¿Por dónde empezar?… ¿Por aquello que ya conocemos o por aquello que estamos a punto de conocer?… Ni lo uno, ni lo otro. Empecemos por el principio; Rogue One: A Star Wars Story es la historia de una niña, Jyn Erso (Felicity Jones) obligada a crecer, demasiado rápido, por culpa de un sistema dictatorial y tiránico y también la historia de su padre, Galen Erso (Mads Mikkelsen) un brillante ingeniero obligado a trabajar bajo el yugo del mismo sistema dictatorial que condicionó, desde niña, la vida de su hija y que fue responsable, por añadidura, de la muerte de su mujer Lyra (Valene Kane). 
Rogue One: A Star Wars Story es la historia de una rebelión, con sus luces y sus sombras, algo que raramente se veía en otras entregas de la saga galáctica, y forjada con personajes de carne y hueso, tal cual sucede en el mundo real. Es la historia del capitán de la inteligencia rebelde Cassian Andor (Diego Luna) un niño que vio como su vida se hacía pedazos por culpa de la megalomanía imperial y que, desde entonces, no ha cejado en su empeño de derrotar al régimen que acabó con todas sus esperanzas de llevar una vida normal, sin importar el precio que hubiera que pagar por ello. En una guerra como esta, donde el enemigo es muy superior, en todos los sentidos, especialmente en su afán por causar la mayor destrucción posible, Y sin reparar en gastos, queda poco margen para la ética y mucho para la supervivencia.

Rogue One: A Star Wars Story es la historia de dos amigos, Chirrut Îmwe (Donnie Yen) y Baze Malbus (Jiang Wen) uno espiritual y otro pragmático. Uno que guarda celosamente las enseñanzas del pasado y otro que se busca sobrevivir en el presente. Ambos representan los mundos en colisión que aparecen en la película, con el macabro telón de fondo que representa en el imperio galáctico.
También es la historia de Saw Gerrera (Forest Whitaker) un veterano de las guerras Clon, el cual llegaría a radicalizarse, mucho más que la misma rebelión, ante la magnitud de la locura desatada por el emperador y los esbirros a su cargo, especialmente el señor oscuro Darth Vader, amoral pero inquietante y atractivo personaje que bien pudiera competir con la misma parca cuando se trata de sembrar la muerte dondequiera que aparezca.

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Rogue One: A Star Wars Story es la historia de Orson Krennic (Ben Mendelsohn) un fanático, pero eficiente burócrata imperial, director del departamento de desarrollo armamentístico imperial y principal impulsor de esa aberración conocida como La Estrella de Muerte. Su analítica y perturbada psique, circunstancia que lo emparenta con la mayoría de sus correligionarios imperiales, solamente busca encontrar la herramienta suprema y definitiva que permita al emperador dominar la galaxia sin que nada ni nadie se le oponga. Y Galen Erso era la herramienta necesaria para lograrlo, por mucho que el ingeniero tratara de cortar cualquier lazo con la maquinaria imperial. Sin ser muy consciente de ello, Krennic estaba escribiendo las líneas finales de su propio destino, al empeñarse en capturar a Erso aunque esa sea otra historia.

Rogue One: A Star Wars Story es la eterna, repetida, intensa, apasionada y, a ratos, grandiosa historia de la lucha entre el bien y el mal. En los 133 minutos que dura, hay tiempo para todo, en las dosis justas y sin que falte de nada, en especial, la cruda realidad de un enfrentamiento entre dos fuerzas bastante desequilibradas. Ya no hay tiempo para que todas las armaduras reluzcan a la luz del día ni para que los héroes no demuestren comportamientos que podrían resultar no tan éticos como se quisiera. No, es tiempo de contar la historia del universo galáctico tal cual es y sin que nadie se lleve a engaños.

En la película dirigida por Gareth Edwards hay toda una escala de grises y, merced a ello, se logra una tridimensionalidad en los personajes que eleva el nivel de la propuesta muy por encima de otras entregas de la serie, incluyendo el Episodio VII, menos osado que la película de Edwards. El escenario, las naves, la parafernalia de uno u otro lado son importantes pero el director es consciente de que, sin profundizar en el carácter de los personajes, resulta mucho más complejo el llegar a sentir empatía para con ellos y de ahí su empeño en darles todo el espacio posible, sin que el derroche tecnológico y visual termine por sepultarlos.
Lo mejor de todo es que, además, la película está llena de pequeños “chistes privados” colocados ahí para quienes hemos crecido viendo las anteriores entregas -y aún tenemos el mismo espíritu que antaño- disfrutemos un montón, muchísimo, diría yo y eso, en un mundo donde parece que sentir empatía por ciertas cosas, está cada vez peor visto, resulta del todo refrescante.

No se engañen, Rogue One: A Star Wars Story no está pensada para vender muñecos ni ningún otro tipo de merchandising ni para hacer amigos. Rogue One: A Star Wars Story es una película de superación personal, de amistad, del enfrentamiento entre lo que es correcto y lo que no lo es, y de cómo las personas se ven condicionadas por los caprichos de unos pocos. Si estás dispuestos a creer que hay una posibilidad de ganar una guerra desigual, contra un enemigo dotado de todo los necesario para ganar y, aun así, eres capaz de no perder la esperanza, esta es la película que debes ir a ver durante estas navidades. Como les dice Jyn a quienes dudan de si luchar contra el imperio o no We have hope. Rebellions are built on hope!

El resto, todo lo demás, incluyendo las ”estrategias de promoción” huecas, banales y artificiales y el ruido de fondo, orquestado por los intransigentes de turno, sobra, ahora más que nunca.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2016
© 2016 Lucasfilm Ltd, Allison Shearmur Productions & Walt Disney Studios Motion Pictures