La palabra Tenet es un palíndromo, es decir, una palabra que se escribe y se lee exactamente igual al derecho que al revés, hacia adelante que hacia atrás. En griego “palín dromein” significa “volver a ir hacia atrás”. Los primeros juegos de palabras en este sentido se atribuyen por vez primera al poeta griego Sótades en el siglo III A. C. Tenet es una palabra poco usual, o, al menos, no tan habitual, en el idioma inglés. En castellano puede traducirse como “principio”, “doctrina”, “postulado”, “dogma” o “aserto”. Es decir, una regla, un razonamiento o un enunciado para conseguir un objetivo o fin concreto.

El realizador y guionista británico Christopher Nolan posee una gran habilidad para encontrar las palabras más impactantes para rotular sus filmes. Memento, Prestige, Inception o Interstellar son algunas de las “cápsulas” que definen algunos de sus filmes más personales. La palabra definitoria tiene que estar a la altura de las complejas tramas que la resumen. En su película número once, Tenet resume el McGuffin, o elemento que hace que los personajes avancen en la trama. Si utilizamos esa palabra y la ponemos en conexión con la expresión “cronología invertida”, tenemos el instrumento temporal sobre el que gira el filme, su argumento, y por supuesto, los personajes.

En estos tiempos de incertidumbre, de sectarismos, de la necesidad de dar la talla en todos los aspectos de la vida, y después de la desleal maniobra de Disney con los distribuidores y exhibidores respecto a Mulán (que finalmente no se verá en salas sino en la plataforma, abonando 21.99 euros adicionales a la suscripción), Tenet, el filme, se ha convertido en la película baluarte que simboliza la esperanza depositada por los maltratados exhibidores. La película que, en definitiva, va a salvar a las salas de cine de los tiempos complejos e inciertos en los que estamos anclados. En ese sentido, siendo cinéfilos y disfrutando plenamente de la exhibición de las películas en la gran pantalla, es evidente que hay que apostar por acudir a ver el filme al lugar donde pertenece.

Tema diferente es cómo afrontar el visionado del filme y que sensaciones deja. Las películas de Christopher Nolan son de una enorme complejidad. Un primer visionado suele aparejar un considerable conglomerado de sugerencias y evocaciones, grandes ideas, pero también muchas lagunas, y, por tanto, la irremediable necesidad de visionarlas nuevamente. Armar el puzle narrativo y visual al que nos tiene acostumbrado su realizador es probablemente una de las mayores satisfacciones que como cinéfilos nos ha proporcionado el cine mainstream reciente. Hay quien sucumbe y declara que es imposible comprender las películas del realizador. Que es imposible saber qué nos quiere narrar el cineasta. Hay quien opina que nadie entiende el cine del director británico y que son admiradas e idolatradas por las imágenes. La polémica siempre está servida. La indiferencia es una palabra que nunca está en el vocabulario calificador de su cine. La memoria, la identidad, la demencia, la deconstrucción del espacio y tiempo y la imposibilidad de calcular adecuadamente éste (en su filme que aborda un género más académico como el bélico, Dunkerque, concurren tres acciones cada una de ellas con su tiempo específico y no digamos su segundo filme, Memento, que transcurre desde el final hacia el comienzo), el mundo de los sueños, sus capas y la proyección de realidades y personas que han formado parte de nuestras vidas, el espacio exterior y sus agujeros negros, con sus diferentes esferas temporales, etc., son temas que han servido a Nolan para ir ofreciéndonos unas películas muy especiales.

Con el director de Insomnia, el hype siempre está muy alto. ¿Responde Tenet a las expectativas depositadas? En mi caso, siento decir que, siendo nolaniano hasta la médula, esta vez no me sedujo inexorablemente. Digámoslo ya: Tenet no es una “mala película”, pero sí es una “mala película” de Christopher Nolan, del mismo modo que El Padrino parte III siendo una buena película es una “mala película” de la saga El Padrino.

Cuando llegan los créditos finales, y con ellos los nombres de todo el equipo que ha seguido a Nolan desde el inicio del milenio (su esposa Emma Thomas, el actor Michael Caine, el diseñador de producción Nathan Crawley…), así como los nuevos nombres (Hoyte Van Hoytema, que lleva sustituyendo a Wally Fifster en la fotografía desde Interstellar), la sensación es de regusto un tanto agridulce, y palabras como decepción y desencanto, vienen a la mente con desafortunada rapidez.

