la película saca una lectura histórica macabra sobre la búsqueda de la muerte y las presiones religiosas y sociales que desembocaron en una solución terrible y esperpéntica.
En este descenso a los infiernos de la mente humana juega un papel fundamental la espléndida fotografía de Martin Gschlacht, apoyada en todo momento por luz natural y que adquiere su mayor expresividad en las secuencias nocturnas, donde la negritud rodea a la protagonista de la misma manera que la depresión se cierne sobre ella.
La propia Anja Plaschg se encarga del apartado musical, con una partitura que bebe de fuentes tradicionales e históricas, pero que se convierte en un horrible retrato de la dureza de la vida y lo grotesco de la relación del ser humano con la muerte en la Alemania rural del siglo XVIII.
El Baño del Diablo, sin ser una película de género fantástico per se, se transforma en una durísima película de terror psicológico con ecos en nuestra sociedad moderna, los problemas de salud mental y nuestra incapacidad de aceptar y ayudar en procesos de depresión graves. Esto convierte a la cinta en una obra reveladora, pero también asfixiante y dolorosa, donde la única redención es un fracaso de la humanidad.