Uno de los títulos cuyo paso por la quinta edición del Festival de Cine Fantástico de Canarias Isla Calavera dejó huella fue La Pasajera. Se trata de una cinta que nos llegó de la mano de Raúl Cerezo y Fernando González Gómez, dos directores con espíritu cinéfilo, a través de cuyo trabajo se destila muchas horas ante la gran pantalla, desgranado y asimilando el arte de narrar con imágenes que les avala para pilotar este homenaje al cine de terror.
Opera prima para Cerezo, segundo largometraje para González Gómez, pero ninguno llega de nuevas al audiovisual. En la trayectoria de los dos se aprecia un importante bagaje aprendido en el terreno del corto, ya sea en dirección o en producción, que ha servido de aprendizaje para abordar un proyecto ambicioso como es La Pasajera.
La película es un homenaje al género de terror, con especial predilección por la variante de finales de los 70 y la década de los 80, equipada con una recámara de referencias, algunas más evidentes, otras sutiles, al cine de la época. El listado va desde La Invasión de los Ultracuerpos o Hidden a referencias más mainstream como Depredador o Terminator, pasando por el body horror cronenbergiano, la posesión infernal cartoonesca de Sam Raimi o el pulso de western fantástico de un John Carpenter.
No se trata de meros guiños visuales, sino que la película adopta modos, tonos y estética heredada de este tipo de cine. También apreciamos muchas lecturas heredadas del cómic, desde los clásicos títulos de EC Comics hasta las ilustraciones de Bernie Wrightson o Richard Corben. Todo esto formando un cóctel temático que nos hace saber a los espectadores que estamos en buena compañía.
Toda esta recopilación de referencias no decae en un mero recopilatorio de guiños nostálgicos, sino que, afortunadamente, los cineastas han sabido armarlos en favor de la historia y no al revés. Es cierto que no toda esta referencialidad funciona al mismo nivel y hay alusiones que funcionan mejor que otras, que están mejor insertadas frente a otras que entran con calzador, pero, para el paladar cinéfilo, todas resultan cómplices y divertidas y, lo que es más, ayudan a hacer avanzar la historia y a los personajes.
Una comedia de fantaterror
La Pasajera es una comedia de terror, donde los aspectos de humor y los aspectos fantásticos o de tensión son indivisibles. De hecho, gran parte del peso de la película recae en la interpretación postmoderna de las claves del género propias del cine de Hollywood pasadas por el filtro de idiosincrasia española. Esto sirve también a los cineastas para armar un discurso moderno en cuanto al choque de los aspectos más conservadores, tradicionales y reaccionarios de nuestra cultura (encarnada en el personaje de Blasco) frente a la búsqueda de una España moderna, feminista e inclusiva (a cargo del resto del reparto, no por nada, femenino), con una mirada crítica a ambos bandos. Los directores no ocultan un posicionamiento moderno, aunque no pueden tampoco evitar su fascinación (en cuanto a lo que aporta a nivel narrativo) por la parte más gamberra y antiheroica que representa el protagonista masculino.
No es de extrañar esta debilidad hacia el personaje de Blasco. A nosotros como espectadores también nos cautivó. Se trata de un antihéroe, una especie de Jack Burton a la española, con todas las flaquezas que un antihéroe debe tener, pero que esconde más de lo que se nos presenta en un primer momento. De la misma manera que nos gusta un buen villano en pantalla, hay personajes que, por su comportamiento y su ideología, nos pueden parecer abominables en la vida real, pero que en el cine son de lo más carismáticos.
En lo que se refiere a Blasco no es sólo cómo está definido el personaje desde guion, los estupendos diálogos que nos ofrece o la aristas emocionales que va mostrando a lo largo de la película y que lo alejan de ser una mera caricatura. Aquí juega un papel fundamental la fantástica interpretación de Ramiro Blas, actor que ya había sorprendido en la primera edición de Isla Calavera con su trabajo en Bajo La Rosa de Josué Ramos y quien se mimetiza de manera asombrosa con su personaje. Blas disfruta interpretando a ese ser machista, grosero y taurino y eso se transmite al espectador, que entra a formar parte de ese juego lúdico de camaleonismo.
El resto del reparto está muy equilibrado. Cecilia Suárez y Cristina Alcázar cumplen perfectamente con su rol, aunque en gran parte su función (más la primera que la segunda) queda circunscrita a recibir la réplica de Blasco, víctimas de sus exabruptos machistas y retrógrados.
El personaje de Alcázar, Lidia, tiene un margen de acción mayor con su relación con el personaje de Marta (Paula Gallego), estableciéndose una relación amor odio entre madre e hija en la pantalla, con un importante trasfondo detrás. Será Gallego quien alcance un protagonismo creciente en la trama, a medida también que su personaje va estableciendo un vínculo mayor con el de Blasco. Es precisamente esta relación lo que permite a los guionistas proporcionar a ambos personajes un mayor espectro emocional y un bagaje psicológico que enriquece la película, sin desviarla de lo verdaderamente importante. No es de extrañar que precisamente Blas y Gallego hayan sido galardonados en el apartado de interpretación en el Festival Isla Calavera.
Entretenimiento puro
Y es que La Pasajera es ante todo una cinta que busca un entretenimiento continuo en el espectador, que la furgoneta se convierta en el vagón de una montaña rusa y que vaya zarandeando al público de un lado para otro. Es cierto que algún giro puede parecer gratuito y que cumple únicamente la función de seguir extendiendo la persecución y la confrontación; sin embargo, esto no afecta en absoluto al ritmo de la narración que está cuidado en todo momento para dejarle al espectador los momentos justos de respiro y para que los personajes puedan exhibir sus capas internas.
La puesta en escena de Cerezo y González es juguetona, ayudando a dinamizar la narración y desenvolviéndose con soltura en el espacio reducido de la camioneta, donde se desarrolla la mayor parte de la acción. De hecho, hay momentos en los que la planificación parece responder más a una narrativa secuencial de viñetas que a una narración cinematográfica. A esto se añade la estupenda fotografía de Ignacio Aguilar, cuyo juego con la luz y el color enfatiza aún más esas referencias al noveno arte que comentábamos al principio.
La Pasajera es una película modesta, pequeña, hecha con cariño y con mucho amor por el séptimo arte y ahí radica gran parte de su encanto, como refrendó el Premio del Público recibido en el Festival.