Podríamos decir que se nota que ya llega el verano porque tenemos nueva película con tiburones en la cartelera. Desde que Spielberg creara el blockbuster veraniego con Tiburón, esa es la estación recurrente para estrenar cada nueva película con escualo en el título. Lamentablemente, cuarenta y seis años después, el clásico protagonizado por Roy Scheider sigue indisputable en lo alto del pódium sobre esta temática, imitado hasta la saciedad, con más o menos pericia, pero nunca superado. Tiburón Blanco entra en el saco de las de menos pericia.

Nota informativa para guionistas y directores: incluso en el siglo XXI el crear empatía entre el espectador y tus personajes es necesario. Si encima de crear personajes de molde, no eres capaz de lograr que el público se involucre con ellos, todo componente emocional de la historia se va al traste. En el caso de la película que aquí nos ocupa, no sólo no hay conexión, es que a los 15 minutos de película ya odias a los cinco personajes protagonistas y tu deseo es que el tiburón se los coma lo antes posible. El posicionarte de parte del asesino es divertido en un género como el slasher, pero cuando el grueso de la trama se basa en los conflictos personales de un quinteto de personajes aislados en una balsa hinchable en medio del océano, no es las opción más idónea para el buen resultado de la película.

Tiburón Blanco nos ofrece una fotografía de postal, con espectaculares localizaciones, planos aéreos que marcan la amenaza, pero también la belleza de la inmensidad del mar. La cinta, además, cumple con los parámetros de diversidad racial (dos caucásicos, dos asiáticos y un maorí) y de género (dos actrices de un reparto de cinco, casi da la paridad), todos ellos guapos y bien proporcionados, como salidos de un filtro de Instagram; pero más allá de eso, se trata de una cinta rutinaria, plana, donde lo absurdo de las situaciones va cayendo más y más en lo ridículo.

El bajo presupuesto de la cinta da para algunos planos de CGI eficaces del tiburón, pero muy diseminados por el metraje, así que el peso de la trama cae más en unas dinámicas de personajes nefastas y un intento de crear tensión y suspense de escaso valor (cualquier espectador con un mínimo de cultura audiovisual puede predecir a los 20 minutos qué personajes mueren, en qué orden y en qué momento de la película).

Tiburón Blanco nos vuelve a dejar claro que eso de que un director desconocido triunfe en taquilla con un producto sobre tiburones de bajo presupuesto y cambie la historia del cine sólo pasa una vez en la historia. Así que dejémoslo estar ya, por favor.