En 2018, tras llegar a un acuerdo para compartir al personaje de Spiderman con Marvel Studios, Sony abrió espacio para una línea de spin-offs del Spiderverso, dando el protagonismo a diferentes personajes secundarios, que con el tiempo podrían o no crear su propia franquicia o incluso pasar a formar parte también del Universo Cinematográfico Marvel. De este propósito, los resultados han acabado siendo bastante mediocres.

Dejamos fuera del saco las dos extraordinarias películas de Miles Morales, y lo que queda es un conjunto de cintas hechas sin una idea clara de qué es lo que se quiere hacer. Si la idea era crear una red comunicante entre los diferentes personajes, mal. Si la idea era crear una línea de películas independientes dentro del género superheroico, mal. Si la idea era hacer caja en taquilla, salvo con las entregas de Venom, mal.

Sony se ha visto con una papa caliente en las manos, de la que aún le queda por estrenar Kraven, El Cazador.

De esta línea de películas, el personaje de Venom ha sido el que ha liderado la propuesta, no sólo por ser el primero en abrir esta vía o por ser el más taquillero del conjunto, sino porque ha contado además con la implicación de su actor protagonista Tom Hardy. Enfant terrible dentro del mundo de Hollywood, la filmografía de Hardy no parecía proclive a este tipo de producciones, sin embargo, entendemos que el carácter de antihéroe de Eddie Brock y Venom pueda haber sido atractivo para el actor.

El último baile

Esta tercera entrega parte abiertamente como despedida. Si bien no cierra posibilidades para seguir sumando nuevas películas de Venom, en solitario o compartiendo protagonismo con otros personajes Marvel, desde un primer momento, e impulsados por ese último baile del título, todo en la cinta suena a despedida. Este toque fatalista, lejos de afectar negativamente (aún más) a la película, es de lo poco que hace ligeramente interesante a la secuela. Por lo demás, Venom: El último baile peca de los mismos errores de las anteriores. Guion errático, personajes desaprovechados, expectativas creadas a los fans del cómic destruidas, puesta en escena efectista, pero pobre.

Dirigida por Kelly Marcel, guionista de las dos anteriores y que firma de nuevo el guion con un argumento que parte de Tom Hardy, la cinta evidencia la falta de experiencia de su directora, aunque afortunadamente no tanto como el despropósito de Andy Serkis con la tercera entrega. Marcel ofrece una puesta en escena impersonal, de producción en cadena, procurando que su mano como directora pase lo más desapercibida posible.

Eddie y Venom, a la fuga

De las tres películas, ésta posiblemente sea la que mejor presenta la química entre Brock y Venom, pero sigue cayendo en la astracanada y la ridiculez como seña de identidad. El resto de personajes secundarios carece de entidad suficiente, por mucho que se le haya querido dar un trasfondo emocional a personajes como la Dra. Teddy Paine interpretada por Juno Temple.

La presencia de Rhys Ifans (El Lagarto en The Amazing Spiderman, aunque aquí eso no tenga nada que ver) se sostiene únicamente por el carisma del actor, quien ya ha demostrado en el pasado ser capaz de sostener hasta el papel más chusco.

En cuanto al resto, los efectos especiales cumplen por lo general, aunque de manera irregular. El ritmo de la película es rápido, a pesar de que la mayor parte del tiempo, la historia no sabe hacia donde va. La banda sonora se sostiene más con la selección de canciones que con la anodina partitura de Dan Deacon.

En general, Venom: El Último Baile resulta ser un entretenimiento superfluo, a la (escasa) altura de sus dos predecesoras, totalmente intrascendente y olvidable, corroborando por tercera y (esperemos) definitiva vez que esta saga cinematográfica ha supuesto un reiterado desperdicio de las posibilidades del personaje.