Ryan Coogler, aplicado cineasta, competente artesano, aplica en Los pecadores, su quinto largometraje, las reglas de los filmes ochenteros inventariados en el apartado anterior, y probablemente algunos más, casi al pie de la letra. Se da la circunstancia de que el californiano nació en 1986, en el año de estreno de la mentada Cruce de Caminos. Es 1986 el año que media entre el estreno de los últimos filmes mencionados, los dirigidos por Holland y Schumacher.

Con todos estos ingredientes, el director de Black Panther (Estados Unidos, 2018) construye su thriller vampírico de casi 140 minutos de duración, con dos secuencias poscréditos (se trata de repescar al público que ha ido a ver las aventuras Marvel a la gran pantalla), una de ellas de longitud y variación considerable respecto del filme que acabamos de ver, al que toda hay que decirlo le sobra metraje, precisamente porque le sobra entusiasmo y también ideas visuales.

16 de octubre de 1932

Los pecadores arranca como un filme de gánsteres ambientado en el corazón de América. Concretamente en Clarksdale, Mississippi, en los años 30 del siglo XX, concretamente el 16 de octubre de 1932. El entorno es, por tanto, el de plena era de racismo y la segregación racial del sur del país en todos los aspectos de la vida. Entre campos de algodón, contrabando de licor, trato con blancos segregacionistas miembros del Ku-Klux-Klan y acordes de música blues, que se toca y se baila como si no hubiese un mañana discurre el filme, desplegado con mucha imaginación y eficacia artística. Como se dirá, la música es “algo que no es impuesto” a la raza negra. Como también se dirá, “a los blancos les gusta el blues, no de donde viene” en clara alusión a los prejuicios raciales.

El filme podría haberse quedado perfectamente en esas coordenadas, digamos realistas o historicistas y habría estado bien. Habría tenido gran interés. El elemento nuclear y el cénit dramático del filme podría haber sido, por ejemplo, el enfrentamiento y ajuste de cuentas entre los gánsteres protagonistas Smoke y Stack con los gánsteres irlandeses e italianos a los que les robaron dinero y mercancía al irse de Chicago.

Cuando comienza el filme, ambos personajes ya se encuentran en Misisipi, hartos de su vida en la gran ciudad al borde del lago Michigan, donde las circunstancias de la segregación son las mismas que en el sur, cambiando los campos de algodón por grandes edificios. Hartos de cierto rodaje por la vida, ambos han combatido en Francia, en la Primera Guerra Mundial, al comienzo el filme, acaban de regresar al delta natal. Prefiriendo “lo malo conocido”, regresan a casa bien provistos de cerveza irlandesa y vino italiano siete años después.

Una nueva visión del miedo

La trama entra en contacto con el género fantástico aproximadamente a los 45 minutos de metraje, cuando entra el personaje de Remmick (Jack O’Connell), aparentemente un hombre indefenso que huye de un grupo de indios que lo persiguen sin descanso. El hombre, en circunstancias extrañas, con una capa de humo a su alrededor, recaba protección de un matrimonio que posee una cabaña junto a un campo de algodón. Una vez la acción se emplaza en el aserradero, bautizado como “Club Juke” adquirido por los dos hermanos, convertido en un local de música blues, el asedio de las fuerzas del mal lideradas por el definitivamente vampiro Remmick, está servido.

En Los pecadores, ese canje de la condición demoniaca por el virtuosismo musical, magníficamente expuesto en el filme de Walter Hill de 1986, se conserva en su esencia. El demonio irlandés sabe bien lo que es bailar y sabe apreciar la buena música. No solo porque esté dotado de un gran gusto musical y cultiva su música tradicional irlandesa que expande entre sus acólitos, grandes bailadores y cantantes como él. La buena música blues, sin embargo, ejerce un enorme poder de atracción entre los demonios de la noche. Permitiría al villano convocar a los ancestros fantasmales sembrando la tierra de caos y destrucción.

Los pecadores, de Ryan Coogler.
Los pecadores, de Ryan Coogler.

«Si sigues bailando con el diablo, un día te seguirá a casa»

El demonio irlandés Remmick (Jack O’Connell) es atraído, en definitiva, por la personalidad, la enérgica presencia y el talento del joven bluesman Sammie Moore (Miles Caton), primo de los dos gemelos, a quien todos conocen como el hijo del predicador. Su padre es un sacerdote que advierte a su hijo que, si baila con el diablo, corre el riesgo de que éste le persiga hasta casa. El joven porta una guitarra muy especial, con caja metálica, que toca maravillosamente con el slide. El joven ha nacido para ello. Los gemelos cuando le proporcionan el instrumento de cuerda, le aseguran que perteneció al auténtico músico Charlie Patton, uno de los padres de la música del Delta. Una de las primeras celebridades-iconos de la música blues que, como Robert Johnson, alimentó todo tipo de especulaciones y leyendas.

