Cada verano siguen llegando películas de tiburones a nuestras pantallas. Cada una de ellas tiene que pasar por la comparativa de la cinta seminal de Spielberg de 1975. Cada año, en mayor o menor medida, todas ellas deben afrontar la cruda realidad. Tiburón es una obra maestra insuperable. Dentro del rango de títulos que conforman este subgénero, tenemos aquellas que directamente apelan a lo lúdico, incluso a lo paródico, y otras que pretenden tomarse en serio lo que quieren contar, aunque, en ocasiones, eso provoque un descalabro mayor. Este último caso es el que podemos aplicar a Tiburón Negro.
FANTASÍA ECOLÓGICA FAMILIAR
Tiburón Negro se debate entre diferente fuerzas que pretenden dar un mayor peso dramático y de discurso a la propuesta. La cinta dirigida por Adrian Grunberg utiliza el contexto fantástico para lanzar un mensaje medioambiental sobre el impacto ecológico de las plataformas petrolíferas en el medioambiental y el salvaje atropello capitalista de las grandes multinacionales a esas pequeñas poblaciones que, ante la desesperación económica, aceptan albergar alguna de estas plataformas.
El guion de Carlos Cisco y Boise Esquerra relaciona esto con raíces mitológicas y leyendas locales, como son la figura de Tlaloc, dios del rayo, de la lluvia y de los terremotos en la sociedad precolombina mexicana. Convirtiendo a esta figura en una referencia sobrenatural y vengativa contra las agresiones del ser humano contra la naturaleza, encarnada en la figura del Demonio Negro, esa criatura megalodónica que acecha en las costas de Bahía Azul y que mantiene sometida a la población local.
Por otro lado, los protagonistas de la cinta son una familia interracial, aparentemente normal, con sus pequeños conflictos internos, y en busca de unas merecidas vacaciones juntos después de que el cabeza de familia lleve a cabo una rutinaria revisión en una antigua plataforma petrolífera.
INFIERNO NEGRO
Podemos decir que, como premisa, la trama puede resultar atractiva. Desgraciadamente, la impericia, la falta de presupuesto y la mediocridad campan a sus anchas en esta película. Empezando por el guion, la cinta no sólo es un compendio de clichés y lugares comunes, sino que además están mal construidos. Existen muchas inconsistencias en la trama, como, por ejemplo, cuánto tiempo lleva actuando el Demonio Negro en Bahía Azul, cuestión que el propio protagonista llega a formular, pero que queda sin respuesta. A esto se suman giros y comportamientos de los personajes totalmente absurdos y peregrinos, obligando a la trama a coger senderos que no tienen pie, ni cabeza.
La puesta en escena de Grunberg busca ser eficaz, dinámica, siniestra y subyugante, cosa que no consigue en ningún momento. Además, la evidente escasez del presupuesto obliga a ocultar la criatura, pero con mucha menos pericia y efectividad que Spielberg en 1975.
Por otro lado, quizás es peor cuando intentan mostrarnos al tiburón. El uso de los efectos digitales es paupérrimo y bochornoso. El gran momento espectacular, destripado en el tráiler, donde la criatura surge de las profundidades y se traga una pequeña lanza con su ocupante, nos recuerda los momentos más infames de la productora Asylum.
A nivel interpretativo, se aprecia en los actores adultos un esfuerzo por sobrellevar con la mejor entereza posible las notables deficiencias de guion y producción, pero ese barco ya hace aguas por todos lados. En cualquier lado, como hasta en la más infame película de la historia siempre tenemos ocasión de resaltar algún elemento positivo. Aquí nos quedaríamos con la presencia de Julio Cesar Cedillo como lo más destacado de toda la película.
SIN POSIBILIDAD DE REDENCIÓN
Tiburón Negro tiene méritos propios como para ser la peor película de este verano, honor compartido con Jeepers Creepers. El Renacer, otra cinta bienintencionada, pero nefasta. En su favor, sólo podemos decir que, en su ineptitud, la cinta salva a Megalodón 2 del deshonroso honor de ser la peor película de tiburones de este 2023.