Tenet es una película entretenida, compleja, posee secuencias absolutamente espectaculares y el dominio de la imagen por parte de su realizador sigue intacto. Las expectativas que él mismo crea alrededor de sus filmes terminan en esta ocasión por echar por tierra otras sensaciones finales que hubiera estado bien tener. Es admirable la resistencia del cineasta a los CGI, así como a filmar en celuloide. Son decisiones que otorgan autenticidad a las imágenes. ¿Qué ocurre entonces? ¿Demasiada matemática y física cuántica en la trama y diálogos del filme? Un experto en las materias probablemente dirá que no…algunos de los demás mortales diríamos que sí. La fórmula esta vez no me parece tan equilibrada, sino un tanto confusa y farragosa. El impacto de algunas imágenes, como los 10 primeros minutos, siempre muy intensos en el cine de su director, no compensa la insatisfacción y el desequilibrio de conjunto. Lo peor de Tenet no es eso. La sensación final es de deja vu, sensación que abarca, no solo el universo del director, sino también otros mundos cinematográficos ajenos al cineasta británico.

Mi particular sensación al terminar de ver Tenet es la de haber entrado a la “realidad invertida” de Origen (después de Memento la mejor película de Christopher Nolan), y que, de la alteración e inversión de esa onírica realidad, surgiese la franja temporal invertida que es Tenet, cambiando el mundo de los sueños de aquella, por esa inversión del tiempo y el binomio pasado-presente, de ésta, saliendo perdiendo con el cambio.

Homenaje a la saga Bond

El deja vu de Tenet como decíamos no solo viene propiciado por Origen. Tenet es prácticamente una aventura de James Bond, el agente 007 al servicio Secreto de su Majestad. En 3 ó 4 filmes del realizador, aparecen guiños a la saga de Albert R. “Cubby” Broccoli, pero es que esta vez, el “homenaje” lo es de principio a fin. Tenemos al héroe, interpretado por un inexpresivo John David Washington (me parece un soberano error de casting depositar todo el peso actoral del filme en un actor tan limitado), agente especial que trabaja para el gobierno en peligrosas misiones relacionadas con una nueva “guerra fría”. Complica la trama del filme un villano estereotipadamente megalómano, multimillonario ruso (otra vez), un juguete interpretativo para el (decididamente histriónico) británico Kenneth Brannagh (en un papel demasiado parecido, por otra parte, al que interpretaba en Jack Ryan, Operación Sombra), que ya estuvo en el cast de Dunquerque (2017). Andrei Sator posee una tecnología con la que, como buen villano de la serie Bond, planea acabar con el mundo. Por supuesto, en Tenet tenemos a la “chica Bond”, sofisticada, experta en arte, más alta y menos curvilínea que de costumbre. Una elegante Elizabeth Debicki, mucho más interesante en Viudas (2018), de Steve McQueen, que en este filme. Por su parte, Robert Pattinson, el compañero del héroe, un actor que ha demostrado sus habilidades actorales y su habilidad para elegir papeles interesantes una vez salió de la famosa saga adolescente, parece un poco perdido en estas idas y venidas temporales. Resulta evidente a estas alturas que el realizador tiene una “broma privada” con Michael Caine, por la cual el veterano actor siempre tendrá un papel con poderosa flema británica, aunque sea meramente testimonial en las imágenes del carismático cineasta.

Tenet

La música de Tenet

La banda sonora de Ludwig Göransson, autor de la música de la primera temporada de la serie The Mandalorian, carece del empaque y del carácter evocador de la de Hans Zimmer en Origen (insuperable el tema musical Time). Göransson realiza una banda sonora más de efectos de sonido que de música, lo cual per se no tiene por qué tener connotaciones negativas. Sin embargo, su score, efectos de sonido incluidos, no hace por envolver al espectador con las imágenes, sino por acentuar la estridencia y confusión reinantes. Zimmer, pese a su extensa carrera y haber trabajado con muchísimos cineastas importantes, se había erigido en el atractivo sonido asociado a los filmes del director de la trilogía del Caballero Oscuro.

En definitiva, ideas demasiado vistas previamente, recursos narrativos que nos resultan demasiado familiares, (reiterados) homenajes al agente secreto británico más famoso del mundo, ya casi como constante temática, dan la sensación de que la “fórmula Nolan”, que nos ha dado momentazos muy auténticos en una pantalla de cine, experimenta visos de estarse agotando.

En cualquier caso, Christopher Nolan y los exhibidores, ese personal que trabaja de manera incansable en los cines para que éstos constituyan un lugar seguro y de confianza, se merecen nuestro apoyo a las salas, y Tenet es un filme que cada cinéfilo y cinéfila, cada admirador del cineasta británico debe valorar por sí mismo/a, como ocurre con todo filme de su realizador. Volveremos a verla.

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