Efectivamente, las enormes habilidades del joven llaman la atención del vampiro irlandés, quien persigue a Sammie para absorber su talento musical y las letras de canciones que el joven se sabe, conoce y compone, así como todo tu talento. Las personas a las que convierte en seres de la noche, poseen una conexión directa con aquel, como ocurría con Valek (Thomas Ian Griffith), el vampiro líder del referido filme de John Carpenter.

Además de ser un virtuoso de la música irlandesa, Remmick está convencido de que el talento del joven guitarrista y cantante, servirá para convocar otros espectros del mal. Ese estímulo motiva el asedio del aserradero que se va intensificando a media que los invitados se van convirtiendo en demonios nocturnos.

Los pecadores, de Ryan Coogler.
Los pecadores, de Ryan Coogler.

Michael B. Jordan, el actor fetiche de Coogler, presente en todos los filmes de este, salvo, por razones obvias, en Black Panther: Wakanda Forever (Estados Unidos, 2022), se enfrenta a un importante reto actoral. Como Robert De Niro en Alto Knights (Estados Unidos, 2025), de Barry Levinson, Jordan se desdobla en dos personajes, dos gánsteres bien diferentes, apodados los gemelos, Smoke y Stack. El actor, como De Niro, acomete cada personaje con un acento y fonética diferentes, contribuyendo así a la delimitación de ambos personajes, aportando una mayor riqueza actoral.

El villano es abordado por el actor Jack O’Connell de un modo distante al comienzo, hasta el punto que parece esbozar su personaje en la mini serie Godless (Netflix, Estados Unidos, 2017), puesta en marcha por Scott Frank. Constituye todo un acierto recrearlo como un vampiro de clara ascendencia irlandesa. El elenco actoral se completa con presencias tan estimulantes como el veterano Delroy Lindo en la piel del pianista Delta Slim, alcohólico, virtuoso, carismático; Hailee Steinfield como Mary, o Jayme Lawson como Pearline, familiarizada con criaturas sobrenaturales y augurios de magia negra.

Detrás de la cámara

El apartado musical, teniendo en cuenta la importancia que los movimientos musicales y los diferentes estilos y corrientes tienen en la narración, ocupa un lugar muy especial. Se erige en todo un personaje más. Guitarra acústica, armónica, piano y percusión irlandesa con violín y tambores, se unen a grandes voces y coros, para marcar constantemente la época y el lugar emocional en el que nos encontramos. La música siempre ha tenido un peso muy específico en los filmes del joven realizador californiano.

El encargo vuelve a realizarse a Ludwig Göransson, que no solo ha compuesto el score para previos filmes de Coogler. La serie televisiva del universo Star Wars, El Mandaloriano (The Mandalorian, Estados Unidos, Disney, 2020-) u Oppenheimer (Estados Unidos, 2023), de Christopher Nolan llevan su sello. Ahí está el excelente documental que puede verse en la plataforma Disney+ denominado Voices Rising: The Music Of Wakanda Forever (Estados Unidos, 2023), donde puede verse el proceso de búsqueda de la variedad musical de aquel filme y la pasión y coordinación de Coogler y Göransson.

Un virtuoso plano secuencia

En el ecuador del filme, Coogler se permite componer un virtuoso plano secuencia por el interior del club que es todo un homenaje a su pasión musical. Gente tocando y bailando sensualmente, que, con la voz del narrador explicativa de las fusiones e influencias de la música del Delta, se va mostrando en imágenes una onírica (por atemporal) fusión de acordes rítmicos de diferentes épocas y lugares. De este modo, las sugerentes imágenes trascienden la localización y época acotadas. Una expresión visual, en definitiva, acerca de cómo los ritmos de la música autóctona del Delta del Misisipi eran tan auténticos, que invocan las melodías de otros tiempos, entroncados con la música africana e influyentes en estilos musicales de la modernidad como el rap.

Para acentuar, si cabe, aún más ese canto de amor a la música autóctona, el personaje de Sammie Moore en el epílogo y la secuencia poscréditos, que transcurren en Chicago en 1992, está interpretado por el bluesman auténtico Buddie Guy, a quien vemos en plena actuación musical.

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SI BAILAS CON EL DIABLO… LOS PECADORES (SINNERS, ESTADOS UNIDOS, 2025) DE RYAN COOGLER.

1. PUNCHLINES, INFLUENCIAS Y LLAMADAS
2. CONTRIBUCIONES ARTÍSTICAS E INTERACCIONES. UNA PELÍCULA DE ATMÓSFERA
3. ALGUNOS SERVILISMOS DE LA ERA DE LAS PLATAFORMAS