Cuando se estrenó en 2013, Big Bad Wolves era una pequeña película israelí, deudora del estilo de Quentin Tarantino, que adquirió cierta notoriedad gracias precisamente al beneplácito del maestro quien la calificó como la mejor película del año, así como de una serie de premios en festivales como Sitges (Mejor Director y Mejor BSO).
Dirigida por Aharon Keshales y Navot Papushado, la cinta proponía un argumento sencillo y apostaba todo su interés a la tensión entre personajes recluidos en un espacio cerrado y las dosis de tortura y humor negro de la trama. En nuestra opinión, la cinta no estaba a la altura del comentario de Tarantino, especialmente un año donde, sin salirnos del género, podíamos encontrar joyas como Prisioneros o Stoker. En cuanto a violencia en pantalla, tampoco llegaba a los niveles del Torture Porn que aún coleteaba por ahí, pero, en general, resultaba un entretenimiento atractivo para los amantes del género.
LOBO IBÉRICO
El concepto del remake es habitual en determinadas cinematografías, especialmente la estadounidense, donde las nuevas versiones de películas recientes responden también a la ausencia e doblaje en el país y el poco gusto de sus habitantes por leer subtítulos durante la película; sin embargo, este fenómeno no es tan habitual en el cine español. Por eso sorprende, a) que la película no haya contado un remake antes en Hollywood, teniendo en cuenta los halagos de Tarantino; y b) que haya sido en España (con co-producción con Uruguay) donde haya fructificado un proyecto como Lobo Feroz.
El guion adaptado de Juma Fodde y Conchi del Río es bastante fiel al original de Keshales y Papushado y los principales cambios los encontramos en la variación en el sexo de dos de los personajes originales. La película de 2013 contaba con un reparto fundamentalmente masculino, donde todos los personajes relevantes estaban interpretados por hombres. En el remake, Adriana Ugarte asume el papel de la madre cuya hija ha aparecido muerta y mutilada por el asesino pedófilo, mientras que Juana Acosta ocupa el papel de la detective que recoge el testigo del caso tras la suspensión del policía protagonista, personaje que aquí hereda Javier Gutiérrez.
BUSCANDO EL TONO CORRECTO
Pese a la fidelidad que mantiene con la obra original, Lobo Feroz fracasa en dos de los aspectos básicos, fundamentales, que permitieron el éxito de Big Bad Wolves. El primero es conciliar los diferentes tonos de la película. La película busca mantener esa compleja navegación entre el thriller violento, la comedia negra y, en menor medida, los dramas particulares de los personajes principales. Se trata de componentes muy dispares y que el director Gustavo Hernández es incapaz de nivelar. Esto provoca que la película vaya dando bandazos y que los momentos climáticos pierdan efecto, quedando artificiosos y excesivos.
El otro principal escollo es la dirección de actores. No podemos hablar de malos intérpretes porque a la mayor parte de ellos les respalda una trayectoria profesional de alto calibre; sin embargo, ninguno de ellos termina de conectar con su personaje, dando como resultado una interpretaciones huecas, donde se subraya demasiado y de manera fallida el esfuerzo de los intérpretes para dar peso dramático e intensidad a los protagonistas.
EL LOBO BLANDENGUE
Lo que se presentaba como una cinta intensa, dolorosa, sarcástica y cruda no logra cumplir ninguno de estos objetivos. El tono es tan falso que, en ocasiones, la cinta cae en la parodia involuntaria y la risa inoportuna. No es que nuestro listón estuviera precisamente alto.
Como comentábamos, en nuestra opinión, Big Bad Wolves no se eleva más allá del entretenimiento eficaz. Sin embargo, esta nueva versión supone un arranque flojo para el cine español en este 2023.